El drástico recorte de la cooperación internacional por parte de Estados Unidos da pie a una discusión sobre los efectos de esas ayudas necesarias en algunas regiones, como América Latina. El cierre de Usaid marcó un hito importante, sobre todo para el apoyo en asistencia humanitaria y desarrollo económico. Sin embargo, en Europa también varios países discuten retirar fondos usados en proyectos de alta importancia.
Si todos los Estados con posibilidades de cooperar en temas como salud, alimentación, control de virus, economía o gobernanza dejan de hacerlo, ¿qué pasará con los receptores de la ayuda? Este es un asunto especialmente importante en el fomento de la democracia, los partidos políticos, los derechos humanos y el Estado de Derecho.
Conversamos con Marcela Ríos Tobar, socióloga, politóloga y directora de Instituto Internacional para la Democracia y Asistencia Electoral (IDEA Internacional) para América Latina y el Caribe sobre los alcances de la disminución de la cooperación para el desarrollo y lo que se puede hacer desde los países de la región.
Pocos actores prodemocracia
¿Cuáles son los principales desafíos que enfrentan las democracias de América Latina debido al descenso de la cooperación para el desarrollo?
—La situación es preocupante. La cooperación para la democracia en América Latina viene en retirada desde hace dos décadas. Se mantenían (y se mantienen) pocos actores en la región, pero EEUU, ciertamente por la cercanía geográfica y los intereses geopolíticos, siempre tuvo un rol muy relevante. Particularmente en Colombia, Centroamérica y México. Este retiro golpea al mundo no gubernamental, a las ONGs y a las instituciones internacionales no solo de América Latina, sino también de EEUU.
Gran parte del presupuesto de Usaid estaba destinado a temas de desarrollo económico y social, ayuda humanitaria y salud. El aporte para democracia era muy pequeño, como del 2% del presupuesto a nivel global. En un contexto como el latinoamericano, con pocos actores internacionales financiando el trabajo prodemocracia, y con Estados latinoamericanos que, en general, no tienen políticas activas de fomento del sector no gubernamental, es un impacto muy relevante.
Estabilidad y riesgo
¿Cómo afecta a la estabilidad política y económica de los países latinoamericanos la disminución de la cooperación?
—En algunas zonas esto puede contribuir a más inestabilidad. El descenso de la cooperación puede tener efectos indeseados, como mayor migración. Estoy pensando particularmente en Centroamérica, pero también en los otros países de la región. Antes había un apoyo muy importante en temas de salud, producción de alimentos, acceso al agua potable, en la implementación de los acuerdos de paz en zonas que todavía tienen resabios de conflicto, como en Colombia.
Este retiro de la cooperación puede tener un efecto bien contraproducente en algunos lugares donde tenemos democracias tensionadas, como el caso de Guatemala y Honduras. No tendrá ese mismo efecto en todos lados. En países con un ingreso medio alto como, Uruguay o Chile, o en grandes, como México o Brasil, la presencia era, si no inexistente, muy pequeña y no tenían un rol gravitante.
Pero en los países donde la presencia de cooperación era importante y tenía un rol muy activo, que no necesariamente va a ser reemplazado por el Estado o por otros donantes, sí se genera una situación que a nosotros nos preocupa. En el caso centroamericano, un retiro más masivo de la cooperación internacional puede deteriorar la situación política, social, económica de muchos países.

Cooperar en la falta
¿Qué papel pueden jugar las alianzas regionales y locales para compensar la falta de apoyo internacional?
—Yo creo que es muy importante ver que estamos en un momento de transición o de transformación del sistema de los acuerdos globales. La alianza entre EEUU y Europa occidental se está resquebrajando. Esto impacta todas las otras regiones del mundo. Muchos países de Europa están tomando decisiones drásticas respecto de la cooperación internacional, no necesariamente por las mismas razones que EEUU. Sino, fundamentalmente porque necesitan incrementar de manera significativa el gasto en defensa y el apoyo a Ucrania para compensar, en algún sentido, los aportes que hacía EEUU en esa región. Y esto empuja a países como Alemania, Holanda, Inglaterra y Bélgica a ser drásticos en recortes de cooperación internacional. Y es probable que otros sigan el mismo camino.
