Cuando Donaldo Hernández, experimentado periodista de Nicaragua, y corresponsal de La Voz de América, empezó a recibir fuertes amenazas que también llegaban a sus familiares, supo que debía dejar el país para resguardar su vida. Esta misma decisión la tomó Octavio Enríquez, galardonado periodista de El Confidencial, que sufrió presiones judiciales e incluso la presencia policial en su casa como intimidación.
Ambos son parte de los más de 140 periodistas nicaragüenses que actualmente se encuentran en el exilio. La mayoría en Costa Rica, otros en Estados Unidos o Colombia.
Detenciones arbitrarias, acoso, amenazas de muerte, campañas de desprestigio son parte del control sistemático que ha establecido el régimen de Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo en Nicaragua, y que se han incrementado desde el proceso electoral de noviembre de 2021 en el que se consolidó un cuarto mandato consecutivo.
Según Reporteros Sin Fronteras, Nicaragua se ubica en el puesto 160 de 180 países en el análisis de este año. Está en la zona roja de clasificación, considerada muy grave debido a los ataques contra periodistas y medios.
Los amedrentamientos de Ortega-Murillo no solo son hacia la prensa, sino también a los políticos opositores, las ONG, fundaciones y toda la institucionalidad de la Iglesia. En recientes sucesos, la vicepresidenta justificó la suspensión de transmisiones de la cadena estadounidense CNN en Español, bajo la acusación de «injerencista». Y, por su parte, Ortega se refirió a la Iglesia católica como una «dictadura perfecta».
Esta ola de represión constante muestra cómo Nicaragua ha destruido las estructuras esenciales de la libertad de expresión y libertad de prensa, dejando un escenario de miedo, incertidumbre y de pérdida total de las bases democráticas.
Frenar a la prensa independiente
El diario La Prensa, decano del periodismo nicaragüense, dejó de circular en papel en agosto de 2021, luego de recibir allanamientos a sus instalaciones, hostigamientos y el exilio de todo el personal. Nicaragua es el único país del hemisferio occidental que actualmente no cuenta con un periódico impreso, de acuerdo con la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).
Para Octavio Enríquez, Nicaragua vive un «estado de terror»: «Hay un régimen que tiene la mentira como política oficial, entonces se vuelve un deber del periodismo resistir y mostrarle a la gente con hechos la verdad».
Quienes aún permanecen en el país intentan seguir informando, pero con cautela porque temen que su destino sea igual al de los demás. Otros han optado por medios digitales desde el exterior. «Hay motivación y fuerza para seguir contando la Nicaragua que nos tocó vivir. Yo siempre digo que lo más sencillo hubiera sido quedarnos callados», asegura Enríquez.
Acceso a las fuentes
Pero, en este camino, una de las mayores dificultades que atraviesan los periodistas es el acceso a las fuentes. Según relata Donaldo Hernández, en Nicaragua ya no hay fuentes de información, pues economistas, sociólogos, historiadores, defensores de derechos humanos no pueden expresar libremente sus opiniones. «Muchos de los que han hecho un análisis a través de los medios de comunicación, hoy se encuentran encarcelados. Para nosotros, que estamos fuera, se complica bastante y lo que hacemos es retomar la información oficial y contrastarla con analistas que se encuentran en Costa Rica, Estados Unidos y España, para seguir informando».

«Lo más grave es privarle a la ciudadanía la información independiente. Los medios oficiales muestran que la economía está creciendo, que hay estabilidad en los productos de la canasta básica, que la migración no está aumentando. No reflejan la verdadera situación de los derechos humanos», añade Hernández.
Una maleta lista para volver
Hace un año y medio Octavio Enríquez decidió partir a Costa Rica. No lo hizo pensando que pasaría tanto tiempo lejos. «Los primeros meses prácticamente tenés una maleta hecha esperando a que algo pueda cambiar y luego te vas dando cuenta que no es tan fácil y que probablemente el retorno no será pronto».
«Creo que la actual generación de periodistas trabaja en el contexto más adverso que ha enfrentado la libertad de expresión en su historia reciente y no es sencillo. ¿Cómo se cubre un país con miedo?», se cuestiona.
Donaldo, por su parte, no pierde la esperanza de que un día pueda volver a Nicaragua. «Necesitamos una garantía mínima por parte del Estado para poder ejercer con libertad el periodismo y que se permita a la prensa independiente ingresar a las instituciones públicas, a las conferencias de la Presidencia, recibir información de los cuatro poderes del Estado, pero sobre todo es necesario que se deje de perseguir a los periodistas».
Hernández cree que tal vez puede haber una negociación que permita abogar ante el gobierno de Ortega para garantizar la libertad de prensa, aunque aún se ve lejana.
Narrar un «país fachada»
Por una fase previa de investigación y varias entrevistas virtuales, el periodista mexicano Otoniel Martínez, de TV Azteca, sabía de las presiones del régimen de Daniel Ortega. Pero quería conocer más. Por eso, desoyendo casi todas las voces que le decían que no era seguro, decidió viajar a Nicaragua. Lo hizo como turista y sin equipos profesionales, aunque con varias medidas de seguridad. Descubrió que la realidad era mucho peor de lo que le habían contado. «No hay forma de que un periodista que no sea amigo del régimen pueda tener un permiso para entrar a Nicaragua».
En entrevista con Diálogo Político, Otoniel relata esta travesía compleja que le permitió revelar, con fuentes primarias, la situación de los nicaragüenses en lo que él ha denominado un país fachada.
«Fue un viaje entre la clandestinidad y la paranoia, porque lo que yo viví en esas dos semanas es lo que vienen viviendo –incluso peor– los nicaragüenses durante años. Es la dictadura oficial de Daniel Ortega y Rosario Murillo, y yo repito constantemente estos dos nombres porque son los únicos que se mencionan en los canales de televisión y en la radio. No hay otra figura política de la que se hable. Además, son los propios hijos del matrimonio presidencial quienes han tomado el control de los medios. Son dueños de televisoras y censuran a cualquiera que esté en contra».
«No me voy a callar»
El miedo fue la constante de esta arriesgada cobertura de Martínez, pero uno de sus objetivos era darle voz a la gente y mostrar su cotidianeidad, porque eso ya no lo pueden hacer muchos medios ni comunicadores por las amenazas y represiones.
«Después de la crisis de 2018, que dejó muertos y presos, yo sentía que debía documentar lo que está pasando ahora, voltear a ver las historias. Esa realidad del médico que no puede ejercer su profesión por culpa de la dictadura o la maestra que entre lágrimas me dice que por haber protestado ya no puede ser más maestra. Esa es la vida de muchos y no solo en Managua que es la capital, sino también en los otros departamentos a los que pude llegar y donde encontré voces valientes de nicaragüenses que me decían “yo no tengo miedo, no me importa que muestres mi rostro, no me importa que menciones mi nombre, yo no me voy a callar”».
A pesar de los riesgos que vivió, Martínez siente que era algo que tenía que hacer, porque hay realidades que no pueden ser ignoradas y no solamente por los nicaragüenses, sino por todos los latinoamericanos. «Lamentablemente, la radiografía de Nicaragua que yo muestro a través de este trabajo periodístico puede ser la realidad de muchos otros».
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