¿Cómo llegar a ser una democracia plena en el siglo XXI?

¿Cómo llegar a ser una democracia plena en el siglo XXI?

Cuatro vías permiten a los sistemas políticos evolucionar hacia una democracia plena. La base es la presencia de desarrollo económico y de estabilidad política y económica. ¿Qué aprendizajes toma Latinoamérica de su propia realidad?

Por: Asbel Bohigues20 Jul, 2022
Lectura: 6 min.
¿Cómo llegar a ser una democracia plena en el siglo XXI?
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Artículo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

¿Qué es necesario o suficiente para que exista democracia? Esta es una de las preguntas más antiguas que se han formulado desde la ciencia política. Actualmente, el debate no parece centrarse tanto en la mera existencia de la democracia, sino en la calidad de esta, las diferentes variedades o componentes que la conforman y su erosión.

En este debate sobre la democracia propongo hablar de democracia plena. Esta sería aquella democracia sólida en los cinco grandes componentes que la conforman: electoral, liberal, participativo, deliberativo e igualitario. Por consiguiente, el debate se centraría entonces en qué necesitan los regímenes democráticos contemporáneos para poder obtener el calificativo de democracia plena.

Condiciones

En mi libro Élites, radicalismo y democracia exploro la región latinoamericana para tratar de dar respuesta a esta pregunta, con evidencias de 18 democracias de la región entre 1995 y 2015. Para ello considero condiciones y teorías de diversa índole: desarrollo económico (índice de desarrollo humano, IDH), estabilidad político-económica (índice de creación propia), pasado democrático (años desde la transición), desigualdad (índice de Gini), estabilidad del sistema de partidos (volatilidad legislativa agregada), apoyo de la población (Latinobarómetro) y la élite política a la democracia, y radicalismo de la élite política (posiciones 1-2 y 9-10 en la escala izquierda-derecha). Los datos de la élite política provienen de la Base de Datos de Élites Latinoamericanas de la Universidad de Salamanca, y los de democracia de V-Dem.

Así, de entre todas estas condiciones, ¿cuáles deberían (no) tener las democracias para ser plenas? La respuesta que se da en el libro es que hay cuatro posibles respuestas, cuatro vías que llevan al mismo destino: la vía clásica, la del amplio apoyo, la de la desigualdad y la radical democrática.

Vías a una democracia plena

 Vía clásicaVía del amplio apoyoVía de la desigualdadVía radical democrática
Desarrollo económicoPresentePresentePresentePresente
Estabilidad político-económicaPresentePresentePresentePresente
Pasado democráticoPresentePresentePresente
DesigualdadAusentePresenteAusente
Sistema de partidos volátilAusenteAusenteAusente
Apoyo de la población a la democraciaPresentePresentePresente
Apoyo de la élite a la democraciaPresentePresentePresente
Élite radicalAusenteAusenteAusentePresente
Casos representativosCosta Rica (1994-1998), Chile (2010-2014),
Uruguay (2010-2015)
Uruguay (1995-2000), Argentina (1995-1997)Panamá (2009-2014)Uruguay (2015-2020)
Fuente: Bohigues (2021).

Vía clásica

Esta vía se caracteriza por la presencia de un pasado democrático, elevado desarrollo humano (medido con el IDH), un sistema de partidos estable, poco volátil, un apoyo de la población a la democracia elevado (superior al 75%), ausencia de crisis políticas o económicas y una élite ideológicamente moderada.

Así pues, su nombre se debe a que cumple casi a la perfección los postulados clásicos de la literatura sobre democracia. Todas las afirmaciones sobre economía, partidos, apoyo a la democracia y moderación de la élite están presentes.

También recibe este nombre por los tres casos más representativos de dicha vía: Costa Rica, Chile y Uruguay. Estos tres países son, generalmente, los «sospechosos habituales» en cualquier índice de democracia, puesto que siempre suelen clasificar en las primeras posiciones.

Vía del amplio apoyo

Aquí hay también desarrollo económico y ausencia de crisis político-económica. A ello se suman la ausencia de desigualdad, la estabilidad del sistema de partidos (no hay elevados índices de volatilidad) y la moderación ideológica de la élite. Sin embargo, esta vía recibe este nombre en concreto por las dos últimas condiciones que la caracterizan: tanto la población como la élite política apoyan mayoritariamente la democracia.

