Carlos Peña: “Donde la mayoría quiere linchar a un delincuente, la democracia liberal dice ¡no!”

Carlos Peña: “Donde la mayoría quiere linchar a un delincuente, la democracia liberal dice ¡no!”

El rector de la UDP destaca que la escena internacional que antes contribuyó a que la democracia floreciera, hoy tiene potencias comprometidas con deteriorar el régimen democrático. Analiza las secuelas del estallido social chileno y la reforma de la política.

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Carlos Peña: “Donde la mayoría quiere linchar a un delincuente, la democracia liberal dice ¡no!”
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Artículo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

A cinco años del estallido social en Chile es posible rescatar algunas lecciones sobre la democracia. En su momento, Chile transitó por dos procesos constituyentes para dar una nueva carta magna. Ambos fracasaron. ¿Qué evaluación se le da a esa experiencia?

Carlos Peña es uno de los intelectuales chilenos de mayor importancia. Escritor, abogado, filósofo y desde 2005 es el rector de la Universidad Diego Portales (UDP). Lo invitamos en Diálogo Político para que nos ayudara a pensar sobre los alcances de la democracia, las debilidades de validar sin resortes la opinión de la mayoría y el riesgo de obviar las garantías del liberalismo, los límites y la solidaridad.

Se cumplen cinco años del estallido social en Chile. ¿Qué lecciones dejó a la sociedad?

—Tengo la impresión de que en Chile sigue habiendo dos diagnósticos contrapuestos respecto de lo que ocurrió en octubre de 2019. Hay uno hoy día minoritario, apagado, empalidecido, pero con sectores sociales que lo mantienen, y es que hay quienes creen, y esta era la visión del Frente Amplio, que en octubre del 2019 la sociedad chilena despertó de un sueño neoliberal. Y advirtió que detrás del proyecto de modernización capitalista se escondía en el fondo una estructura profundamente injusta, distante de los intereses de las personas. Ese diagnóstico ha tropezado con la realidad ya dos o tres veces. Pero hay quienes todavía porfiadamente lo mantienen.

En cambio, se ha vuelto predominante la idea de que el malestar que padeció Chile fue la expresión del proceso subyacente a la modernización, del cambio de las condiciones materiales de la existencia que Chile había experimentado. Y que, en vez de ser un malestar de rechazo, el proyecto modernizador es un malestar producto de la aparición de nuevos actores, de nuevas sensibilidades y expectativas que han sido creadas justamente por el éxito de este proyecto modernizador.

Aspiraciones de Chile

Se debió a nuevas aspiraciones de la sociedad…

—Exactamente y en consecuencia, siguiendo este segundo punto de vista, que la ciudadanía no rechazó el proyecto modernizador. Sino que aspira a que las patologías que tiene en temas como salud y pensiones se mejore la provisión pública y se comparta mejor ese riesgo. Es decir que las patologías del proceso modernizador se corrijan, pero sin abrogar ni derogar el proyecto modernizador como tal.

Yo diría que este segundo diagnóstico ha movido a buena parte de los intelectuales y académicos a una visión, digámoslo así más ponderada de lo que ocurrió en octubre de 2019, abandonando la idea que aún persiste, pero minoritaria, de que octubre del 2019 había sido más bien el inicio de una revolución, un rechazo radical contra las tres décadas que Chile había experimentado bajo la concertación.

Dos procesos constituyentes que fracasaron.

—Y ambos de signo opuesto. El primero era radicalmente de izquierda, plural y nacionalista, partidario del decrecimiento en alguna medida. De derechos reproductivos muy radicales, etcétera. Por otra parte, el segundo proyecto, muy enraizado en la tradición más conservadora de Chile, enfatizaba la unidad del Estado nacional. Hablaba de la autonomía de las familias respecto del Estado y cuestiones que era más bien restrictivas en materia de derechos sexuales y reproductivos. Ambos proyectos fueron rechazados.

¿Y qué rol jugó la política de identidad en esos procesos?

