¿Qué significa, hoy, ser de centroderecha en América Latina? En países de la región identificarse con esta corriente política es un gesto incómodo, estigmatizado.
Para entender más allá de la coyuntura, factores, conceptos e ideas que marcan el debate político, Diálogo Político presenta una nueva serie de episodios de Bajo la Lupa con entrevistas a protagonistas clave en el mapa político latinoamericano. Buscamos escuchar con atención a quienes influyen en el rumbo de la región.
En el primer episodio de Palabras Bajo la Lupa, entrevistamos a Diego Schalper, diputado chileno y exsecretario general de Renovación Nacional. Es un interlocutor clave para conversar sobre los dilemas de la derecha, en el auge de opciones más radicales, y el papel de las posiciones moderadas en la reconstrucción del pacto democrático.
Tándem
En los últimos años, Chile tuvo un giro notorio. Primero llegó la izquierda al gobierno, después tuvo lugar la convención Constituyente, enmarcada primero en la izquierda y luego en la derecha. ¿Qué fue lo que cambió? ¿Por qué se modificaron las preferencias electorales en Chile y se pasó de un entusiasmo inicial por la izquierda a una mayor apertura hacia la derecha?
—¿Cómo se produjo el estallido que vivimos en un país que supuestamente tenía los mejores indicadores macroeconómicos del continente? ¿Por qué salieron a marchar pacíficamente tres millones de personas? Esa clase media, a diferencia de los sectores vulnerables, es extremadamente exigente. Se daba cuenta que el proyecto país le había permitido niveles de libertad que sus padres no tenían, pero que las seguridades en salud, educación, jubilaciones, no les permitía a las personas ser auténticamente libres.
Creo que una lectura puramente centrada en la violencia y el estallido social es una lectura mezquina. Es real que ciertos sectores de izquierda quisieron instrumentalizarla. Pero lo que se produjo es un malestar irradiado de los segmentos medios, cansado de la desidia y del inmovilismo de las élites gobernantes.
En esa coyuntura, la derecha chilena no tuvo una caja de herramientas lo suficientemente sofisticada para hacerse cargo del problema. Caímos rendidos sin capacidad de contraponernos a la salida de la izquierda con su lógica de la Constitución que, como gran entelequia abstracta, viene a resolver la problemática de los segmentos medios. Se embarcaron en eso. Votaron mayoritariamente por el apruebo y se entusiasmaron con Gabriel Boric, probablemente porque la contraparte era José Antonio Kast, de los sectores más extremos, ortodoxos, en nuestro país. La única manera en que la izquierda radical puede acceder al poder es contraponiéndose con la derecha radical.
Cuando estos sectores radicalizados dijeron a la población que la solución a sus problemas era destruir el modelo de desarrollo chileno, dijeron: perdónenme, pero quiero reformas, no inventar el país de cero. Creo que por eso el 72% de los chilenos votaron en contra. En los segmentos medios y en las comunas populares el rechazo fue muy nítido. Ahí la izquierda radical se dio cuenta que su receta refundacional no tenía cabida.
La incompetencia del gobierno de Boric en manejo de seguridad, de migración y de economía, le da una oportunidad a los sectores más ortodoxos de la derecha de hacerse el segundo proyecto constitucional contrario. Es muy maximalista y Chile lo termina rechazando también. Chile parte en un periodo de mucha polarización. Llega al clímax en ambos extremos y finalmente termina rechazando las soluciones maximalistas.

Valores de centro
¿Qué puntos de contacto hay entre la centroderecha y la centroizquierda?
—Las sociedades se construyen entre los distintos y por lo tanto somos de lógicas de diálogo. Yo tengo la sensación que los sectores más radicales se creen portadores de una verdad absoluta, y por lo tanto se pretenden imponer. Cuando se lleva los radicalismos al extremo se da cuenta que eso sí es parte del inventario. En los tiempos que corren, la lógica de las redes sociales premia las posiciones más ortodoxas porque obtienen más respuesta por parte del algoritmo. Pero los sectores más radicales no viven como como dicen pensar. O sea, en su cotidianidad yo me imagino que no construyen las relaciones sobre la base de la ofensa y el insulto. Más bien, cuando se ponen el sombrero de la política entran en una especie de espiral de violencia que no creo que construya sociedad.
Entonces, con los sectores de centroizquierda posiblemente compartimos que la democracia no es un instrumento artificial, sino que es parte de nuestra manera de proceder. Que el diálogo y el debate de ideas tiene que darse en términos respetuosos y no contestatarios. Posiblemente tenemos miradas más moderadas y por lo tanto apostamos a construir mayoría.
Uno de los problemas que tenemos en el mundo es que se pretende imponer por la vía de la fuerza, de la presión social incluso, que una visión minoritaria predomine sobre otras. Eso no tiene sustento en el tiempo. No se puede construir sociedad anulando a aquel que piensa distinto. Ojo, no es contradictorio con tener una identidad clara. Uno puede tener una identidad muy clara y entender que entra en comunión con otros que piensan distinto.
Desconexión con el pueblo
En ese sentido, cabe la pregunta sobre el radicalismo, sobre su vida diaria. ¿Cómo viven ese antagonismo extremo que plantean?
—Todo matiz de un tema se transforma en algo insoportable, y la vida en comunidad no se construye así. Por eso hay tanta virulencia y agresividad. Pero siento que, por lo menos en Chile, ya tocamos techo. La ciudadanía está buscando menos confrontación, menos maximalismo. Lo que chilenos están buscando es una cosa más bien moderada.
