Cuando no se sabe debatir, todos perdemos

Cuando no se sabe debatir, todos perdemos

El sano debate de ideas se ha vuelto fundamental para el fortalecimiento democrático y el respeto por la diferencia.

Por: Miguel Pastorino13 Abr, 2022
Lectura: 7 min.
Cuando no se sabe debatir, todos perdemos
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Artículo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

En un auténtico debate de ideas no ganan o pierden personas, sino que todos ganamos, porque ganan los mejores argumentos y las ideas más convincentes. En un auténtico debate de ideas todos aprendemos, incluso a matizar nuestras posiciones, a reconocer errores, a comprender la complejidad de los temas, y nos alejamos de la simplificación que polariza la sociedad. En un auténtico debate de ideas los temas de discusión nunca son la vida personal de quienes debaten. Pero cuando las personas no saben argumentar o no tienen más argumentos por falta de profundidad o de claridad, comienzan a señalar problemas o debilidades personales de sus interlocutores y, en lugar de responder al argumento contrario, pierden el debate y perdemos todos.

El grave problema que tenemos nace cuando se llama debate a lo que no lo es, cuando se confunde argumentar con agredir a las personas, cuando se confunde exponer argumentos con hacer un monólogo donde las ideas del otro no me interesan, o cuando se confunde un debate con un campeonato deportivo o un programa de entretenimiento.

Lamentablemente, los fanáticos de su personaje favorito celebran la agresión como si hubiera anotado un punto a su favor. Con tristeza y decepción uno puede encontrar cada vez más personas públicas en las redes sociales o en debates televisivos que, cuando no les gusta un argumento, agreden a quien solo presentaba discrepancias o ideas propias con todo su derecho a hacerlo. La salida más fácil y más pobre es insultar o incomodar al otro refiriéndose a su vida personal o juzgando supuestas intenciones que no tiene.

Aunque no es algo tan nuevo, viene creciendo la normalización de la agresión personal ante la discrepancia. Lo preocupante es que se vuelva tendencia el mal ejemplo político de encasillar a las personas, agredirlas si entendemos que no están de nuestro lado, aunque solo sea por prejuicio. Y tristemente no se escapa de esta práctica ningún partido político. La polarización social seguirá ganando mientras se siga confundiendo a las personas con sus ideas, y mientras no podamos mostrar aprecio y respeto por todas las personas, y que con libertad podamos criticar sus ideas sin que por ello se entienda como ataques a las personas o que tengamos que estar «de un lado o del otro».

La simplificación de las etiquetas

Cuando todo se tiene que encasillar en política partidaria no queda mucho espacio para pensar libremente. Generalmente se cuestiona como traición cualquier sospecha de no estar alineado con el propio grupo. O se etiqueta o se pretende obligar al otro a definirse en cuestiones para las que no se aceptan matices ni análisis críticos. ¿No podemos acaso discrepar con todos en algo y, a la vez, estar de acuerdo en otras cosas con ambas partes?

Es frecuente ver que se encuadra a las personas en una identidad a la que se le atribuyen ideas que esa persona tal vez no tenga. En lugar de preguntarle al otro qué piensa, es más cómodo creer que, si sabemos cuál es su partido político, su religión o su filósofo favorito, ya sabemos todo lo que piensa. La realidad de cada ser humano es mucho más misteriosa, sorprendente, diversa y compleja que nuestros esquemas simplificadores y nuestras cómodas etiquetas cargadas de prejuicios. Todos hemos visto entrevistas donde la persona queda encerrada en preguntas cargadas de prejuicios, donde ya se presupone lo que va a contestar. Dejarse sorprender sería una sana actitud para acercarse al otro.

