Decía San Isidoro de Sevilla: “No son las piedras sino los hombres los que hacen las ciudades”. Hoy en cambio, muchos gobernantes piensan más en las piedras. Hay una tendencia de los políticos a perpetuarse en obras monumentales, las que muchas veces no contribuyen a mejorar la calidad de vida de los habitantes.
La estrategia para la sustentabilidad de una ciudad requiere de una serie de análisis previos pero, muchas veces, las urgencias políticas no permiten al gobernante armar un plan de largo alcance. Esto termina, lamentablemente, con la ejecución de obras o servicios que no tienen la coherencia necesaria para ir generando la sustentabilidad deseada.
Es imprescindible dejar claro el significado de dos conceptos que con frecuencia se usan indistintamente: sostenibilidad y sustentabilidad. El primero tiene un carácter eminentemente eurocéntrico y de países del primer mundo, ya que su preocupación “ambientalista” se orienta, principalmente, a partir de la aplicación de mecanismos jurídicos y normativos, al sostenimiento y defensa de un orden político y económico. En el caso de la sustentabilidad, esta no pretende sostener, ya que apunta a sustentar en el sentido de alentar, alimentar, cuidar, cultivar una serie de acciones no depredadoras ni exclusivas y excluyentes de explotación y usufructo de los recursos naturales. Es lo contrario a un esquema cerrado como el sostenible. Sustentar propicia valores del humanismo cristiano, como son nuevas alternativas de relación entre la sociedad, el Estado, el mercado y la naturaleza basadas en la búsqueda de un equilibrio ambiental ligado a la generación y distribución de riqueza en el marco sustentable de justicia social. Es sin duda uno de los principales desafíos que enfrenta Latinoamérica.