Noam Lupu y Fernanda Boidi son investigadores miembros del equipo del Latin American Public Opinion Project (Lapop Lab) de Vanderbilt University. El proyecto tiene como su producto más conocido el Barómetro de las Américas, uno de los estudios de opinión más relevantes para medir las actitudes de los ciudadanos frente a la democracia en Latinoamérica. Ambos son doctores en ciencia política y especialistas en opinión pública.
De acuerdo con el último Barómetro de las Américas, solo el 42% de los ciudadanos de la región dicen confiar en las elecciones. Desde principios de siglo, América Latina ha evidenciado una caída libre de la confianza en el sistema democrático, los partidos políticos y las instituciones. Por otro lado, existe un cambio en la aceptación de golpes ejecutivos y militares, así como en la validación de liderazgos autoritarios y populistas. El hartazgo social está marcando el termómetro social. Boidi y Lupu nos ayudan a comprender el panorama.
El mapa político de América Latina es totalmente diferente al de hace apenas cinco años. ¿Cómo comprender los cambios?
Fernanda Boidi (FB): En la mayoría de los países de la región hay democracia, y esto hace posible que los gobiernos pierdan elecciones. Hay transiciones. Quienes pierden lo aceptan, más o menos a regañadientes, pero eso es una buena noticia. El que los gobiernos pierdan elecciones, independientemente del signo, y que haya oposiciones vigorosas que se presentan a la elección con chances de ganar, y que ganan y generan recambios, es una buena noticia, sin duda.
Noam Lupu (LP): Me parece que lo que hemos visto desde principios de los 2000 son olas que, si bien a veces parecen ser ideológicas por el signo de los candidatos, en la preferencia de los ciudadanos no han existido muchos cambios ideológicos. Por lo cual, tanto la primera ola, llamada ola progresista o pink tide, estuvo vinculada más al cambio de ciclo económico, y no tanto con la ideología de los gobiernos. Sobre esto hay mucha evidencia.
Creo que ahora estamos mirando un fenómeno parecido. Terminó el boom de los commodities y hemos tenido cambio en el signo de los gobiernos. En las encuestas vemos en algunos países un cambio ideológico de las personas hacia la derecha, por ejemplo, en Argentina o Brasil. Pero creo que tiene que ver menos con un cambio de preferencias que con que se haya vuelto más «legítimo» llamarse de centroderecha o derecha en países que habían tenido dictaduras militares de ese signo. Ese es el único dato que notamos diferente, pero esto tampoco explica por qué se está eligiendo más gente de izquierda ahora, por ejemplo.
En los últimos años casi todos los gobiernos han perdido la elección. ¿Podemos hablar de un ciclo de hartazgo social con los gobiernos en vez de un cambio de signo?
NL: Sí, es básicamente eso lo que vemos. Hemos tenido olas de escándalos de corrupción, desde los Panamá Papers, el caso Odebrecht, la compra de vacunas y la vacunación en la pandemia, y además resultados económicos no muy buenos desde 2014 en adelante en toda la región. Eso lo vemos en las encuestas. Hay una percepción de que los políticos no están respondiendo a las preferencias de la ciudadanía, sino en función de sus intereses personales.
FB: Tuvimos una pandemia en medio. Esto catalizó procesos de descontento. La crisis de salud sumada con la crisis económica jugó en contra de los gobiernos. Salvo excepciones contadas como la de Uruguay, donde la gestión del Ejecutivo de la pandemia le permitió una mayor luna de miel en cuanto a la aceptación presidencial y del gobierno.
Ganadores en elección al gobierno nacional en América Latina (2018-2022)

¿Se espera que los números de apoyo a la democracia desciendan con el actual contexto latinoamericano?
FB: Posible siempre es. La última encuesta del Barómetro de las Américas
NL: Hemos visto en las últimas rondas una especie de ciclo de apoyo o luna de miel con la democracia luego de una elección. Se hace la elección, se generan expectativas, luego no se cumplen esas expectativas y ahí vemos el descenso del apoyo y de la satisfacción con la democracia. Sospecho que lo que vamos a ver es una diferencia entre los países que han tenido una elección hace poco versus los países que van a tener una elección. Por ejemplo, en Brasil acaba de ocurrir una elección, ahí creo que va a estar alta; mientras en Argentina, que está de camino a una elección, va a estar baja.
Antes veíamos a las democracias del llamado tercer mundo como imperfectas. Hoy notamos que incluso democracias consolidadas están en dificultades. ¿Es un problema inherente a las democracias?
FB: Por definición, las democracias son sistemas dinámicos, abiertos. Hay tensiones cuando interactúan con otros sistemas. Es, incluso, por definición, frágil, porque está diseñada para cambiar constantemente. Depende de cómo funciona el sistema de partidos, la división de poderes, la fortaleza de las instituciones.