Estamos en un momento de cambio de época, que no sabemos si es coyuntural o si terminará generando un cambio más estable. De todas maneras, estos cambios en políticas de cooperación se van a sentir en el mediano y largo plazo. Van a generar transformaciones en los ecosistemas de sociedades civiles a lo largo del planeta. Pero también en gobiernos que recibían cooperación. Creo que vienen en un mal momento porque la democracia a nivel global está acechada. Ya teníamos un aumento de regímenes autoritarios a nivel global y en América Latina mayor polarización, más populismo.
Estamos combatiendo una verdadera guerra contra la desinformación y el uso malicioso de la inteligencia artificial. Y debilitar aún más la cooperación puede contribuir en un sentido totalmente opuesto al que queremos, como generar más inestabilidad, más descontento con las instituciones políticas. Por eso nosotros pensamos que la respuesta tiene que ser muy contundente.
Sur global
¿Cuáles son las alternativas?
—Nosotros pensamos que hay un rol que tienen que jugar de manera mucho más proactiva las democracias del Sur Global. En IDEA tenemos 35 Estados miembros, muchos de ellos del Sur, como Brasil, Uruguay, Chile, Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda, que son democráticos. Necesitamos que sus voces se escuchen hoy día con mucha más fuerza porque estamos escuchando un diálogo solo entre los países de Europa y Estados Unidos, Rusia, China…
Y las democracias del Sur no necesariamente tienen un rol activo en este debate. Nos parece que ahí hay un espacio, tanto respecto de la cooperación, es decir, de cómo fortalecemos las estrategias comunes, pero también desde la narrativa. Necesitamos líderes alternativos que puedan promover otras narrativas respecto de por qué es importante la democracia. Por qué son importantes los derechos humanos. Por qué es importante hablar de inclusión, de igualdad de género, de la no exclusión de población históricamente marginada.
Ahí está el llamado a los líderes de los países del Sur. Nadie espera que vayan a compensar la cooperación internacional que dejan de hacer los países más ricos. Pero sí pueden tener un rol mucho más destacado en el relato.

Equilibrio
¿La retirada de la cooperación deja la cancha libre a otras potencias no democráticas?
—Ciertamente sabemos que cuando hay vacíos de poder, alguien los llena. Y eso es un riesgo. Hay países que tienen mucho interés en fortalecer sus relaciones comerciales con América Latina. Parece absolutamente razonable en un contexto de guerra arancelaria. Pero eso no significa que sea a cambio de defender la democracia representativa liberal.
Entonces, ¿cómo se encuentra ese punto de equilibrio? Yo soy también relativamente optimista. Vimos que hace poco hubo, en el marco de la transferencia de mando en Uruguay, una conversación entre el presidente de España, Brasil, Chile, Colombia y Uruguay. Justamente, para poner una agenda de promoción democrática en común. Yo creo que es una señal que va en el camino correcto para levantar otras voces respecto del debate democrático.
¿Es irreversible este proceso de reducción? ¿Vamos a camino hacia la irrelevancia de la cooperación internacional?
—Yo creo que todos quienes estamos en la cooperación y trabajamos por la democracia tenemos que trabajar fuertemente para evitar ese desenlace. Hay todavía un camino por recorrer. Tenemos que fortalecer nuestros lazos de cooperación con nuestras contrapartes en Europa, en Asia, en África, para para poder armar agendas comunes y hacer frente común.
Esta arremetida, por quebrar los espacios y el financiamiento para dejar de favorecer a la sociedad civil y la democracia, es un camino que está en proceso. Nosotros debemos tener un rol activo. No solo los gobiernos y los líderes políticos, también el mundo no gubernamental y los medios de comunicación.
Tenemos mucha evidencia para mostrar que las sociedades democráticas tienen menos niveles de desigualdad y que logran resolver los conflictos de manera pacífica, logran tener mayores niveles de incorporación. O sea, la democracia ofrece un camino de mayor prosperidad. Y nosotros necesitamos demostrar y convencer a los ciudadanos, a los jóvenes y a las mujeres de nuestros países que eso es así y que vale la pena seguir invirtiendo y apoyando las democracias. Lo más central es no decaer en estos esfuerzos.