Salir de la inercia: el imperativo de incluir el ambiente en la agenda política

Las inercias de nuestro sistema económico perpetúan una degradación ambiental a la que nuestras sociedades no están logrando hacer frente. La democracia debe ayudarnos a articular una manera de relacionarnos con nuestro entorno que nos impida franquear los límites planetarios.

Por: Nicolás Dorronsoro14 Ene, 2025
Lectura: 5 min.
Salir de la inercia: el imperativo de incluir el ambiente en la agenda política
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Artículo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

Tuve la suerte de asistir en diciembre a una iluminadora charla en la Universidad Católica del Uruguay (UCU) sobre los desafíos de la democracia hoy, en la que intervinieron los doctores Ángel Arellano y Miguel Pastorino. Me gustaría complementar algunas de las ideas que quedaron resonando entonces desde un enfoque ambiental y sustentable.

Ciertamente vivimos tiempos convulsos. La incertidumbre que genera la gran aceleración en la que estamos inmersos suscita una sensación térmica de que “la humanidad no sabe a dónde ir”, como se afirmó en el evento. Sin embargo, creo que la humanidad sí comienza a saber hacia dónde no puede ir.

Problema del presente

El pasado 18 de noviembre, Carbon Brief, una organización especializada en cambio climático (CC), actualizó su mapa interactivo sobre cómo este fenómeno ha influido en eventos meteorológicos extremos en los últimos veinte años. La última versión del mapa abarca a más de 600 estudios de atribución que analizan casi 750 eventos meteorológicos extremos desde 2004. En el 74% de los casos, los eventos se volvieron más probables o severos debido al CC. Esto debería ayudar a entender que el CC no es un problema del futuro, sino del presente.  Si existen “verdades fácticas incomodas”, tal y como se señaló en el conversatorio, “la verdad incómoda” por antonomasia sigue siendo, y cada vez más, aquella de la que nos habló el exvicepresidente de los Estados Unidos Al Gore en el año 2006, en el documental del mismo nombre.

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Como señala Daniel Gilbert, uno de los fundadores de la psicología prospectiva, si científicos extraterrestres quisieran destruir nuestra especie, no enviarían pequeños hombres verdes para hacernos volar en pedazos, porque activaría nuestros mecanismos de defensa. En su lugar, inventarían algo como el calentamiento global. Pasaría desapercibido para el cerebro humano, porque no somos buenos actuando ante amenazas a largo plazo. Esa es una de las razones por las que los artículos que alertan sobre las graves consecuencias del CC no permean en la opinión pública. El último, aparecido en Nature Communications, evalúa la mortalidad global atribuible al CC y a la contaminación hasta finales del siglo XXI. Los resultados proyectan que los fallecimientos por estos dos factores podrían cuadruplicarse y alcanzar hasta 30 millones de muertes anuales a finales del siglo.

Separados de la naturaleza

El doctor Miguel Pastorino señaló también en el conversatorio que la “hipertrofia del individualismo” es el gran mal de nuestro tiempo. Para entender las razones de esa hipertrofia, me parece importante subrayar que nuestro individualismo se alimenta de una cosmovisión en la que el ser humano (en nuestra cultura occidental) se autopercibe separado de la naturaleza. Separado, es decir, autónomo, independiente.

Gracias a la ciencia, sabemos que esto no es así. Somos parte de la biosfera, que interactúa con un gran sistema climático. Un sistema que nos ha sido propicio durante los últimos diez mil años (el Holoceno). Sin embargo, este es un descubrimiento muy reciente en términos culturales. Por lo que aún no es parte de nuestra cosmovisión. Se trata de un gran cambio de paradigma en el que aún no hemos aterrizado. A diferencia de otros pueblos, seguimos sintiendo que la naturaleza es otra cosa”. Esa es una razón fundamental de su destrucción. El “individualismo feroz”, que señalaba Pastorino, es feroz con el ambiente porque desconoce que el ser humano lo integra. Al destruirlo, sienta las bases de su propia destrucción.

De ahí la importancia de que, en términos democráticos, comprendamos que respetar el bien común es también respetar nuestros bienes comunes (global commons). Hoy están en juego. No solo para nuestros contemporáneos, sino para los que están por venir. Textos como los Principios de Maastricht sobre las generaciones futuras nos ayudan a proteger a los que vendrán. Pero las inercias son muchas y poderosas, tanto en nuestra manera de aproximarnos al conocimiento, como en nuestra consideración de cuál es el fundamento de la prosperidad, o en el propio funcionamiento de nuestro sistema energético.

Perspectiva de desarrollo

Joan Martinez Alier señala célebremente que todos los estudiantes de economía deberían limitarse a estudiar ciencias de la tierra en su primer año. Una vez que conocieran la casa en la que se encuentran (“Oikonomia”), estarían preparados para estudiar economía en su comprensión principal (“Crematística”, o la búsqueda de ganancias). Parece una boutade, pero la evidencia de la degradación ambiental nos dice lo contrario. Sin embargo, en una academia en la que el conocimiento sigue estando fundamentalmente fragmentado, es una propuesta poco viable. Esta segregación del conocimiento obstaculiza la difusión de enfoques como el de los límites planetarios, si bien ya está siendo progresivamente aceptado en el pensamiento mainstream.

Por otra parte, independientemente de la alerta científica sobre el daño ambiental, los Estados siguen considerando el crecimiento del PIB como principal indicador económico de desarrollo. Pese a las numerosas proyecciones sobre las consecuencias económicamente inasumibles de superar el límite de 2,0 °C, y la consiguiente necesidad de una acción concertada, los Estados contemplan la amenaza climática como un elemento más de su agenda internacional en un abordaje realista clásico de las RI (Walt). Esta actitud se basa en buena medida en la creencia de que el desarrollo tecnológico permitirá a la humanidad descubrir y desplegar tecnologías que resuelvan la amenaza ambiental a gran escala antes de que sea demasiado tarde. Es un camino contrario al principio de precaución.

La resistencia al cambio de nuestro sistema está impulsada por una poderosa inercia económica. Dos siglos de energía barata de combustibles fósiles y un siglo de una economía lineal que extrae recursos para satisfacer a una sociedad de consumo infinito son tiempos considerables a escala humana. Cambiar esa inercia es particularmente complejo cuando el daño  ambiental se produce lentamente para nuestros sentidos. Es un fenómeno conocido como “síndrome de línea base cambiante”, ejemplificado en la conocida metáfora de la rana en la olla de agua caliente.

En nuestra capacidad para solucionar estos desafíos se halla, en mi opinión, el siguiente gran relato de sentido para todos.

Nicolás Dorronsoro

Nicolás Dorronsoro

Docente sustentabilidad (Centro Berit, UCU). Licenciado en Comunicación (Universidad de Navarra). MA RRII (Instituto Universitario Ortega y Gasset). MSc Political Sociology (LSE). MSc en Climate Change and Development (SOAS) (en curso). Co-coordinador de la red AUSJAL de ambiente y sustentabilidad.

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