El nombre de Nayib Bukele ya es prácticamente uno de los más conocidos en la agenda pública global, especialmente en Latinoamérica. Las opiniones, dentro y fuera de El Salvador, se decantan en dos direcciones: quienes ven con entusiasmo su “modelo” de gobierno y quienes ven con creciente preocupación la instalación acelerada de un régimen autoritario.
Alternativa a la violencia e inseguridad
El proyecto de Nayib Bukele emergió como una alternativa a los altos e imparables niveles de violencia e inseguridad que asolaron a El Salvador durante más de tres décadas, después que finalizó el largo conflicto militar de los años 80 en el siglo XX, cuando se firmaron los acuerdos de paz en 1992. El bukelismo rompió con la alternancia entre los gobiernos del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) y la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) en un contexto en el que la población salvadoreña estaba cansada y aterrorizada por la ineficiencia gubernamental para frenar las altas tasas de homicidios, la inseguridad por causa de las maras o pandillas, y el éxodo masivo hacia Estados Unidos.
Como en casi todos los países posconflicto, las esperanzas renacieron en El Salvador después que se firmaron los acuerdos de paz en 1992. Sin embargo, la violencia armada dio paso a una sangría sin fin. Las tasas de homicidio del país alcanzaron momentos pico históricos en 1995 con 141,72 homicidios por cada 100 mil habitantes. En 2015 la tasa se ubicó en los 107 homicidios. El Salvador estaba posicionado como el país con la tasa de homicidios más alta a nivel mundial. Sin embargo, la espiral de violencia letal comenzó a descender desde el 2016 hasta llegar a 1,9 en 2024, antes de que Bukele asumiera la segunda Presidencia.
La violencia e inseguridad son multicausales y sus efectos multidimensionales. Todos los gobiernos, incluido Bukele, hicieron énfasis en las políticas de mano dura contra las maras que controlaban grandes territorios del país y actuaban con impunidad, sembrando el terror entre la población. De acuerdo con diversas investigaciones periodísticas, el éxito de Bukele se debe a las negociaciones y pactos con los líderes de las principales agrupaciones pandilleras y la imposición por más de tres años del estado de excepción.
La exaltación presidencial
Durante su primer período presidencial, Nayib Bukele llamó la atención por su talante y el manejo que tenía de las redes sociales. Adoptó un estilo de gobierno en el que utilizaba esas plataformas para comunicar sus decisiones. Eso le ganó una gran popularidad entre la población y él mismo se denominó presidente “cool”. Pero lo que comenzó como un estilo de gobierno público, transparente e innovador, se convirtió rápidamente en un ejercicio permanente de exaltación de la figura presidencial para ganar popularidad y la concentración en la toma de decisiones.
La vena autoritaria de Bukele se reveló a inicios del 2020 cuando irrumpió en el recinto legislativo con un destacamento militar. Poco después avanzó en el control sobre los poderes estatales capturando tanto el Congreso, como la Corte Suprema de Justicia. Además, logró que en 2021 la Corte bajo su control reinterpretara la prohibición de reelección continua para postularse como candidato en las siguientes elecciones y en 2023 reconfiguró el sistema electoral reduciendo la cantidad de municipios y de diputados. Con eso, allanó el camino para su reelección en 2024 con un porcentaje de votos superior al 80%.
Concentración del poder
Uno de los pilares más importantes del bukelismo es la cooptación de los aparatos de seguridad y su utilización en la estrategia que sirve como eje de su proyecto político. Hacia adentro y hacia afuera, el presidente salvadoreño ha instalado una narrativa que exalta el enfoque militarista. Justifica la militarización como el principal recurso para enfrentar a las maras, la violencia e inseguridad.
El estado de excepción impuesto desde hace un poco más de tres años, la creación y puesta en funcionamiento de una mega cárcel y el incremento de los prepuestos para el ejército y la policía, son medidas clave en la estrategia de seguridad de Bukele. El prolongado estado de excepción ha significado la suspensión de derechos fundamentales. De acuerdo con el propio gobierno, más de 70 mil personas han sido detenidas por supuestas sospechas de colaboración con las maras.
Tempranamente, varias investigaciones periodísticas dieron cuenta de pactos entre Bukele y líderes pandilleros, desatando la furia de Bukele. Desde entonces, numerosos periodistas han denunciado vigilancia y persecución gubernamental. Más adelante con la imposición del estado de excepción, se sumaron las denuncias de organizaciones sociales y de derechos humanos por las detenciones arbitrarias, desapariciones forzadas, hacinamiento, torturas y violaciones al debido proceso de miles de personas.
Para acallar las críticas, el Congreso dominado por el gobierno aprobó varias leyes y reformas que incluyen sanciones para los medios de comunicación que reproduzcan o transmitan mensajes relacionados con las pandillas. Además, se aprobó una Ley de Agentes Extranjeros que limita el acceso de las ONGs a fondos de cooperación. A la fecha, varias decenas de periodistas, exfuncionarios judiciales y personas de organizaciones no gubernamentales se han visto forzadas a abandonar el país por la vigilancia y persecución del gobierno.
Los casos más críticos son los del periódico El Faro, la organización Cristosal que cerró operaciones y desplazó a su personal fuera del país luego de la detención de una de sus funcionarias, Ruth López, y al menos otras tres personas defensoras. La profundización de represión gubernamental ha provocado temor e incertidumbre entre organizaciones sociales.
Afianzamiento del bukelismo
A pesar de las denuncias de graves violaciones de derechos, Bukele goza de altos niveles de aprobación. Una encuesta reciente indica que el 85% de salvadoreños aprueba su gestión. Por su lado, Bukele afirma que no le importa que le llamen dictador.
El hito más reciente en la transformación de la incipiente democracia salvadoreña a un régimen autoritario es la aprobación de una reforma constitucional que allana el camino de Bukele para reelegirse de manera indefinida. La reforma también incluye la extensión del período presidencial de cinco a seis años, la eliminación del balotaje y la unificación de las elecciones a realizarse en el 2027. Con esas disposiciones, Nayib Bukele deshizo cualquier obstáculo a su proyecto político personal. Cada vez más El Salvador adquiere una configuración similar a la de Nicaragua.
En su vertiginosa carrera hacia el poder, Bukele parece encontrarse en su mejor momento. Cuenta con un amplio respaldo de los salvadoreños, incluidos sectores como las fuerzas de seguridad y los empresarios privados. Mantiene buenas relaciones con China y sus relaciones con EEUU mejoraron significativamente desde que accedió a recibir migrantes deportados en la mega prisión conocida como CECOT. Por otra parte, su modelo es observado con interés por otros gobiernos latinoamericanos sumidos en la espiral de violencia que aqueja a la región. En un contexto donde la incertidumbre, los populismos y autoritarismos empujan con fuerza, el riesgo de que el bukelismo se instale como alternativa es una realidad preocupante.