El presidente Luiz Inácio Lula Da Silva ha planteado una discontinuidad relevante con respecto a sus predecesores en su aproximación hacia Hispanoamérica, región que desde un punto de vista geopolítico convencional representa su primera y más cercana zona de influencia.
Revitalizar la Unasur
En el ámbito iberoamericano, el actual presidente brasileño y cofundador del Foro de São Paulo ha persistido no sólo en el intento de ejercer un liderazgo más nítido, extrovertido e incisivo que los demás mandatarios brasileños, sino también en la voluntad de respaldar un giro general hacia la izquierda. Ambos propósitos se vieron reflejados en la creación de la Unión de Naciones del Sur (Unasur). Este es un esquema de cooperación regional sin propósitos demasiado claros, salvo el de fungir como un foro político donde Brasil ha terciado en los distintos conflictos internos regionales para, finalmente, terminar favoreciendo a los gobiernos afines ideológicamente.
Con miras a consolidar esa línea de política exterior, el presidente brasileño convocó a sus homólogos sudamericanos a una reunión en Brasilia, celebrada el martes 29 de mayo. Evidentemente, al tratarse de Sudamérica, el propósito fundamental era el relanzamiento de la Unasur, esquema que había caído en cierta mengua tras el retroceso de la primera marea rosa —de la que participaron Kirchner, Chávez, Mujica y Bachelet— y luego de ciertos escándalos vinculados a la construcción de su faraónica sede, el edificio «Néstor Kirchner» en Ecuador.
La fecha y ubicación de esta reunión presidencial no sólo se pensó para revitalizar a la Unasur como eje de la política exterior brasileña hacia el resto del subcontinente. También sería una forma de ir alineando a una buena parte de los gobiernos que, al ser igualmente miembros de la Celac, participarán de la cumbre que tendrá lugar entre dicho organismo y la Unión Europea en Bruselas los días 17 y 18 de julio. Todo indica que el presidente brasileño aspiraba a llegar a dicho encuentro como líder destacado de América Latina, con las cosas atadas y bien atadas para ejercer de interlocutor regional ante el bloque europeo.
Paso en falso
Sin embargo, las cosas no salieron a pedir de boca para Lula Da Silva. Hay ciertos límites no deben ser sobrepasados. Si bien puede tolerarse que una potencia regional busque ejercer cierto liderazgo en su ámbito de influencia, e incluso que sus gobiernos de turno dejen entrever sus preferencias ideológicas, lo que no puede aceptarse en un «ecosistema regional esencialmente democrático» es que dichas preferencias condicionen la pauta a seguir en la política regional. Y mucho menos cuando estas conducen claramente hacia la progresiva aceptación de actores que, a todas luces, no sólo se apartan de las normas que rigen la convivencia democrática en la región, sino que además actúan denodadamente para su definitiva supresión.
Por tales razones, es preocupante que Da Silva no sólo haya invitado a Nicolás Maduro a esta reunión en Brasilia. Además, en una reunión bilateral previa, afirmó públicamente que el régimen chavista ha sido objeto de una «narrativa» malsana y falaz que lo calumnia y descalifica ante la comunidad internacional. Maduro —según aconseja el brasileño— tiene el deber de contrarrestar esta narrativa.
Lamentablemente, no se trata de un lapsus ni de un mero error desafortunado. Un examen cuidadoso del pasado permite constatar que los gobiernos de Lula Da Silva se han caracterizado por desplegar una línea de apoyo tan sistemático como sutil al chavismo. No han importado la deriva autoritaria de Chávez y Maduro, ni la dinámica depredadora, ni las masivas violaciones a los derechos humanos que han apadrinado. Estos desmanes propiciaron el mayor éxodo en la historia del continente americano, casi la cuarta parte de la población venezolana.
Controversia regional
Sin embargo, cabe destacar que este episodio no pasó por alto sin más. Las palabras de los presidentes Luis Lacalle de Uruguay y Gabriel Boric de Chile, cuestionando las declaraciones de su homólogo brasileño, merecen el mayor de los respaldos. Lacalle señaló con determinación que «si hay tantos grupos en el mundo tratando de negociar para que la democracia sea plena en Venezuela

Boric, por su parte, demostró que las afinidades ideológicas no deben traducirse en solidaridades automáticas, al señalar que el sufrimiento de los venezolanos «no es una construcción narrativa; es una realidad, es seria y he tenido la oportunidad de verla en los ojos y el dolor de cientos de miles de venezolanos que hoy día están en nuestra patria».
En suma, los presidentes de las dos democracias más ejemplares de Sudamérica aclararon que la tragedia venezolana no puede despacharse como un asunto meramente «narrativo». Se trata de una realidad que debe afrontarse. Y ambos nos recuerdan que o jeito brasileiro no puede dar para tanto como para hacer pasar por bueno o aceptable lo que en realidad es atroz.
¿Consenso de la cumbre Lula?
El paso en falso del presidente Lula permite entender por qué la declaración final de nueve puntos de esta cumbre, denominada Consenso de Brasilia, no menciona a la Unasur. Sí aparece la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi) —organismo al que Lacalle hizo alusión explícita— en el punto 5, y señala el compromiso con la democracia y los derechos humanos (punto 2).
El séptimo punto de la declaración contempla el establecimiento de un «grupo de contacto, encabezado por los cancilleres, para evaluación de las experiencias de los mecanismos sudamericanos de integración y la elaboración de una hoja de ruta para la integración de América del Sur, a ser sometida a la consideración de los Jefes de Estado». En definitiva, una forma velada de postergar la revitalización de la Unasur que Lula Da Silva buscaba con esta cumbre. Los demás puntos de la declaración no van mucho más allá, a decir verdad, de reproducir formalidades acordes con los usos diplomáticos de turno.
Si de construcciones narrativas se trata, la cumbre Lula sirvió para demostrar cómo la «narrativa democrática» del presidente uruguayo ha permitido apuntarse una notable victoria diplomática. Ante el enorme peso de Brasil, gigante cuyos argumentos excedieron en esta ocasión los límites de lo aceptable, se reivindica un vecindario sustancialmente democrático.
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