El país se suma a la ola de protestas ciudadanas que marcan a 2019.
Siete días con sus noches cumplió el ciclo de protesta ciudadana en las principales ciudades de Colombia. Un paro laboral, convocado para el 21 de noviembre, dio inicio a un nuevo ciclo de inconformidad, que llevó ese día a que Bogotá y Cali incluso cerraran la jornada con un toque de queda nocturno en medio de reprochables actos vandálicos, lo que recordó la última gran desafiante huelga histórica que atravesó el país en 1977.
Y siete días se traducen en una semana, que en términos políticos es tiempo considerable o directamente un viacrucis, más cuando a la presidencia de Iván Duque, pactada a cuatrienio, le restan menos de tres años para cumplir una gestión que inició con una actitud conciliatoria aunque defensiva, que se ha debatido entre la personalidad dialogante del mandatario y una oposición que no solo ejerce la clase política ajena al centroderecha que representa, sino la del ala radical de su propio partido y jefe político, el Centro Democrático del expresidente Álvaro Uribe. Y esto, como el análisis político previo ya lo anticipaba, se veía venir.
Pero el caso de Colombia no es aislado. Se suma al ciclo de protestas que inundan al mundo, desde París a Santiago, de Hong Kong a Cataluña. Ya se habían presentado inconformidades en la zona rural del departamento del Cauca, donde los indígenas denunciaron asesinatos contra su comunidad perpetrados principalmente por delincuentes vinculados al narcotráfico —a la par que han sido muertos defensores de los derechos humanos en todo el país—, y en la propia capital, donde los estudiantes de las universidades públicas y privadas se unieron para condenar la corrupción y la crisis educativa.
¿En qué se parecen y diferencian todas estas protestas? Un punto básico de similitud es que la protesta es un rasgo de democracia o un signo democratizador, un derecho participativo resguardado por los principios de las democracias liberales o de las que aspiran a serlo. Y aunado en la actualidad a una suerte de clase media en construcción, que amplía sus demandas a medida que se consolida o siente que pierde sus novedosos privilegios en un marco de desigualdad aún imperante, como lo ejemplifica América Latina.
Como diferencias están los contextos particulares, que arrastran trayectorias más o menos autoritarias o democráticas, ciclos económicos de mayor o menor crecimiento e intereses puntuales, que van desde reivindicaciones de clase a posturas nacionalistas. En el caso de Colombia se puede inferir que, aunque las protestas han afectado la tranquilidad de varios sectores, el comercio y el transporte público, y existen cobardes encapuchados que las denigran además de meros oportunistas, son una expresión positiva en una sociedad civil que durante largo tiempo y la existencia del conflicto armado abierto con las FARC por más de medio siglo fue mayoritariamente pasiva y codeudora.
Colombia justamente rompió su silencio cuando el ministro de Defensa de Iván Duque se vio obligado a renunciar en medio del escándalo que supuso la revelación de que en un ataque a un campamento de disidentes de las FARC murieron varios menores de edad, poniendo en la superficie el antiguo drama del reclutamiento de niños y niñas por actores ilegales y las persistentes violaciones a los derechos humanos. Y mientras el Gobierno hacía un enroque de funcionarios para tapar sus fallas gerenciales, ¡su embajador en Washington fue puesto en evidencia al salir a la luz pública una conversación en que defenestra al viejo ministro, al antiguo canciller y al Departamento de Estado de los Estados Unidos!
De esta forma, la agenda de Duque, que se inició con un esfuerzo internacional compartido por deponer a Nicolás Maduro en Venezuela, pasó obligatoriamente a tener que concentrarse en la política interna y abrir un ciclo de diálogos con representantes de estas protestas, que más allá de sus zonas grises conceptuales, la violencia, el vandalismo y el ocasional uso desmedido de la fuerza oficial que ya cobró la vida de un joven, radica en encontrar un punto medio, como la psicología social nos advierte, en los actos de masas, donde la racionalidad se pierde habitualmente entre las emociones desatadas.
Voceros de las movilizaciones han logrado reunir trece puntos que tendrán que comenzar a ser resueltos por el gobierno colombiano en los próximos días: retirar el proyecto de reforma tributaria en el Congreso; derogar la creación de un holding financiero estatal; derogar la estabilidad laboral reforzada; disolver el Esmad (fuerza antidisturbios) y depurar la policía; retirar la reforma pensional; no presentar la reforma laboral y modificar el Plan Nacional de Desarrollo; no privatizar ni enajenar bienes del Estado; cumplir acuerdos con estudiantes, indígenas, trabajadores estatales y maestros oficiales; dignidad agropecuaria para este sector; cumplir e implementar los acuerdos de paz de la Habana con las FARC; tramitar en el Congreso proyectos de ley anticorrupción; derogar el impuesto para financiar la empresa Electricaribe; y definir y conciliar la protección ambiental de los páramos.
Solo las próximas semanas podrán develarnos si el Gobierno de un bienintencionado pero debilitado Iván Duque es capaz de escuchar y conjurar esta crisis democráticamente, resolviendo un amplio plan que lo obliga a repensar y casi negociar el resto de su periodo, y si Colombia en su conjunto es un país que a pesar de sus desafíos ratifica su compromiso con la democracia y el bien común o se arriesga a caer en las garras del populismo.
Mientras lo averiguamos, aquí va un decálogo para una protesta positiva en el mundo de hoy.
Decálogo para la buena protesta
- ¿Tiene usted clara la razón o razones por las cuales sale a protestar?
- ¿Entiende que la protesta es producto de un cúmulo de razones y emociones tanto colectivas como particulares, por supuesto, variables?
- ¿Está en capacidad de expresar con claridad un mensaje o comunicar las razones que lo llevaron a protestar?
- ¿Le es posible reconocer que la protesta es plural y respeta tanto a los que piensan distinto dentro de ella como a los que no desean participar de ella?
- ¿Se siente habilitado para dialogar y debatir civilizadamente dentro y fuera de una protesta, incluso con quienes no piensan como usted?
- ¿Es consciente de que la protesta dignifica la democracia cuando no es violenta y la denigra cuando es vandálica, irrespetuosa y egoísta?
- ¿Reconoce la importancia de cuidar de su ciudad, de sí mismo y de los demás durante una manifestación pública verdaderamente solidaria?
- ¿Está dispuesto no solo a criticar a quienes ejercen habitualmente la toma de decisiones como a admitir la responsabilidad ciudadana que le cabe?
- Así como se exige trasparencia, equidad, democracia, paz y otros valores en la esfera pública durante la protesta, ¿los ejerce usted en su esfera privada?
- ¿Está lo suficientemente motivado para mantener su ideal de demandas individuales o colectivas más allá de la protesta puntual de la que toma parte?