Falacias más utilizadas

Dos falacias muy recurrentes en debates superficiales son la falacia ad hominem y la falacia del hombre de paja, y hasta se recomiendan como estrategias retóricas. ¿En qué consisten? La falacia ad hominem consiste en atacar al interlocutor en lugar de responder al argumento. Generalmente, cuando no se tiene argumentos, no se quiere escuchar a la otra parte o se la quiere desautorizar, simplemente se alude a algo personal para desviar la conversación y debilitar al otro. No es falacia cuando se ataca o se insulta a otro, sino cuando se usa el ataque o insulto como forma de rechazar su argumento. Así, no se ataca a los argumentos, sino a quien los expresa, ya sea por su origen, su partido político, su creencia religiosa, su situación económica, su pasado, su conducta moral, por problemas familiares, etc.

Un ejemplo de esta falacia sería:

—El Estado debería proteger a los más vulnerables.
—Usted nunca fue pobre, así que mejor no opine de este tema
. (falacia)

La otra falacia más usada es la del hombre de paja, que consiste en atribuir al oponente argumentos que no tiene, con el entusiasmo de que al refutarlos se demuestra la debilidad del argumento contrario. Permanentemente se atribuyen argumentos inexistentes a quienes no piensan de ese modo, solo para refutarles sin dejarles hablar. Lo cierto es que en general se argumenta contra ideas inexistentes.

La pereza para pensar lleva a discusiones simplistas y superficiales. Un ejemplo sería cuando alguien afirma: «Estoy en contra de la eutanasia porque contradice la ética médica y atenta contra la dignidad humana» y se le contesta con una falacia de hombre de paja: «Es egoísta obligar a la gente a vivir, alargándole la agonía». Que alguien esté en contra de la eutanasia no significa que obligue a alguien a vivir si no quiere, ni que le alargue la vida. Se presuponen contenidos que no están dichos en el argumento. Se le atribuyen al otro ideas que no tiene, desviando la atención de lo que afirma y llevando la discusión a un argumento ficticio fácil de rebatir.

Parecería que la verdad no importa y cada uno puede inventarse la suya. La tendencia cultural al subjetivismo extremo, a vivir encerrado en uno mismo anulando todo lo que confronta los deseos y preferencias propios, crea una creciente incapacidad para el encuentro y la valoración de la diferencia. De la inseguridad y el miedo a la diferencia nacen los fundamentalismos de todos los extremos, y se legitiman así formas de intolerancia y violencia con quienes piensan distinto.

La capacidad para el diálogo requiere otras habilidades previas, como el respeto y el reconocimiento de los otros, la valoración de la diversidad de ideas, la disposición a aprender y a corregirse a uno mismo, la búsqueda sincera de la verdad y la honestidad intelectual. El verdadero diálogo rompe el círculo de los propios prejuicios y deja entrar la voz de los otros. Solo a través de un diálogo crítico y honesto, que busca la verdad y el encuentro con los otros, podemos crecer como personas y alcanzar madurez política y democrática. Solo en la valoración y comprensión de lo distinto, en la apertura al dinamismo de las ideas, es que podemos pensar libremente y escuchar realmente a los otros.

La importancia de los acuerdos

La construcción de una sociedad que trabaje por el bien común requiere de acuerdos y de proyectos a largo plazo. El diálogo es la herramienta fundamental que nos permite avanzar, poniendo los argumentos por encima de los intereses personales.

El diálogo nos hace capaces de descubrir que no coincidimos en todo ni estamos en todo en desacuerdo; nos permite fortalecer lo que nos une y aceptar lo que nos divide, buscando también consensos en decisiones difíciles.

La comunidad política es auténtica cuando existen vínculos reales y solidarios, que, en medio de las diferencias, van más lejos de una superficial tolerancia o de respeto por normas, sino que se realiza en la construcción colectiva de un nosotros que solo se hace posible desde el respeto por la dignidad de todo ser humano y la confianza en las instituciones.

Este artículo es la versión resumida del texto publicado en el semanario Voces..

Miguel Pastorino

Miguel Pastorino

Doctor en Filosofía. Magíster en Dirección de Comunicación. Profesor del Departamento de Humanidades y Comunicación de la Universidad Católica del Uruguay.

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