—Fue muy fuerte en el primer proceso, incluso en algún momento a la hora de inaugurarse una de las reuniones oficiales de la convención constitucional originaria se puso frente al Congreso Nacional una seguidilla de banderas. La bandera chilena era una bandera, entre otras. Cada una representaba de una cierta identidad. Creo que no hubo nunca una impresión más plástica y evidente de esta idea de que la política de la identidad había infectado, digamos, a la política chilena.

Instituir la sociedad

Usted ha dicho que la política no interpreta la sociedad, sino que la instituye. ¿Qué ocurre cuando la política dedica su esfuerzo a interpretar la sociedad y no a instituirla?

—La política tiene una dimensión que importa mucho, que es la dimensión del policy making, de diseño y ejecución de políticas públicas. Pero al lado de ella tiene otra dimensión, que la de introducir un cierto ascetismo en la vida colectiva, de orientar las preferencias de las personas, modelar las expectativas, enseñar una cierta renuncia, ordenar, gestionar el tiempo.

Esto requiere tener un buen diagnóstico de lo que ocurre en la sociedad, pero no simplemente para amplificar lo que ocurre en la sociedad, no simplemente para reproducir lo que la sociedad siente, quiere o piensa. Sino para moderar eso que parece verdad. Entonces la tarea del político no es interpretar la sociedad para reproducir fielmente lo que ella es. La tarea del político es comprender la sociedad para modelarla, para dominarla, para “domesticarla” con una cierta dosis de racionalidad. Esto es fundamental que se recupere porque en América latina tenemos del lado de la derecha un énfasis a veces muy marcado hacia las virtudes de las buenas políticas públicas que son indispensables. Y del lado de la izquierda y también de cierta derecha más bien populista, tenemos una dimensión de la política como una mera representación fidedigna de lo que la gente quiere.

El político amplifica las demandas ciudadanas, a veces incluso las exagera, y promete satisfacerlas. Pero brilla por su ausencia esa dimensión del político como un sujeto que más bien apacigua las expectativas de la sociedad. Enseñarle un cierto ascetismo, una cierta renuncia proveyendo un relato que ayude a ordenar el tiempo.

Y ese sentido del ejercicio político lo hemos abandonado efectivamente.

Carlos Peña.

Factores externos

Los reveses democráticos son tendencias y ya no excepciones. ¿Hay una respuesta que lo explique?

—La democracia exige factores internos, pero también externos. Se requiere una prensa independiente, sectores económicamente autónomos que puedan promover agendas propias y participar del debate público… Pero también factores externos que favorecen o lesionan la democracia.

Uno de los factores externos clásicos es la escena internacional, la existencia de potencias que se empeñan en deteriorar la democracia de otro país. Esto no ocurrió con la gran ola democrática de los años noventa. ¿Se acuerdan cuando cae el muro? Hoy esa escena internacional que contribuye a que la democracia florezca, ha cambiado, porque hay potencias como China, Rusia, Irán que se comprometen en deteriorar la democracia y no fortalecerla. En eso han caído algunas élites latinoamericanas, financiadas por estas potencias. Esto es exactamente así. El caso de Venezuela es un caso paradigmático porque sin el apoyo de Irán, China, Rusia, Maduro no existiría. Nicaragua también habría caído. Los experimentos de Bolivia descabellados en algún momento no se habrían realizado.

Democracias mayoritarias

En México aún con un gobierno mayoritario se decidió aprobar una reforma judicial que jaquea la división de poderes. ¿Por qué la insistencia en crear una nueva democracia que se parece más al autoritarismo?

—La democracia es el gobierno de la mayoría. Pero para que sea genuina y sea estable y valga la pena, la democracia por sí sola no es suficiente. La buena democracia es la democracia liberal, o sea, la democracia que, junto con afirmar el derecho de la mayoría, afirma, al mismo tiempo que hay principios que limitan la voluntad de la mayoría.

En la democracia populista puramente mayoritaria, la empresa de masa no tiene límite. Entonces hay que apostar por una democracia liberal. Es decir, una que frente a la pregunta de ¿quién debe gobernar?, responda: la mayoría en base a una regla de competencia política. Y frente a la pregunta, ¿pero tiene algún límite en la mayoría? responda: sí, tiene el límite de los derechos fundamentales, de la alternancia en el poder, de los derechos humanos básicos. Pero si uno nada más afirma el ideal democrático mayoritarios sin los contenidos sustantivos de los principios liberales en el sentido más clásico de la expresión, la democracia conduce a esos excesos.