NL: La fortaleza y debilidad de la democracia es que se puede autocorregir. Una dictadura no tiene esa capacidad de alternancia si las cosas no van bien. Por tanto, como ciudadanos tenemos que creer en la capacidad de la democracia de corregir el rumbo del país. La debilidad concreta es que se puede convencer a la ciudadanía, y en algunos casos con razón, de que las instituciones no están funcionando. Esto es lo que básicamente hace el populismo, erosionar la legitimidad de las instituciones democráticas.
Existen casos paradigmáticos. El Salvador, por ejemplo, es uno de los países donde más se apoya la democracia con 73%, por encima del 61% que promedia la región. Sin embargo, tienen un presidente con prácticas abiertamente autoritarias, pero con alta popularidad. ¿Cómo comprender este fenómeno?
NL: Es un caso paradigmático de lo que se ha visto también en Hungría, Polonia, Turquía o Rusia, y que se ha denominado democratic backslading. En la época de los golpes ya sabías que los militares daban un golpe y se acababan las democracias. Hoy en día este proceso se gestiona desde adentro, a través del apoyo popular, debilitando a las instituciones y a la lógica de funcionamiento de las democracias. El presidente Bukele, por ejemplo, pide al pueblo, con un mensaje muy populista, que luche contra las élites, la élite política, económica, las corporaciones.
FB: La democracia, aunque cada vez más vaciada, es el sistema que tienen hoy los salvadoreños. Entonces, los ciudadanos están contentos por la gestión y por cómo actúa la figura visible de poder que es el presidente. Si vamos a los datos, vemos que es el país con la proporción más alta de ciudadanos que están dispuestos a tolerar un golpe del Ejecutivo. Un 51 % piensan de esta manera. Es decir, justifican que el presidente cierre el Congreso. Ha existido un trabajo intenso, aunque a veces poco perceptible, de erosión de la democracia, pero todavía no llega a ser visto por grandes mayorías de ciudadanos, al menos en el caso de El Salvador. El mismo dato se vio en Venezuela. En 2007 y 2008 los valores de satisfacción con la democracia eran altísimos. Cuando comenzó a decaer la democracia como todos sabemos, estos valores comenzaron a caer en picada.
El estrecho margen en el resultado electoral entre Lula y Bolsonaro en Brasil, después de que las encuestas daban una diferencia más holgada a Lula, ¿habla del crecimiento del voto vergüenza en apoyo a expresiones autoritarias de la política?
FB: No hemos visto la suficiente cantidad de evidencia como para decir que es un fenómeno en crecimiento en la región. Sí hay indicios, por varias situaciones como las elecciones en Estados Unidos, Colombia o Brasil, que indicarían que es un tema presente. Hay factores que van en el mismo sentido y que configuran un problema metodológico porque es difícil medir lo que ocurre. Por un lado, una cierta cantidad de personas no están de acuerdo de declarar su afinidad política real. Hay gente más proclive a contestar que otra (por sus caracterísitas de personalidad, por su disponibilidad de tiempo, o porque odian a las encuestas) y eso puede incidir tambien en los resultados reportados. Por el otro, un cambio a muy último momento en la preferencia de voto antes de la elección, que no es registrado por las últimas muestras antes del día del día D.
En Brasil, por ejemplo, las estimaciones de las encuestas tuvieron un error en el voto a Bolsonaro. Es decir, el voto vergüenza estaba asociado con eso, no necesariamente con el voto a Lula. Es complejo, porque las encuestas ya no son únicamente un insumo, sino que se toman como un jugador más y por tanto como instrumento para orientar el voto.
De acuerdo con el Barómetro de las Américas, menos de la mitad de las víctimas de corrupción o con mala situación económica o que no apoyan al gobierno de turno, no confían en las elecciones. ¿Hay ahí una clave para la agenda de trabajo del sistema político?
NL: Sí, el tema de confianza en las elecciones es fundamental. Esto es importante y permite a la clase política, como se ha visto claramente en Estados Unidos, movilizar a las élites que pierden y generar un movimiento para deslegitimar el sistema democrático. No solo hay que enfocarse en que haya más confianza, sino en que los ciudadanos entiendan cómo funcionan las elecciones. Tiene que haber información para comprender que es poco razonable que exista un fraude electoral a los niveles nacionales que se ha alegado por ciertos candidatos y presidentes.
FB: Hay un desafío gigante de generar herramientas para que las personas puedan acceder a la información y tomarse una pausa para pensar «este dato es razonable y confiable, o no lo es», y en consecuencia discernir para hacerse una opinión con base en hechos reales.
El hecho de que las instituciones funcionen mejor para atender las necesidades de las personas, disminuir las prácticas corruptas y mejorar los servicios, tendrá un efecto derrame en la confianza en las elecciones y la democracia. Eso es lo esperable.