Hasta el momento, el presidente argentino Javier Milei ha utilizado un estilo de confrontación en su comunicación. Cuando se analiza el estilo de un gobernante se debe partir de tres cuestiones básicas:
1) No hay estilos buenos o malos per se. Depende de la personalidad de cada uno: la estrategia es un traje a medida.
2) Un determinado estilo no necesariamente da resultado todo el tiempo, sino que hay fases en las que algo funciona y en otras no.
3) A cada contexto le corresponde cierto estilo plasmado en un personaje especifico.
Dicho esto, no se debe generalizar. Para un momento de grave crisis económica, la gente necesita liderazgos fuertes que transmitan que se tiene el control del volante; Menem, Kirchner. Mientras que en otros, la mayoría reclama formas menos estruendosas; De la Rúa, Macri. Esto es independiente del balance final que los ciudadanos hacen de un gobierno, en el que el estilo influye pero no es el factor central.
Una cuarta cuestión considera con cuánto poder político llega cada uno, lo que hará también que un estilo de confrontación tenga mayor o menor sentido. Por ejemplo, a Néstor Kirchner le cuadraba por personalidad y por haber llegado con el 22% de los votos, sin haber podido reivindicarse en un balotaje, muy diferente a Carlos Menem 1989. Y aquí viene un quinto punto: de quién se quiere diferenciar. El riojano arribó con mucho poder, pero debía mostrarse con la garra que había perdido por el camino Raúl Alfonsín. El santacruceño, por su lado, estaba obligado a mostrar que no era De la Rúa, pero tampoco Duhalde.
Como se ve, el esquema interpretativo de un determinado liderazgo es bastante complejo. El año pasado llegaron a la instancia final con mayores posibilidades tres personas de carácter fuerte, lo que ayudó a diferenciarse del desdibujado Alberto Fernández.
El encuadre de Milei
Los factores identificados se pueden utilizar para encuadrar estratégicamente al presidente Milei:
1. Tiene una personalidad fuerte, confrontativa y vehemente. Ergo, es lo que le sale.
2. Debe mostrar autoridad presidencial, decaída con Alberto Fernández.
3. Debe mostrarse fuerte desde una triple debilidad: a) su fuerza política e institucional es pequeña; b) se duda en función de su inexperiencia; c) llega en balotaje tras perder la primera vuelta.
4. La sociedad confía más en alguien de carácter frente a una mega crisis.
5. Los actores a los que se enfrenta no son “nenes de pecho” (UP, gobernadores, sindicatos, movimientos sociales, empresarios corporativos, etc.).
6. Parte de una idea de la refundación de la Argentina.
Los seis factores explican y justifican estratégicamente por qué es, en general, la confrontación y no más bien la moderación, parafraseando a Heidegger. Este fenómeno se da más, típicamente, en liderazgos que tratan de polarizar con el establishment político. Como los casos de Trump, Bukele, Bolsonaro o López Obrador, solo por mencionar algunos que llegaron al poder efectivamente.
Este tipo de liderazgos, por otra parte, tratan de relacionarse con sus seguidores antagónicamente. Buscan tener fans como si fuesen una celebridad, no militantes o adherentes tradicionales. Al igual que el expresidente americano Trump, Milei cultiva la cultura de la celebridad en la era del espectáculo, y así toma distancia de la política tradicional.
Su dinámica es la de nunca pasar desapercibido, creando una marca personal. En esa lógica, apela a dar una respuesta identitaria a un segmento de la población, de modo que el voto no se define tanto por lo acertado de las políticas, ni por sus intereses, ni por los resultados de la gestión, sino por la identificación con un liderazgo u opción política. El antagonismo es concepción y estrategia al mismo tiempo. Esa es la descripción de la dinámica relacional entre líder y votantes de Milei.
Caso de laboratorio
En el caso estadounidense y brasileño, la dinámica confrontativa no le permitió a los líderes permanecer en el poder. Por otro lado, todos los casos mencionados son figuras no outsiders, sino fuertes críticos del statu quo, que es distinto. En este sentido, Milei sería un laboratorio con sus propias peculiaridades.