Desde el punto de vista del ideal democrático ¿quién le podría reprochar algo a México? Si la democracia fuera nada más que la pura voluntad mayoritaria del pueblo, ¿qué tendría de malo que el pueblo consintiera en suprimir la independencia del Poder Judicial? Nada. La única manera que tenemos de juzgar moral y políticamente a las democracias, impidiendo los excesos como lo que se están cometiendo en México no es reivindicar el ideal democrático a secas, sino reivindicar el ideal de una democracia liberal. Porque hay democracias liberales que son las que valen la pena y democracia iliberales que conducen o pueden conducir a los peores errores.

Los límites del sistema

Hay un descontento con la democracia y con la política en general. Se define con palabras muy negativas, con un sentimiento sombrío, negativo, de rabia, ira, frustración.

—Hay que poner de arriba el valor del ejercicio democrático. El de subrayar el hecho de que la democracia es la única forma de gobierno. Que permite, aunque suene a lugar común que no hay ni triunfos definitivos ni derrotas totales, sino que en el juego democrático una persona accede al Estado, pero no hace suyo el Estado, sino que administra el Estado en nombre de la comunidad política y lo hace comprometiéndose con ciertos límites.

Me parece que tenemos que ser capaces de poner de relieve y subrayar el valor moral de la democracia.

¿Por qué nos cuesta entender que la mayoría no tiene ninguna ventaja epistémica? No porque las cosas sean adoptadas por mayoría son mejores. La democracia tiene la gran ventaja que es la única forma de gobierno que nos permite tratarnos como personas iguales.

Este el valor democrático es un valor moral. La democracia importa porque es la única forma de gobierno que nos permite reconocernos recíprocamente como sujetos iguales dotados de la misma capacidad de incidir en los asuntos públicos.

Xenofobia y democracia liberal

La solidaridad se ha puesto a prueba en la región con la migración masiva. ¿Qué opinión le merece la gestión migratoria que se da en una América Latina que ahora tiene muchos brotes de xenofobia?

—Lo más relevante es que pone a prueba no tanto la capacidad de gestión de los países, que también desde luego, pero sobre todo el compromiso de los países con los valores democráticos y con los valores liberales. Porque si algo enseña la democracia liberal es que la xenofobia es simplemente inaceptable. No hay ningún motivo para sostenerla. No hay pretexto alguno que, en un régimen democrático, en una cultura liberal, permita que la xenofobia se expanda.

El gran problema que vemos, por lo menos en Chile, pero también en el resto de América Latina, es que junto con la migración de personas orientadas al logro y animadas por un buen desempeño, migran también culturas criminales. De pronto se empieza a estigmatizar a los migrantes por el solo hecho de serlo, instituyendo una especie de categoría social de personas que merecen un mayor control social. Yo creo que esto transgrede los valores igualitarios que son propios de una democracia liberal. El desafío de los Estados consiste en gestionar la migración, formalizar las masas que se incorporan a los mercados laborales de cada uno de los países, por ejemplo, en el caso de Chile. Incorporar al mercado formal y hacer todo esto a la altura.

No hay que olvidarse que los valores de una democracia liberal no tienen por objeto homenajear los deseos inmediatos de la ciudadanía. Sino habría que hacer lo que hace

[Nayib]
Bukele ¿verdad? Pero los demócratas liberales creen, en cambio, que la democracia liberal tiene momentos contra-mayoritarios, contra el anhelo de la mayoría. Allí donde la mayoría quiere linchar a un delincuente, la democracia liberal dice ¡no! Hay que someterlo previamente a un proceso racional y ofrecerle la posibilidad que se defienda.

Ángel Arellano

Ángel Arellano

Doctor en ciencia política, magíster en estudios políticos y periodista. Coordinador de proyectos en la Fundación Konrad Adenauer en Uruguay, y editor de Diálogo Político.

Sebastian Grundberger

Sebastian Grundberger

Coordinador de los países andinos en la Fundación Konrad Adenauer.

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