Después de mucha tensión entre el presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, el ministro de economía Martín Guzmán decidió renunciar al cargo, exigencia reiterada por la líder kirchnerista.
Hacía un año que la vicepresidenta venía cuestionando al exfuncionario, ya que desconfiaba sistemáticamente de sus movidas, especialmente las relacionadas con la negociación con el Fondo Monetario Internacional. Dicho acuerdo fue aprobado en el Congreso, división de los bloques oficialistas mediante.

Pero más allá de la tensión política, la situación económica se fue agravando. Inflación creciente, múltiples regulaciones para la adquisición de dólares, control de las importaciones, falta de gasoil, bola de nieve de vencimientos de la deuda en pesos del Estado nacional, imposibilidad de poner en práctica los ajustes de tarifas de los servicios públicos y limitaciones para cumplir con lo pactado con el FMI. Toda esa combinación de factores incrementó también la conflictividad entre el presidente y su principal ministro.
Guzmán saltó del tren antes de que este chocara y le echaran la culpa a él. La realidad es que su manejo no fue el más acertado, pero tampoco pudo compensar la persistente presión de Cristina Kirchner. Esta fue echando leña al fuego y provocando una crisis de confianza de los agentes económicos.
Cambio de ministro
Su reemplazo ha sido Silvina Batakis, quien fue ministra de Economía del exgobernador de la provincia de Buenos Aires y candidato presidencial en 2015, Daniel Scioli. Ella venía desempeñándose como secretaria de Provincias en el Ministerio del Interior, cargo estratégico para la repartija discrecional de fondos a los gobernadores. Es una persona con trayectoria en la temática, que llega en un acuerdo entre el presidente y la vicepresidenta. Sin embargo, no posee el seniority, el volumen político para generar expectativas positivas.
Hasta ahora ha dado pocas señales, aunque pretende lucir moderada entre las dos alas del oficialismo. Sin embargo, tendrá que lidiar con dos grandes problemas. Por un lado, la crisis política entre las dos cabezas del Frente de Todos seguirá existiendo, ya que Cristina Kirchner cree que deben seguir habiendo cambios dentro del gabinete. A la vez que exige que Alberto Fernández renuncie públicamente a su pretensión de reelegirse en 2023.

Por otro lado, la sumatoria de problemas económicos tiene una dinámica muy preocupante, que necesita mando político unificado. Cosa que no existe ni existirá en el corto plazo. Por consiguiente, aun cuando haya tregua política, la agenda económica tiene urgencias fatales. A eso se le debe sumar que la ministra a priori no tiene la espalda suficiente como para capear la tormenta.
El tiempo apremia
La nueva ministra necesitará de 90 o 120 días para mostrar qué puede hacer con la botonera y qué margen le dejan para hacer lo que desee. Eso significa la antesala de las fiestas de fin de año y con varias provincias en alerta por su proximidad con la fecha de elecciones 2023. Si se ve que no puede enderezar el barco, la preocupación oficialista crecerá, ya que quizá no quede otra bala en la recámara con el suficiente tiempo para reducir daños políticos. Por ejemplo, en septiembre tendrá el superdesafío del vencimiento de un billón de pesos de deuda del gobierno. Si se llega en malas condiciones, corre el riesgo de que el mercado no convalide del todo una renovación.
Por último, la principal oposición —Juntos por el Cambio— está sumergida en debates internos profundos que no se resolverán en el corto plazo, desde el enfoque ideológico hasta cómo sería un futuro gobierno, pasando por la pelea de liderazgos.
En ese marco, se ha limitado a criticar el conflicto interno del oficialismo y la falta de responsabilidad con la gravedad del momento, pero sin poder transmitir propuestas alternativas, más allá de definiciones genéricas.
Con muchas cuestiones irresueltas sustantivas, van surfeando las olas, moderando los fuegos internos. Dado que quedan 11 meses para inscribir frentes electorales y candidaturas, es poco probable que resuelvan dichos pendientes prontamente.
En síntesis, pronóstico reservado para la situación política y económica de Argentina, que ha hecho de las crisis recurrentes casi un modo de vida.
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