El movimiento woke, que busca visibilizar y corregir desigualdades históricas, ha sido criticado desde diversas perspectivas. Por un lado, algunos sectores de la izquierda lo acusan de centrarse excesivamente en la política identitaria a expensas de problemas estructurales como la desigualdad económica. Por otro lado, algunos en la ultraderecha lo utilizan como un término peyorativo, asimilándolo con censura, corrección política extrema y una imposición de misiones progresistas.
Este uso despectivo del término permite que figuras políticas como Javier Milei y Donald Trump se presenten como defensores de la “libertad de expresión” frente a lo que describen como una “dictadura cultural” impuesta por el progresismo. Este discurso resuena especialmente en sectores que perciben los cambios culturales como una amenaza a sus valores tradicionales.
En Argentina, el presidente Milei ha intensificado la hostilidad hacia periodistas y escritores críticos. Su administración cerró medios estatales como Télam y suspendido contratos publicitarios gubernamentales con medios independientes, creando un ambiente desfavorable para el periodismo. Además, sus discursos estigmatizantes fomentan ataques directos contra figuras culturales y organizaciones defensoras de derechos humanos.
De hecho, esta semana, el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, en homenaje a las víctimas de la última dictadura cívico-militar, el gobierno publicó una pieza audiovisual encabezada por Agustín Laje, autor de La Batalla Cultural. El referente de la derecha libertaria invita a defender “la libertad de conocer nuestra historia. Completa”.
Limitar la convivencia
En EEUU, Trump utilizó durante su campaña la defensa de la libertad de expresión como bandera, mientras como presidente implementa medidas que limitan el disenso. Por ejemplo, su administración ha regulado contenidos críticos en medios y plataformas digitales, eliminando voces que desafían sus narrativas oficiales. Este enfoque es descrito como “orwelliano”, ya que busca consolidar una ideología específica mientras silencia opositores bajo el pretexto de proteger el discurso libre.
Al abandonar su programa de verificación de hechos en favor de un modelo de “notas comunitarias”, Meta marca un giro significativo en su enfoque hacia la moderación de contenido. Este cambio anunciado por Mark Zuckenberg contrasta profundamente con las medidas tomadas en 2021. En ese momento, Facebook suspendió las cuentas de Donald Trump tras los disturbios en el Capitolio. Aquella decisión fue presentada como un compromiso con la seguridad y la integridad democrática. En tanto, la eliminación del fact-checking se justifica en nombre de la “libertad de expresión” y la reducción de lo que Zuckerberg describe como “censura excesiva”. Esta decisión podría tener efectos colaterales graves, como el incremento en la difusión de contenido problemático y de la desinformación.
Esta táctica, como también la de las empresas que están eliminando sus programas de diversidad, ha generado especulaciones sobre si el cambio responde a presiones políticas o a una estrategia para evitar conflictos con aliados conservadores. El discurso anti-woke y las críticas al progresismo han sido centrales en las narrativas promovidas por figuras como Trump. Esto convierte a Meta en un actor clave en este entorno polarizado.
Radicalización y redes sociales
Las redes sociales son un eje central para la difusión y radicalización del discurso woke y anti-woke. Combinan estrategias algorítmicas, financiamiento de élites tecnológicas y narrativas que explotan malestares sociales. Diseñadas para maximizar la interacción a través de emociones fuertes, estas plataformas amplifican discursos extremos y simplifican debates complejos.
Por su parte, la ultraderecha ha sabido aprovechar esta dinámica, utilizando algoritmos para viralizar narrativas que presentan el movimiento woke como un enemigo común. Figuras influyentes en tecnología, como Elon Musk y Peter Thiel, han financiado proyectos y candidatos que promueven una agenda libertaria que desregula el poder corporativo mientras demoniza todo lo que esté alrededor del progresismo.
Este ecosistema digital también facilita la radicalización de jóvenes hombres hacia posturas de extrema derecha y misoginas. Este sector de la población ha apoyado la victoria de Milei, por ejemplo. En el hemisferio norte, el influencer Andrew Tate capitalizó el resentimiento de ciertos sectores masculinos en su narrativa. Atribuye las dificultades económicas y sociales de este grupo a movimientos feministas y progresistas en lugar de a factores estructurales, como la precarización del empleo o la concentración del poder económico.
Contradicciones en la cancelación
Uno de los argumentos más utilizados contra el wokismo es su inclinación hacia la cultura de la cancelación. Se trata de la exclusión de figuras públicas que expresan opiniones consideradas ofensivas o inaceptables. Sin embargo, los gobiernos anti-woke han replicado este mecanismo al atacar y desacreditar voces criticas. Las denuncias sobre una supuesta censura ejercida por el wokismo son utilizadas para justificar medidas que buscan restringir la participación de ciertos sectores en el debate público.
De esta manera, el anti-wokismo se ha convertido en una forma de cultura de la cancelación invertida. Los discursos críticos son ridiculizados y marginados en los espacios mediáticos dominados por la extrema derecha. Estos tipos de gobiernos promueven leyes o medidas que restringen la libertad de prensa o castigan a opositores políticos. De esta manera, se alimentan narrativas que glorifican discursos de odio bajo el pretexto de proteger la libertad.

Retorno a los principios fundamentales
Parte del éxito del discurso anti-woke radica en las dificultades de la izquierda para articular un mensaje coherente. La fragmentación dentro de los movimientos progresistas, que por las luchas identitarias entran en conflicto con otras agendas, debilitó su capacidad para generar cambios estructurales. Por un lado, la derecha radical ha logrado unificar su discurso en torno a una narrativa de “resistencia contra la corrección política”. Por otro, la izquierda ha caído en disputas internas que han erosionado su cohesión y efectividad política.
Además, la política identitaria ha sido infiltrada también como estrategia de marketing, utilizando estas causas para vender. Muchas empresas y marcas adoptaron la política identitaria en el pasado cuando les convino. Ahora, están invirtiendo su posición, lo que contribuye aún más al cinismo y la desconfianza dentro de los discursos sobre raza, genero y orientación sexual.
El debate en torno al wokismo y su instrumentalización por parte de la política no responsable refleja la necesidad de evaluar cómo se abordan las luchas sociales dentro de un contexto relacionado con la atención a las injusticias sociales.
En un mundo donde las guerras culturales son usadas para dividir y movilizar sectores descontentos, la clave está en construir un discurso que equilibre la atención a las injusticias identitarias. Así como con la lucha contra las desigualdades económicas y estructurales. Recuperar una visión integradora puede ayudar a evitar que el malestar social sea capitalizado por movimientos reaccionarios y fortalecer las bases para un cambio político significativo.