A más de cinco meses de la llegada del COVID-19, el virus plantea severos desafíos no solo en términos sanitarios, sino también económicos, políticos y sociales. La combinación de agotamiento, frustración, incertidumbre y angustia desató un nuevo ciclo político dentro de la pandemia. En los últimos 45 días, la tregua de las calles se resquebrajó y la imagen de los presidentes comenzó un lento pero persistente descenso.
La política se construye en las instituciones pero se forja en la calle. Y América Latina tiene una gran tradición de protesta y movilizaciones sociales. El control del espacio público es, para los oficialismos y sus oposiciones, un factor de poder que puede ser determinante en ciertas coyunturas. La pandemia, sin embargo, puso en pausa el conflicto tanto institucional como de protesta social. La región venía acelerando sus tensiones en los últimos años y el comienzo del 2020 parecía poco auspicioso en términos de conflictividad.
Pero en una primera etapa, con la irrupción del coronavirus, las tensiones previas en Bolivia (crisis de legitimidad del gobierno de Jeanine Añez), Chile (consulta popular por una nueva Constitución), Colombia y Ecuador (cuyos presidentes venían debilitados ante la opinión pública) y Brasil y Argentina (dos países signados por la polarización política y las dificultades económicas) entraron en suspenso.
Ante la llegada de una amenaza externa e incierta, las voces críticas se acallaron y los presidentes sumaron apoyos para atravesar la crisis. Como hemos mostrado en ediciones previas de esta investigación, muchos de los presidentes de la región vieron incrementar sus niveles de popularidad en el ciclo marzo-junio, lo que les dio un nuevo aire frente a la pandemia. Pero ese ciclo comienza a ver su atardecer.

Gráfico 1. Porcentajes de aprobación media de los gobiernos latinoamericanos
En este artículo recopilamos información de 280 encuestas de opinión realizadas en 17 países desde febrero a agosto de 2020, con la finalidad de estimar el efecto que la crisis del COVID-19 tiene en la popularidad de los presidentes de la región. En esta historia pandémica que lleva más de cinco largos meses, la opinión pública pasó por distintas etapas.
Marzo fue el mes de la incredulidad, el miedo y la confusión ante la nueva situación (se impusieron súbitamente cambios en las rutinas familiares y laborales y se temió, inclusive, por eventuales faltantes en los stocks de alimentos). En los primeros 45 días de aislamiento social, en casi toda la región, la sociedad se ajustó a las nuevas restricciones, que se empezaron a normalizar. Fueron días de mucha restricción a la movilidad urbana, en gran medida por el alto consenso social inicial con que contaron las políticas de contención del virus, y de expresiones de solidaridad colectiva (como los aplausos a los trabajadores de la salud). En la dimensión política, esta etapa coincidió con el momento de mayor aprobación de los presidentes de América Latina y Europa. Entre 30 y 45 días posteriores a los anuncios de aislamiento, la paz política fue norma y la alta aprobación de los Gobiernos la tendencia. Unidad política y social ante la incertidumbre epidemiológica.

Gráfico 2. Porcentajes de aprobación media de los gobiernos latinoamericanos
Tras los primeros 60 días de pandemia comenzaron a verse cambios en el estado de ánimo, cansancio ante el aislamiento social y un mayor malestar ante el agravamiento de la situación económica. En esta instancia comenzó, en la mayoría de los países de la región, la reapertura de pequeños comercios y negocios y una flexibilización en las restricciones a la circulación. Por decisión oficial o imposición de la sociedad, de una etapa de fuertes controles (cuarentenas duras) se pasó al capítulo de la responsabilidad individual.
Como señala el sociólogo Emile Durkheim, los procesos políticos y fenómenos sociales pueden suceder mucho tiempo antes de que se tome consciencia de ellos. La tensión agravada por la incertidumbre sobre su duración y las consecuencias económicas se hicieron cada vez más evidentes. Una gran frustración solo viene de una enorme ilusión. La esperanza social inicial de que 90 días de restricciones serían suficientes para paliar lo peor de la situación, nunca se hizo cuerpo.
Ante la falta de solvencia económica de los Estados de la región y el efecto producido por la pandemia europea en marzo, los mandatarios latinoamericanos optaron por estrategias de aislamiento social pero no pudieron desplegar la magnitud de estímulos económicos que utilizaron sus pares europeos. Esto demuestra las dificultades para comparar las respuestas de Europa y Latinoamérica a la pandemia. Las diferencias económicas estructurales marcan las diferentes reacciones de los países de ambos continentes. Esas divergencias pueden verse marcadamente en los índices elaborados por la Universidad de Oxford, que relevan los niveles de aislamiento establecidos (índice bloqueo) y el apoyo económico de los gobiernos (índice apoyo económico).

Gráfico 3. Promedios de índice mensual de apoyo económico y bloqueo
La combinación de agotamiento, frustración, incertidumbre y angustia desató un nuevo ciclo político dentro de la pandemia. En los últimos 45 días, la tregua de las calles se resquebrajó y la imagen de los presidentes comenzó un lento pero persistente descenso. De manera súbita, las movilizaciones sociales proliferaron en la región. El hartazgo por la pandemia, cruzado con demandas de la política nacional, hizo que distintos grupos sociales salieran a la calle a protestar, a pesar del riesgo de contagio.
Perú, el tercer país con más casos de coronavirus en América latina, sufrió una crisis económica rampante y crecientes protestas en los enclaves mineros y petroleros de la región andina. En Paraguay se vivieron intensas protestas sociales en focos de alto contagio como Ciudad del Este y sindicatos y organizaciones sociales se han manifestado contra la política económica del presidente Abdo Benítez. En Bolivia, sindicatos y grupos indígenas bloquearon rutas en todo el país en el marco de un conflicto con el gobierno, a pocos meses de las elecciones. Incluso el presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, hizo frente a las primeras protestas sindicales en medio de la pandemia debido al presupuesto presentado.
En Argentina, que en los primeros meses de la pandemia fue testigo de un clima de unidad política social e inédito, las protestas opositoras se iniciaron en junio y llegaron a su punto máximo en agosto. Un sector minoritario pero intenso salió a ocupar la calle. El rechazo a las medidas sanitarias sumado a la impugnación de una serie de iniciativas legislativas por el Gobierno fueron los ejes de las movilizaciones impulsadas directa e indirectamente por la fuerza política que conduce el expresidente Mauricio Macri.
En los distintos países de la región las protestas se han caracterizado por su diversidad de expresiones y reclamos. No es necesario encontrar un hilo conductor en sus proclamas ni en sus demandas, solo tomar nota de su regreso. Entramos en un nuevo ciclo político dentro de la pandemia, en el que los gobiernos tienen que hacer frente al triple desafío de administrar la crisis sanitaria, paliar la tensión social y recuperar la iniciativa económica. Como hemos visto anteriormente, los Estados europeos llegaron a este momento con muchas diferencias. Aislamientos sociales de menor duración, gobiernos con mayores estímulos económicos y, centralmente, una sociedad con un PBI per cápita que triplica los niveles latinoamericanos.
Latinoamérica vive una crisis inédita. La región es hoy el epicentro de la pandemia, con muertos que se acumulan y sistemas sanitarios colapsados. Pero sufre además las consecuencias de la caída económica y el malestar social, con liderazgos políticos que disponen de poco capital para administrar el descontento. A más de cinco meses de la llegada del COVID-19, el virus plantea severos desafíos no solo en términos sanitarios, sino también económicos, políticos y sociales.