Las élites, las personas que están en posición de dirigir los países —políticos, la empresa, las comunicaciones que determinan el destino del país—se desconectan de la realidad social de la inmensa mayoría de los pueblos, y además aparecen líderes populistas que no menosprecian a ese pueblo, lo consideran y le dan salidas fáciles. Entonces también las élites tienen que hacer una autocrítica. Creo que la comodidad de los cargos internacionales, burocráticos, incluso de las academias, hizo que todas estas élites estén poco conectadas. Cuando veo a algunos que descalifican a la gente que votó por Donald Trump en Estados Unidos, más bien me haría la pregunta de por qué esas élites, probablemente preocupadas por temas muy cosmopolitas, dejaron de interpretar a esos pueblos. Y es porque se disociaron.
En eso, como centroderecha también hemos cometido errores que tenemos que revertir. Tenemos que defender aquellas cosas que son importantes porque, si no, aparecen visiones radicalizadas como alternativa ante nuestra desidia.
Debilidad de la izquierda
¿Qué dejó de interpretar bien el gobierno de izquierda actual en Chile?
—El gobierno de izquierda actual no dimensionó lo complejo que es para la clase media la mala situación económica, laboral y la dramática situación de inseguridad pública.
Tengo un profundo aprecio por los migrantes. De hecho, mi familia es migrante alemana. Pero, hoy día es un hecho que hay muchas personas que han ingresado al país por vías irregulares, que están sin capacidad de ser identificadas, que viven de una manera muy precaria y que además alteran de una manera muy elocuente la vida cotidiana. La izquierda chilena llegó hablando de que el derecho a migrar era un derecho humano y que por lo tanto poner límites a la migración ilegal era casi una cosa contraria a los derechos humanos. Llegó hablando de que carabineros abusaba del ejercicio de la fuerza. Nosotros, más bien, hemos dictado un proyecto de ley que supone que cuando un policía hace buen uso de la fuerza lo está haciendo en defensa del Estado de derecho.
Creo que esa izquierda llegó con la idea de que el proyecto constitucional rechazado era ampliamente mayoritario. Y se dieron cuenta que podría ser mayoritario en sus planteles universitarios, en sus consejos generales de izquierda, pero que la inmensa mayoría de los chilenos quiere libertad, seguridades, desarrollo económico y paz social. Por lo tanto quiere a las fuerzas policiales empoderadas.

Reivindicar el centro
En América Latina, ser de derecha tiene una carga semántica negativa. ¿Hay una discusión de eso? Sobre una vara moral del espectro político y de lo que está bien o mal apoyar ideológicamente.
—Ante ese escenario, lo que tenemos que defender es qué significa ser de centroderecha. Qué significa desde el punto de vista de los valores, de las acciones políticas, de la manera en cómo nos relacionamos con las comunidades. Y demostrarle a la gente los hechos sin ningún tipo de pudor que son nuestras ideas las que sacan adelante a los países.
Yo observo cómo las ideas de la izquierda radical destruyeron países espectaculares, como Venezuela, Argentina. Uno podrá tener un juicio crítico de Javier Milei. Yo efectivamente no me siento interpretado en muchas cosas que él hace. Pero efectivamente el legado de la izquierda burocrática en Argentina era impactante. El nivel de sobredosis de Estado, el nivel de burocratización de la vida, el nivel de abuso de las personas.
Hay que ser capaces de construir ideas claras. Construir cuadros en los centros de formación, en las universidades, en los barrios. Después, estar dispuesto a pelear electoralmente aquellos lugares que puedan ser conflictivos. Y que hay que defender con mucha fuerza nuestras ideas.
Ofrecer alternativas viables
¿Cómo diferenciarse de la derecha más dura? Aquella que crece a fuerzas de espectáculo y promesas efectistas. Ustedes tienen un desafío muy importante frente a la ultraderecha chilena, una tendencia política mundial.
—Ese tipo de posiciones son muy efectistas, pero no efectivas. O sea, en el fondo, parecen resolver el problema, pero generan cosas que no son sostenibles en el tiempo. Tenemos que trabajar el doble. Siempre va a ser más fácil decir que se va a construir una macro cárcel en alguna parte. Probablemente eso no va a ser sostenible, por lo menos para nuestro país una cosa así no sería sostenible. Pero, ¿qué es lo que observa el ciudadano? ¿Y cuál es la alternativa?
Las centroderechas del continente debemos trabajar el doble y exigirnos llegar a esos sectores descontentos. No estamos llegando a los votos de la gente joven porque no estamos en sus espacios, no estamos en sus zonas de discusión ni en sus temas. Y claro, en ese escenario, las posturas más radicalizadas parecen muy atractivas, pero eso nos obliga a trabajar el doble. Nuestra tarea es demostrar que eso es muy fácil, pero que no va a resultar y demostrar a continuación un camino alternativo. En eso tenemos una tremenda oportunidad.
En España y en Alemania, las centroderechas con coraje, con entereza, con identidad, empiezan a ganar espacio en desmedro de los sectores más radicalizados. Es cierto que los sectores radicalizados crecen. Porque efectivamente la dinámica social contribuye. Pero si usted es capaz de ofrecer alternativas viables que den gobernabilidad y que resuelvan los problemas, a la largo usted se impone. El punto es que implica trabajar el doble.
Y en nuestro sector, mire lo que le voy a decir, que va a ser muy polémico, los partidos tradicionales de derecha también se burocratizaron. Y por lo tanto se acomodaron a su inercia, a su indolencia, y en eso tienen que haber cambios brutales en nuestra manera de proceder.