Transición del orden pospandémico
En el reacomodo del orden mundial pospandémico, el gobierno de Joe Biden se dio a la tarea de recuperar el espacio de influencia abandonado tras la implementación de la política America First. Luego de intentar revertir los efectos del retiro de compromisos multilaterales como el Acuerdo de París y el Acuerdo Nuclear con Irán, la nueva administración debió además reevaluar su política hacia dos actores clave en la nueva configuración global del poder: China y Rusia. Esto anticipaba la posibilidad de una escalada en medio de las tensiones existentes.
En esta entrega analizamos el sistema de relaciones que China está construyendo en su aspiración de liderar el mundo, y las reacciones a este proceso de realineamiento entre las potencias mundiales.
En el caso de China, y sobre todo luego de la invasión de Rusia a Ucrania, las expectativas sobre una distensión en la política exterior de los Estados Unidos han cedido. El único cambio sustantivo que se ha visto es la disminución del lenguaje confrontacional propio de la era Trump, sin alterar las políticas implementadas por este.
La realidad es que China representa un reto para el mundo, y en especial para Estados Unidos, independientemente del partido que llegue a la Casa Blanca. Se convirtió en un problema de interés doméstico con serias repercusiones electorales. Y fuerza una política exterior que pasó de la apertura al repliegue y genera consecuencias geopolíticas de impacto global.
La contraofensiva china
En este complejo escenario debemos encontrar, por una parte, la justificación del avance chino en su aspiración de consolidar un mundo multipolar y, por la otra, la desconfianza hacia su expansionismo económico y militar. El régimen chino entiende que, lejos de intentar imponer una visión revolucionaria, se trata de sembrar desconfianza aprovechando las promesas fallidas del liberalismo.
La contraofensiva china no persigue la imposición desde la perspectiva ideológica, como hemos dicho en entregas anteriores. Muy por el contrario, su estrategia invita a pensar el modelo chino como una alternativa, destacando las debilidades y contradicciones de la democracia liberal.

El argumento chino está centrado en el reclamo sobre la exclusión de su modelo, rechazando que sea visto como una amenaza para la democracia. El Partido Comunista Chino justificasu derecho a ser parte del sistema mundial en igualdad de condiciones, pero bajo sus propias reglas de juego y no de aquellas que dominan a las democracias liberales.
China y Rusia: un matrimonio de conveniencia
A diferencia de las democracias occidentales, China se ha resistido al establecimiento formal de alianzas tradicionales y prefiere ejercer su influencia económica y tecnológica sobre países en vías de desarrollo. Mientras, constituye asociaciones estratégicas con socios regionales con quienes comparte intereses geopolíticos y militares. China mantiene un tratado de asistencia mutua con Corea del Norte desde hace más de seis décadas, y sostiene además relaciones bilaterales en las que Rusia y Pakistán ocupan posiciones relevantes.
En el marco de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2022, y poco antes de la invasión a Ucrania, China y Rusia suscribieron un acuerdo de asociación estratégica con el propósito de contrarrestar lo que ambos regímenes perciben como amenazas a su existencia. Estas son el expansionismo de la OTAN y el apoyo de Estados Unidos a la autonomía de Taiwán. El compromiso, que insiste en la naturaleza democrática de ambos regímenes, es amplio. Comprende una variedad de intereses comunes que pasan por la seguridad, iniciativas en materia aeroespacial, cambio climático, inteligencia artificial, hasta el control de internet.

Este acuerdo representa un punto de inflexión que refuerza la percepción sobre los cambios que está experimentando el orden mundial. Tanto Rusia como China, entienden que abre una oportunidad para disputar el liderazgo global frente a las democracias liberales en crisis. Este compromiso profundiza los vínculos militares que ambos países han venido cultivando desde mediados de los años 2000 a través de ejercicios militares que el propio régimen ruso ha reconocido representan un mecanismo de disuasión dirigido a Occidente.
Intereses estratégicos
China desconfía de la influencia de Occidente en su propio patio. Sus conexiones con Latinoamérica, Asia y África son una réplica de los esfuerzos del orden democrático global por promover sus valores. En el caso chino, se trata por una parte de sacar partido de la ausencia de Estados Unidos en el hemisferio. Por la otra, aprovechar las oportunidades que representa África, como lo reflejan los casos de la llamada debt–trap diplomacy.
Aunque hay excepciones, por ejemplo, en el caso de Venezuela, China se ha visto alcanzada por la trampa de acreedores, luego de la crisis financiera y el descenso de la producción petrolera venezolana, agravado por las sanciones económicas durante la administración de Trump. Esto en buena medida ha justificado una aproximación con mayor cautela en su iniciativa financiera, no solamente en Latinoamérica, como ocurre con el caso mencionado, sino inclusive con Rusia, donde se ha visto recortada su inversión en la Ruta de la Seda por temor a violar las sanciones impuestas luego de la invasión a Ucrania.
Realineamiento del orden mundial
A pesar de los esfuerzos de China por ser vista como un país neutral, se encuentran las aspiraciones de la potencia asiática en el realineamiento del orden mundial, luego de la guerra en Ucrania. En un ambiente altamente polarizado, el reto de China consiste en conciliar, por una parte, los intereses comunes con Rusia y, por la otra, los riesgos que esta alianza no oficializada representa para sus aspiraciones.
China ha hecho esfuerzos, no solamente en el ámbito financiero, por construir un eje anti-Occidente, apoyando a regímenes que Applebaum caracteriza como un sistema de protección de autócratas, una suerte de corporación autoritaria, Autocracy Inc., suministrando tecnología de soporte en la ofensiva del autoritarismo digital. A su vez, ha alimentado la animadversión no solamente hacia el régimen político, sino que además las empresas chinas que han sido vinculadas con casos de espionaje, provocando sanciones y prohibiciones que lesionan su imagen corporativa, algo de lo que el gobierno chino está muy consciente.
Otra perspectiva sugiere que China podría beneficiarse del desgaste de Rusia y Occidente en Ucrania, considerando que en esta nueva guerra fría el gigante asiático ha desplazado a Rusia, pues, a pesar del desgaste pospandémico, su economía sigue siendo superior a la de su socio, mucho más luego de los efectos de las sanciones sobre la economía rusa debidas a la invasión. En este sentido, lo que parece ser un juego de equilibrio de China, se trata más bien de un tablero de ajedrez, donde el apoyo al compromiso anunciado a principios de 2022 no deja de tener límites.
China no ha desistido de invadir a Taiwán, ni ha renunciado a su ambición de expulsar a los Estados Unidos de su espacio natural de influencia geopolítica, pero no es menos cierto que la agresión rusa en Ucrania ha forzado a China a replegarse procurando recuperar un estatus de neutralidad que por su cercanía con Rusia ha sido cuestionado.
El mejor escenario
Los indicadores de la economía china dan señales de desaceleración, producto de los efectos de la pandemia en el ámbito doméstico, así como de las secuelas de la guerra en Ucrania. A pesar del escenario adverso, el gobierno chino continúa manteniendo el apoyo a Rusia, mientras ejerce su neutralidad en las Naciones Unidas. Esta dualidad debería ser vista más como la apuesta de China por el declive de Rusia, en lugar de un acto de malabarismo político. No se trata de que China le retire su apoyo a Rusia en su confrontación con Occidente, sino que será poco lo que haga por evitar que el régimen de Putin siga desgastándose en el conflicto con Ucrania. El mejor escenario para China es el de una Rusia debilitada, aun cuando con el fortalecimiento y ampliación de la OTAN, sus planes sobre la recuperación de Taiwán tengan que ser reevaluados.
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