Los resultados de las elecciones intermedias en Estados Unidos del martes 8 de noviembre se encaminan a confirmar una regla no escrita de la política estadounidense: en general, el partido del presidente en ejercicio pierde escaños en el Congreso. Un porrazo cuya gravedad siempre depende de la aprobación que recoja el inquilino de la Casa Blanca.
El Partido Demócrata (PD) en el poder era consciente de que le esperaba una noche difícil. El precedente histórico muestra que el oficialismo ha perdido posiciones en el Congreso en la casi totalidad de las elecciones intermedias desde la segunda mitad del siglo XIX. La excepción más cercana en el tiempo fue la victoria del Partido Republicano (PR) de George W. Bush luego del ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001, lo que habla a las claras de que solo una circunstancia excepcional es capaz de torcer un potente antecedente.
Lo sorprendente en esta oportunidad es que no hubo una superioridad abrumadora del Partido Republicano (PR) como pronosticaba el conjunto de las encuestas, particularmente en la Cámara de Representantes.

Es incierta al día que se publica este artículo la posibilidad de que el Partido Demócrata pierda su ínfima mayoría del Senado (50-50). Sin embargo, mantendrán el voto decisivo de la vicepresidente Kamala Harris.

Aunque se trata de una instancia comicial para renovar los 435 escaños de la Cámara de Representantes, 35 del Senado y gobernadores de 36 de los 50 estados, y el presidente no figura en ninguna boleta, las elecciones parciales terminan siendo también una suerte de referéndum sobre la gestión del gobierno federal.
La mochila de Biden
En ese sentido, el presidente Joe Biden llegó con una mochila pesada: una baja popularidad en comparación con la serie histórica de los mandatarios estadounidenses. Le jugaron en contra la herencia de la política pandémica de su antecesor Donald Trump; la inoperancia de su administración como consecuencia de la polarización política; la incertidumbre económica, la exorbitante inflación que, sumada a la crisis energética, disparó el precio de los combustibles; el aumento de la criminalidad; y la problemática de los migrantes, una asignatura que sigue pendiente. Finalmente la guerra de Rusia contra Ucrania, a 7.800 kilómetros de distancia de Washington, involucra a EEUU con apoyo militar y logístico, y una descomunal ayuda económica que divide las opiniones en el país.
Pero, en paralelo a los numerosos handicaps, los postulantes demócratas pudieron verse favorecidos por la anulación del derecho al aborto en la legislación federal y el cúmulo de graves irregularidades o denuncias acerca del proceder de Trump en el ejercicio del gobierno, desde su involucramiento en los hechos que desembocaron en el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, documentado en un comité del Congreso, hasta la investigación judicial por robo de documentos oficiales calificados como secretos de Estado.
La política, como la vida misma, nunca es unidireccional y termina reflejando la influencia de múltiples factores, unos más que otros, según las inquietudes e intereses de un electorado multicultural y multigeneracional. En definitiva, sumas y restas de la ciudadanía en función de multiplicidad de expectativas.
Con esa perspectiva, y aún con resultados en juego, es posible extraer las siguientes conclusiones.
Una ola roja apenas ondulada
La estrecha mayoría a favor del PR en la Cámara puso en entredicho las predicciones de las encuestadoras de que el avance opositor podía compararse a una ola sísmica. Más bien podría calificarse como una ola ondulada, que no llega a romper con bravura y se trasforma en espuma cuando llega a la orilla.
Los sondeos presagiaban que el PR sumaría en estas elecciones intermedias entre 10 y 25 escaños en la Cámara Baja, incluso más, y en realidad terminará consiguiendo muchos menos escaños.

Es inocultable el retroceso demócrata, pero está lejos de significar una gran derrota, pese a la baja popularidad del presidente, la preocupación del electorado por la marcha de la economía y los precios por las nubes.
Los resultados parciales dejan al desnudo que el PR tuvo una ganancia muy menor con relación al desempeño opositor histórico en elecciones intermedias.
En definitiva, podría considerarse que es un buen resultado para los demócratas, especialmente el castigado Biden, no tan bueno para los republicanos y definitivamente pésimo para las ambiciones políticas de Trump.
La caída de Trump
Al expresidente republicano nunca se le puede decretar la muerte política. Ha demostrado ser un líder que sabe sobreponerse a la adversidad y sortear con arrojo los obstáculos que se le presentan por su personalidad divisiva.
Pero su apoyo a postulantes perdedores y su involucramiento en una campaña que había generado muchas expectativas al PR, le dejan una profunda herida que entorpecen su revancha en el gran juego presidencial de 2024.
Los republicanos ganadores rápidamente podrían concluir que se terminó el tiempo de Donald Trump y enfilar hacia otros referentes partidarios, como Ron DeSantis, el gobernador de Florida, uno de los principales triunfadores de la noche electoral.
El pasado domingo 6, en un acto en Florida, Trump dijo a sus votantes enfervorizados: «Probablemente tendré que hacerlo de nuevo». Pero las urnas, sin embargo, le están diciendo otra cosa.
La victoria apabullante de DeSantis
En las antípodas del desempeño pobre de Trump se ubica el gobernador de Florida, Ron DeSantis, que retuvo el cargo con un margen a su favor de casi 20 puntos porcentuales.
En política importa el partido ganador, pero también quiénes son los postulantes que explican la victoria.
DeSantis, de 44 años, se ha convertido en un fuerte competidor de Trump en la interna partidaria, con un respaldo abrumador de los votantes hispanos. Su reacción luego de los comicios da la impresión de que su carrera hacia la candidatura presidencial comenzó ayer mismo. «Para mí, la lucha apenas comienza», dijo el gobernador que cosechó entre 57 % y el 59% de los votos contra el demócrata Charlie Crist.
DeSantis podría ser una oportunidad de oro del PR para recuperar un partido fagocitado por Trump —por la responsabilidad de dirigentes que optaron por resguardarse en la capa populista— y alejado de sus raíces en muy poco tiempo.
El exitoso gobernador podría ser la gran apuesta republicana para la renovación y avanzar hacia un nuevo contrato del partido de Lincoln que le permita captar nuevos (y viejos) votantes, todos decisivos para regresar a la Casa Blanca.
Desafíos
Los resultados de las elecciones intermedias vuelven a exhibir un país fuertemente polarizado, que deja a Biden atado de pies y manos, impidiendo que avance la agenda reformista mandatada en las urnas en las elecciones de noviembre de 2020.
No es difícil de prever que el alivio de Biden por evitar una rotunda derrota demócrata durará muy poco, el tiempo que demore en advertir que enfrentará más obstáculos para gobernar en un tiempo tan tumultuoso que exige acuerdos bipartidistas de largo aliento.
Más fango en el agua política es el mensaje esencial de los electores: un triunfo republicano ajustado y un presidente sin mayorías propias en momentos de una polarización radical problematizan aún más la conversación democrática. Las urnas, lamentablemente, hablaron muy mal sobre esto.
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