Durante la campaña electoral de 2024, Donald Trump sufrió un intento de magnicidio del que salió herido pero vivo: “Fui salvado por Dios para hacer grande de nuevo a Estados Unidos”, declaró en ese momento. Las alusiones religiosas son frecuentes en su narrativa desde que asumió en enero de este año.
En febrero, en torno al Desayuno de Oración Nacional, Trump dijo que el grupo de trabajo tendría como objetivo “detener inmediatamente todas las formas de ataque y discriminación anticristiana en el gobierno federal”. En simultáneo, las primeras medidas trumpistas dieron marcha atrás a programas de diversidad, igualdad e inclusión. Por ejemplo, en la participación de mujeres transgénero en los deportes femeninos. “No sé si han estado observando, pero nos hemos librado de lo woke en las últimas dos semanas”, dijo también en esa ocasión.
El presidente también puso en marcha una Ofician de la Casa Blanca para la Fe. Nombró a la telepredicadora evangélica y exponente de la teología de la prosperidad estadounidense Paula White al frente del organismo para “fortalecer a las familias estadounidenses”.
Para entender cómo se construye una administración con un fuerte enfoque religioso en Estados Unidos, conversamos con Gustavo Monzón, doctor en Teología del Boston College y vicerrector de comunidad universitaria de la Universidad Católica del Uruguay.

Religión cívica
¿Cuál es el lugar de la religión en EEUU?
—La cultura política estadounidense, y su relación con la religión, no es igual que la cultura política uruguaya. Básicamente la literatura dice que hay dos modelos de laicidad, uno muy abierto o pluralista y otro cerrado. En ese modelo de laicidad cerrado y republicano la religión se entiende como es como un hecho de la esfera privada que no tiene influencia en lo público. En este modelo de laicidad también hay una confusión entre lo público y lo estatal. Se asocia la privatización religiosa con la independencia del Estado.
Hay otro modelo de laicidad (EEUU es el paradigma) en el cual se entiende que la religión es una parte constitutiva de la experiencia pública. La religión es un derecho inalienable que cada ciudadano puede vivir y el Estado tiene que estar separado de la esfera religiosa. En EEUU eso está estipulado en la Constitución, Bill of Rights, en la enmienda número 1 de separación de iglesia – Estado. Se entiende que el Estado federal, de manera de asegurar la libertad religiosa, tiene que mantenerse independientemente de la religión o tiene que ser neutral. Y eso genera una cultura política que es la forma en la que EEUU ha interpretado los textos fundamentales respecto a la iglesia y el Estado.
Ahora bien, desde la Constitución del 35, la neutralidad estatal o la forma de entender la relación entre religión y política, ha variado de acuerdo a los momentos históricos. EEUU es una sociedad moderna, pero muy religiosa; hay una especie de deísmo providencialista, de que Dios crea el mundo y la religión viene a ser como un garante de la moralidad. La idea central es que la religión es el fomento de la virtud privada y a través de eso ha generado mejores ciudadanos. Eso es inherente a la cultura estadounidense.
La Corte Suprema, que garantiza la interpretación constitucional religiosa, ha tenido diferentes interpretaciones a lo largo de la historia. Básicamente, depende de las mayorías circunstanciales que tenga y la forma de entender la interpretación constitucional.
¿Cómo fueron los últimos 30 años?
—Se creía que EEUU era la excepción de Occidente, que no iba a sufrir un proceso de disminución de las prácticas religiosas. Está aumentando en EEUU las personas que no se identifican con una afiliación religiosa. Pero la gran mayoría de la sociedad estadounidense se identifica con la religión, que forma parte de convicciones morales y políticas. Es decir, la religión termina incidiendo a la hora de determinar algunas opciones políticas.
Obama, Clinton, Biden; el Partido Demócrata se hizo defensor de causas (lo que llamamos agenda de derechos) que chocan con conceptos morales que pertenecen a las tradiciones religiosas. Entonces, qué es lo que ese es más o menos el paisaje político, es decir,
Entonces, por un lado, hay una polarización política muy fuerte, entre el Partido Demócrata y el movimiento Make America Great Again, del Partido Republicano, pero no solamente, y, por otro, también hay una división religiosa. Hay creyentes que valoran la ampliación de los derechos como tradición de la política estadounidense, y otros creyentes que dicen que es necesario un gobierno fuerte que imponga una moral pública de manera de tener una base moral común.
Religión Trump
En ese contexto aparece Donald Trump. ¿Se construye una religión política respecto a su figura?
—Trump asume un discurso religioso a la hora de querer desarrollar su agenda pública. Se posiciona como defensor de los valores religiosos contra una agenda de derechos o una forma de entender los derechos sociales y civiles que había asumido el Partido Demócrata.
En esa lógica, ¿existe un nacionalismo cristiano?
—EEUU tiene una narrativa propia de que es una nación elegida por Dios y cuyo destino manifiesto, the manifest destiny, es extender la libertad a todas las naciones de la tierra. En ese sentido, el país tiene una religión cívica de acción cristiana. Esa porosidad que tiene la cultura con la religión en EEUU hace un fuerte nacionalismo cristiano.
Es constitutivo de la experiencia estadounidense y es representado por sectores que se conciben como una nación cristiana. Y toda la agenda de derechos —que pone en cuestionamiento el origen de la vida, la diferenciación entre el hombre y la mujer, el concepto de matrimonio, el final de la vida, los mismos fundamentos morales de la nación— son un peligro para la sociedad.
Trump asume esta retórica nacionalista cristiana. Y desde ahí también viene a llenar un vacío político. El populismo viene a llenar un significante vacío y creo que Trump en eso se comporta como un líder populista.

Trasciende modelos
Este uso y apropiación que Trump hace de la religión, ¿puede generar también más apatía con los valores religiosos?
—Creo que puede generar una polarización religiosa y una división de las religiones, que es lo que está pasando. Cuando asumió Trump, al día siguiente, una pastora evangelista, aplicó un discurso muy religioso, pero contra las políticas de Trump. Más que una apatía hacia lo religioso, puede darse una polarización dentro de las comunidades religiosas. Contraponer ciertos valores religiosos (como el amor al vecino, la defensa de los inmigrantes, la defensa de las minorías, la defensa de los derechos) contra un orden moral objetivo, una idea de familia, de sociedad, de Estado. En la cultura estadounidense creo que va a terminar pasando eso: se politiza la religión. Y la religión deja de cumplir su función de experiencia trascendente.
Los valores cristianos, ¿son coherentes con las políticas más emblemáticas de este nuevo trumpismo?
—Los valores cristianos trascienden cualquier forma o organización política y pueden ser interpretados de acuerdo a cualquier convicción política.
Por ejemplo, los cristianos más conservadores pueden sentir la necesidad de un líder que venga a imponer una moralidad pública para poner orden en la sociedad. Puede ser una interpretación más de un cristiano de derecha. Por el contrario, un cristiano sentir que puede la política de Trump va en contra del amor al prójimo, que destruye el bien común, injusta con las minorías. No diría que el cristianismo o los valores cristianos pueden ser agotados en un modelo político.
Creo que los valores cristianos exceden cualquier modelo político. El cristianismo es un actor político en generar mejores sociedades. El tema es cómo entendemos que es la mejor sociedad. Eso es materia discutible. Pero la intención de generar una mejor sociedad es lo que mueve los valores cristianos.