Es un fenómeno fuera del patrón habitual que no puede examinarse con las reglas tradicionales de aquellos que hicieron el cursus honorum habitual dentro del sistema político. Su llegada al poder implica que los parámetros de la propia sociedad se han modificado, al menos coyunturalmente. Con Milei, la mayoría decidió correr un riesgo, por ser una figura sin mayor experiencia política y gestión estatal. Eso puede significar que la opción alternativa no daba suficiente confianza y que la oferta ganadora disparó una expectativa especial.
Pero, ¿es efectivo ese estilo presidencial? ¿Se puede sostener en el tiempo?
En los dos primeros meses, bajó la evaluación positiva de la nueva gestión y de su imagen personal. Si bien las variaciones de opinión no dependen solo de un factor, en una primera etapa la consideración sobre el estilo influye bastante. Pocos se animan a evaluarlo por sus resultados, mucho menos en una situación tan grave como la que atraviesa Argentina. Entonces, ¿la confrontación le hace perder imagen? Al menos es seguro que no le hace ganar, tampoco podríamos decir que es neutra.
Las sociedades no pueden vivir en el clima de una revolución permanente, mucho menos en el contexto valorativo individualista del siglo XXI. Ergo, la mayoría social puede acompañar un tiempo, pero luego se desgasta en el fragor de la lucha. Tarde o temprano, en un marco democrático y libertad de opinión, predomina la evaluación por los resultados. En el caso argentino, se tratará de ver si afloja o no la inflación, y qué costo se hace soportable. Si los resultados no aparecen en un tiempo prudencial, el ojo ciudadano pasará por “peléate menos y ocúpate más de solucionar los problemas”. La sensación de distracción habitualmente es penalizada.
Liderar con un estilo confrontativo
¿Cuál es el contrato de Milei con el electorado? ¿Lo votaron para bajar la inflación, para sacar al kirchnerismo, o para terminar con los privilegios de la casta? La respuesta es, sobre todo, para lo primero. Lo segundo deriva del estado de insatisfacción con la administración anterior. Lo tercero, es la expresión del malestar, no el gran objetivo. Como indicador, debe considerarse que terminar con el kirchnerismo, lema central de la campaña de Bullrich, solo obtuvo el 24% de los votos.
¿La confrontación lo ayuda a polarizar galvanizando a su núcleo duro? Sí, pero está lejos de consolidar una mayoría electoral. ¿Eso puede hacer que supere el 30% del comicio general? Es posible, sobre todo si se considera la desarticulación —¿definitiva?— de Juntos por el Cambio. Tiene a favor que la alternativa más sólida es Unión por la Patria, perdedor frente a la opción de cambio. El resto del espectro, por ahora, es una eventual confluencia parlamentaria. Pero no se sabe si terminará por ser una coalición electoral y qué liderazgo la representaría.
Un aspecto más por analizar es la contradicción entre la necesidad identitaria y lo que le exige al presidente el proceso político–institucional al gobierno de La Libertad Avanza, parlamentariamente el más débil en cuarenta años de democracia. Dice un proverbio chino que quien persigue dos liebres, no caza ninguna. Todo ejercicio estratégico implica concentrarse y no dispersarse.
Nada le asegura al presidente que podrá consolidar una mayoría en la opinión pública con un estilo confrontativo. De modo que puede ser pan para hoy y hambre para mañana. Al mismo tiempo, los socios eventuales no se sienten cómodos con que se los utilice públicamente al servicio de una estrategia discursiva y electoral.
Por lo tanto, pronóstico reservado para la estrategia de confrontación, aunque también es una concepción del poder, no solo una necesidad pragmática. Las cuestiones axiomáticas son más difíciles de modificar en un proyecto político como este.
Artículo publicado en Newsweek el 11 de marzo de 2024.