Entre 1870 y 1930, alrededor de 13 millones de europeos emigraron a América Latina en busca de nuevas oportunidades. Italianos, españoles, portugueses y alemanes llegaron en masa a Brasil, Argentina, Uruguay y Chile, huyendo de la pobreza y la inestabilidad política que caracterizaban al continente europeo en el período posindustrial. Estos flujos contribuyeron de manera decisiva a la formación de las economías y sociedades latinoamericanas, generando dinastías empresariales, industrias básicas y redes comerciales que se convirtieron en pilares del desarrollo regional de estos países.
Hoy, sin embargo, el vector histórico se invierte. Europa envejece y necesita nuevas manos, mientras que América Latina madura y forma profesionales altamente cualificados. El continente europeo, en particular Alemania, España, Portugal e Italia, se enfrenta a un déficit creciente de trabajadores. Se estima que, para 2035, Alemania, por ejemplo, necesitará siete millones de nuevos profesionales solo para mantener su nivel actual de productividad .
En este contexto, abrir las puertas a la inmigración latinoamericana no es solo una medida pragmática, sino una respuesta histórica. Un siglo después, las corrientes migratorias podrían fluir en sentido inverso, esta vez llevando a Europa no a los desposeídos de la era industrial, sino a sus descendientes que un día fueron acogidos al otro lado del Atlántico.
El envejecimiento pide jóvenes
Los datos de Eurostat (2024) indican que más del 21,3% de la población de la Unión Europea tiene 65 años o más. La edad media del bloque supera los 44 años, y las proyecciones muestran que, para 2050, habrá dos personas mayores por cada joven en edad de trabajar en la Península Ibérica e Italia.
Esta tendencia plantea profundos retos a los sistemas de seguridad social, la productividad y la sostenibilidad fiscal de los Estados. El Banco Central Europeo advierte que, sin una ampliación de la mano de obra extranjera, la economía europea podría perder hasta un punto porcentual de crecimiento anual en las próximas dos décadas.
Por lo tanto, la inmigración no debería considerarse un dilema moral, sino un instrumento de política económica. El problema es que las políticas migratorias de la UE son excesivamente restrictivas y fragmentadas, centradas en barreras administrativas y criterios que privilegian a los profesionales de países anglófonos o asiáticos, descuidando el potencial de América Latina.
Valores comunes
La inmigración latinoamericana presenta una ventaja comparativa que rara vez se destaca: la proximidad cultural y lingüística con una parte importante de Europa. El portugués, el español, el italiano y el francés derivan de raíces latinas comunes. Las sociedades latina y europea comparten una matriz de valores similares, además de la tradición humanista y democrática. Una rara excepción en este contexto es Alemania, que ya cuenta con una legislación abierta a los inmigrantes, pero que sufre la barrera del idioma.
Estos elementos reducen las barreras de integración de los inmigrantes en la sociedad y facilitan la acogida social, minimizando las resistencias internas que, en otros contextos, han alimentado tensiones políticas y discursos xenófobos. Además, hay una dimensión genealógica a tener en cuenta: millones de latinoamericanos son descendientes directos de ciudadanos europeos y, en muchos casos, ya tienen doble nacionalidad, lo que favorece su inserción en el mercado laboral formal.
Estas características confieren a la inmigración latina un carácter de retorno histórico y no de desplazamiento externo, sino de reaproximación a la herencia civilizacional europea. La integración, en este caso, es más fluida, simbólica y políticamente sostenible.
América Latina es una región con un capital humano infrautilizado. El Banco Mundial (2023) señala que más del 40% de los profesionales cualificados latinoamericanos trabajan en áreas de menor complejidad debido a la escasez de oportunidades. En Brasil, casi el 60% de los ingenieros no trabajan en el área en la que se formaron.
Al desbloquear las políticas de movilidad laboral y atraer a estos profesionales, la Unión Europea ganaría un contingente de trabajadores listos para contribuir en sectores estratégicos: desde la transición energética hasta la digitalización industrial. Países como España, Portugal y Alemania ya han iniciado programas piloto de reconocimiento de títulos latinoamericanos, pero aún a una escala muy tímida. Si se institucionalizara, un Acuerdo Transatlántico de Movilidad Laboral UE-América Latina podría beneficiar a ambas partes. Europa satisfaría su demanda demográfica y América Latina encontraría una nueva vía de ascenso social y profesional, reduciendo también sus tasas de desempleo y subempleo cualificado.
Estrategia de reequilibrio geopolítico
En el panorama internacional contemporáneo, la relación entre Europa y América Latina cobra nueva relevancia. El fortalecimiento de los lazos entre ambas regiones es una estrategia de reequilibrio geopolítico, sobre todo ante la expansión oriental y la creciente influencia de las potencias asiáticas y de Oriente Medio.
La presencia de latinoamericanos integrados en las sociedades europeas crea puentes diplomáticos y culturales que amplían el alcance de las políticas exteriores del Viejo Continente. Estos grupos actúan como mediadores naturales: conocen las dinámicas locales, los mercados emergentes y las complejidades sociales latinoamericanas. En otras palabras, la inmigración latina no es solo una política laboral, sino un instrumento de poder blando.
Al igual que los inmigrantes europeos ayudaron a moldear nuestro capitalismo, los latinoamericanos pueden ahora revitalizar la economía y el espíritu europeo, en un nuevo pacto atlántico de prosperidad mutua, con beneficios para ambas partes.
Al abrirse a la inmigración latina, la UE no solo responderá a un imperativo económico. También reafirmará su vocación humanista y su vínculo con un mundo que ayudó a formar. Se trata de una política de futuro, anclada en el pasado, capaz de unir eficiencia, solidaridad e identidad. Es hora de que Europa ofrezca a sus descendientes latinoamericanos la oportunidad de participar en la reconstrucción del continente. Al fin y al cabo, también es suyo. Lo que antes era el camino de la partida, ahora se convierte en el camino del reencuentro.

