Hacia finales de la década de 1990 el actual presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, firmó un libro junto al ex primer ministro del Reino Unido, Tony Blair, titulado La Tercera Vía: una alternativa para Colombia. Tres lustros más tarde, una vez reelegido en unas reñidas elecciones que sirvieron de termómetro para apoyar su política de negociación de paz con la guerrilla de las FARC, Santos ha vuelto a poner la tercera vía sobre el tapete.
Hay que comenzar recordando que Santos construyó su carrera como uno de los representantes tradicionales del establishment colombiano, moviéndose con comodidad entre el periodismo como miembro de la familia que fue propietaria del periódico de mayor influencia nacional (El Tiempo), el Partido Liberal y como líder visible en gremios económicos. Sin embargo, ese Santos durante el mandato de Álvaro Uribe —miembro de la clase terrateniente— sumó sus esfuerzos a la coalición de derecha y llegó a ser su ministro de Defensa estrella, entre 2006 y 2009.
Pero la realidad en política es que a veces las lealtades se desvanecen. Así, una vez elegido presidente, Juan Manuel Santos se desmarcó de Uribe, de su rígida política de seguridad democrática hacia el interior y de unas conflictivas relaciones exteriores con los representantes de la izquierda regional más radical, para recomponer luego el diálogo con Venezuela y Ecuador.
Álvaro Uribe es justamente su mayor opositor. Ahora con asiento en el Congreso y una fuerte bancada, se opone furiosamente a todo lo que predique Santos y sus seguidores advierten que un posible arreglo con las FARC abriría las puertas del castrochavismo. Quienes rodean el gobierno insisten en que esto no será así. Se puede plantear que técnicamente Santos no busca otra cosa que la defensa de un mercado y a la vez un intervencionismo redistribuidor, que está dispuesto a hacer coalición con otros sectores políticos, que apoya el crecimiento económico como clave para disminuir la pobreza y que su política exterior está basada en el diálogo y no en la confrontación.
En su carrera política y en su afán por entablar la paz en Colombia, Juan Manuel Santos ha demostrado ser un gran apostador (un hábil jugador de póker, dicen algunos), dispuesto a dar virajes inesperados y ahora hasta bordear los principios de la socialdemocracia, con el fin de encontrar puntos de comunicación en sectores de izquierda y derecha. Que todo esto tenga algo de castrochavismo suena dudoso, pero ya veremos si logra sus objetivos.