Cuando el gobierno de Joe Biden modificó su política de lucha contra la corrupción para América Latina la relación con Paraguay entró en una fase de profunda tensión. Las sanciones económicas y administrativas impuestas a figuras políticas clave, como el entonces vicepresidente Hugo Velázquez y el expresidente Horacio Cartes (actual líder del Partido Colorado), afectaron la estabilidad del vínculo bilateral y obligaron al gobierno a replantear su estrategia.
Ante este escenario, el presidente Santiago Peña optó por una jugada arriesgada que dependía tanto de su gobierno como del electorado estadounidense. Por un lado, mantuvo una relación cordial con la administración de Biden, proyectándose como un aliado confiable, aunque sin ocultar su malestar por la política de sanciones. Por otro, reconociendo la mala relación del cartismo con la embajada estadounidense y el Poder Ejecutivo, el gobierno buscó diversificar los canales de diálogo con Washington. De esta manera, Paraguay fomentó un relacionamiento dual, sosteniendo los vínculos tradicionales, pero a la vez estrechando lazos con el Congreso de Estados Unidos. En especial con el Partido Republicano, con la intención de mejorar su imagen y exponer su propia versión de los hechos.
El esfuerzo dio frutos con la victoria de Donald Trump. Las gestiones diplomáticas de Peña, incluyendo reuniones con personalidades como Marco Rubio, cobraron relevancia con la designación del senador como secretario de Estado. De haber ganado el Partido Demócrata, los esfuerzos del lobby cartista habrían sido en vano. Sin embargo, el triunfo republicano consolidó la apuesta del equipo de Peña, abriendo un camino que antes no existía.
Rol de Marco Rubio y nuevo comienzo
La primera señal del inicio de una nueva etapa en la relación bilateral fue el encuentro entre Peña y Rubio a poco de asumir el cargo. Previo a su nombramiento, el entonces senador republicano ya había expresado su respaldo al gobierno paraguayo. Se adhirió a los cuestionamientos contra el exembajador estadounidense en Asunción, Marc Ostfield, quien se identificó como el rostro visible de las sanciones impuestas por el gobierno central. No obstante, Rubio también demostró su postura nacionalista al votar en contra de la apertura del mercado estadounidense a la carne paraguaya. Era un tema de agenda que generaba grandes expectativas en la sociedad ganadera paraguaya. Estas contradicciones delinean el futuro de la relación en los próximos años: Rubio será un amigo para Paraguay siempre y cuando los intereses de Estados Unidos no digan lo contrario.
No obstante, Marco Rubio no es el presidente. Las recientes acciones de Trump hacia América Latina, como el aumento de tarifas a aliados y un giro geopolítico agresivo dentro y fuera del continente, no resultan tan alentadoras. Si bien Peña ha buscado diferenciar a Paraguay de otras problemáticas regionales—alegando que el país no representa un problema migratorio, no tiene lazos con China y no exige nada a cambio de su amistad—, la imprevisibilidad de Trump sugiere que ninguna nación, aliada o adversaria, está exenta de sus decisiones unilaterales.
Intereses no garantizados
Un indicio claro de la inestable posición de Paraguay en la agenda de Trump fue la ausencia de una invitación oficial a Peña a la ceremonia de asunción. Si bien pocos líderes extranjeros fueron convocados, en Paraguay tomaron nota del gesto. Peña quedó en una mala posición a nivel interno. Rubio podrá encargarse de la estrategia bilateral. Pero la dirección de la política exterior de EEUU depende exclusivamente del presidente.
Asimismo, contar con el visto bueno de un gobierno más favorable no garantiza que los intereses del cartismo se traduzcan automáticamente en beneficios concretos. Este es, sin duda, el escenario más favorable para Horacio Cartes y sus aliados. De todos modos, la estructura gubernamental de EEUU opera a través de agencias con autonomía y prioridades propias. Paraguay, con su limitado peso en la agenda de Washington, difícilmente pueda influir en esa dinámica interna a fin de obtener resultados favorables.
De la ventaja a la próxima estrategia
El gobierno de Paraguay tiene dos caminos a seguir: la constancia del tejedor, que pacientemente refuerza sus lazos, o la adaptación del navegante, que ajusta su rumbo según los vientos políticos. Si Peña aspira a mantener estabilidad sin sobresaltos, su mejor estrategia sería mantener un perfil bajo y continuar con su rol de aliado incondicional. Sin embargo, si su objetivo es aprovechar la coyuntura para satisfacer las demandas del cartismo—en particular, lograr el levantamiento de las sanciones a Cartes y otros miembros de su partido—, su camino será más complejo. Para congraciarse con Trump, deberá alinearse con los sectores más radicales de la derecha internacional, obligándolo a Peña a asumir una postura que le resulta incómoda.
Paraguay ganó una apuesta clave. Pero su verdadero reto será transformar esta ventaja en una estrategia a largo plazo. La relación con Trump le ofrece una oportunidad a Peña. Pero también lo obliga a navegar en un entorno volátil con un socio impredecible. Esta vez, con su cuota de suerte agotada, el éxito de la relación bilateral entre ambos países dependerá plenamente del lado paraguayo.