Los resultados de las elecciones generales del pasado 23 de julio en España dejan más dudas que certezas. El nuevo Parlamento tendrá una enorme complejidad aritmética que vuelve muy complicada la conformación de pactos y coaliciones de gobierno mínimamente estables y duraderas.
Las encuestas previas, así como los resultados de las elecciones municipales del pasado 28 de mayo, auguraban una clara victoria del Partido Popular encabezado por Alberto Núñez Feijóo. También, abrían la puerta a la posibilidad de lograr la mayoría absoluta junto con Vox, partido conservador ubicado a la derecha del PP, con el que ya gobiernan en diferentes ciudades y comunidades autónomas. Pero la realidad ha sido muy distinta.
El PP y su laberinto
Ciertamente el partido más votado fue el PP, que obtuvo 136 de los 350 escaños. Sin embargo, sus opciones de obtener una mayoría parlamentaria que pueda investir a Feijóo como presidente del gobierno parecen remotas. Esto en parte se debe al desplome de Vox, que con una campaña errática y fuera de foco bajó de 52 a 33 escaños. La suma de ambos está lejos de los 176 diputados necesarios para conformar una mayoría parlamentaria. Ningún otro partido ha mostrado interés en sumar con el PP.
Ante esta situación, el actual presidente, Pedro Sánchez, del Partido Socialista, se ha dado a la tarea de intentar formar nuevamente gobierno. Para eso necesita el apoyo de socios con los que, sin embargo, ha gobernado hasta ahora.
Por un lado, Sánchez deberá renovar el apoyo de Sumar, la nueva marca electoral de Podemos, partido situado en la izquierda más radical e ideologizada, que rechaza el régimen monárquico, reivindica el comunismo, y que ha sido un permanente apoyo internacional de regímenes como los de Venezuela, Cuba, Nicaragua o Irán, y se ha mostrado también favorable en algunos casos a las posiciones rusas en la invasión a Ucrania.
Los acuerdos del PSOE
Asimismo, Sánchez necesitará el voto de los herederos políticos de ETA, hoy aglutinados en Bildu, y del Partido Nacionalista Vasco. Además, tendrán también la llave de su investidura los independentistas catalanes que en 2017 provocaron una crisis de Estado al declarar ilegalmente la secesión de aquella región.
Carles Puigdemont, líder de Junts, se encuentra prófugo de la justicia de España y, a pesar de eso, de él depende que Pedro Sánchez se mantenga en el gobierno. Su partido ha dicho que exigirá un referéndum para la independencia de Cataluña a cambio de apoyar a Sánchez. Es posible, sin embargo, que matice esta posición.

La estrategia del nacionalismo catalán siempre ha sido ir ganando espacios paulatinamente, por lo que no debe descartarse su voto favorable (o al menos su abstención) a la investidura de Sánchez a cambio, quizá, del indulto al mencionado Puigdemont y de nuevas cuotas de autogobierno.
De no lograr los anteriores apoyos, lo más probable es que se repitan las elecciones. Esto ya ha ocurrido en los dos procesos anteriores. Tras las elecciones de 2015 ningún partido pudo formar gobierno, por lo que en 2016 se llevaron a cabo nuevos comicios, lo mismo que en 2019. Esta opción no debe descartarse, ya que las exigencias de los posibles socios de Sánchez no lucen fácilmente satisfechas.
Crispación y confrontación
Que la gobernabilidad de España esté en manos de partidos que rechazan expresamente el orden constitucional y que incluso buscan romper la unidad del Estado español no es una buena noticia. Augura cuatro años más de polarización social y política.
Hace varios años que los dos grandes partidos de España, el Popular y el Socialista, no alcanzan acuerdos básicos en asuntos fundamentales para la estabilidad del país, como sí ocurrió años atrás con la transición a la democracia.
Así las cosas, se estima una nueva legislatura llena de crispación y confrontación, donde los socios radicales de Sánchez posiblemente empujen una agenda política alejada de la moderación y el sentido común.
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