En la anterior vía no se ha mencionado el apoyo de la élite, puesto que parecería que si se cumplen las demás condiciones, no sería necesario que la élite apoye o deje de apoyar la democracia. No es el caso de esta vía, donde la característica definitoria frente a las demás es precisamente la combinación de apoyo de representantes y representados/as. Aquí los casos más típicos son Uruguay y Argentina (en los años noventa).

Vía de la desigualdad

Si en la anterior vía una de las condiciones es la ausencia de desigualdad, en esta es justo al contrario: ha de haber desigualdad, en un contexto de extendido apoyo a la democracia entre élites y ciudadanía, y larga trayectoria democrática. También ha de estar ausente una élite radical. Aquí el caso más representativo es Panamá.

Ciertamente esta vía es un tanto contraintuitiva y hasta retadora de los postulados clásicos sobre la democracia que antes comentaba. Aquí hay democracia plena a pesar de la desigualdad, que siempre ha sido señalada como un obstáculo de primer nivel para la existencia de una democracia.

Panamá sería entonces un ejemplo de cómo en un país pueden convivir altos niveles de desigualdad con una democracia plena. Este caso sin lugar a dudas amerita un análisis más pormenorizado.

Vía radical democrática

En cuarto lugar, está la vía que destaca por un elemento singular: la presencia de una élite radical. Como ya desarrollé, contrariamente a los grandes postulados de la literatura, el radicalismo en determinadas circunstancias puede ser una suerte de revulsivo para la democracia.

Ahora bien, ese radicalismo descansa en una estructura determinada sin la cual no ha lugar ese efecto positivo: estabilidad político-económica, desarrollo económico, larga duración del régimen democrático, igualdad y sistema de partidos consolidado, poco volátil, una élite que apoye la democracia.

Es precisamente esta última condición la que emerge como determinante para el radicalismo de la élite. Sólo el radicalismo democrático resulta positivo para la existencia de democracias plenas. Si hay radicalismo, pero este no apoya la democracia, el resultado es que no hay democracia plena. Aquí nuevamente el caso más representativo es Uruguay.

Hacia la democracia plena

Es importante señalar de nuevo que estos hallazgos aplican a la consideración de una democracia como plena, un umbral mucho más exigente que, por ejemplo, la consolidación o la mera existencia de un régimen democrático. La plenitud democrática es un último estadio muy alejado de la dicotomía democracia-dictadura, sin lugar a dudas relevante y más actual de lo que pueda parecer.

Tal y como se recoge aquí, sintetizado en la tabla anterior, la base es la presencia de desarrollo económico y de estabilidad política y económica. Es solo a partir de esa base que surgen cuatro vías hacia una democracia plena. Cada una de ellas está caracterizada por presencias o ausencias más o menos en sintonía con la literatura tradicional sobre democracia. Quizá los hallazgos más contraintuitivos, y que por consiguiente ameritan mayor debate y estudio, sean la irrelevancia del apoyo a la democracia entre la élite (vía clásica), la presencia de desigualdad (vía de la desigualdad) y la presencia de una élite ideológicamente radical (vía radical democrática).

Retomando la pregunta inicial con la propuesta aquí desarrollada, ¿qué es necesario o suficiente para que exista democracia plena? Parece que la respuesta pudiera ser que necesariamente se ha de contar con la economía, y que a partir de ahí se pueden combinar diferentes condiciones. El apoyo a la democracia, la estabilidad del sistema de partidos y el pasado democrático siempre serán positivos. La radicalidad de la élite y la desigualdad en ocasiones son nocivas, pero en otras son un factor a favor o, en el peor de los casos, no suponen un obstáculo. Todo ello se convierte así en un claro ejemplo de la multidimensionalidad, y por ende complejidad, de la plenitud de la democracia y sus condicionantes.

Asbel Bohigues

Asbel Bohigues

Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Salamanca. Profesor de la Universidad de Valencia. Especialista en política comparada, estudio de élites y democracia en Latinoamérica. Editor asistente de la revista «América Latina Hoy» y de la «Revista Latinoamericana de Opinión Pública».

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