¿Por qué la democracia necesita de la religión?

¿Por qué la democracia necesita de la religión?

A pesar del crecimiento y desarrollo material imparable, las incertidumbres y el sinsentido aumentan en la sociedad contemporánea.

Por: Miguel Pastorino6 Ago, 2024
Lectura: 8 min.
¿Por qué la democracia necesita de la religión?
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Artículo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

Desde John Rawls hasta Gianni Váttimo, ha crecido en la filosofía contemporánea una revisión del lugar de la religión en las sociedades plurales.

En 2004, en el debate entre el filósofo alemán Jürgen Habermas y el teólogo Joseph Ratzinger, el filósofo describió a la sociedad actual como desgarrada en sus vínculos sociales y necesitada de recuperar la riqueza de las tradiciones religiosas. Transforman las relaciones sociales y, como referencia trascendental, abren el horizonte de la existencia humana. Habermas percibió el desfondamiento ético de las sociedades descarriladas y a partir de aquel encuentro no ha dejado de hacer referencia al asunto.

“Una modernización descarrilada de la sociedad en su conjunto podría resquebrajar el lazo democrático y agotar el tipo de solidaridad en el que se apoya la sociedad democrática, que no puede exigirse por vía legal”. Anunciaba la posible transformación de ciudadanos de sociedades liberales y prósperas en mónadas aisladas, guiadas por su propio interés, que “utilizan sus derechos subjetivos como armas unos contra otros”. Al disminuir el fondo moral de la sociedad occidental, ante un creciente individualismo y privatización de la vida, crece el desánimo frente a la capacidad de la política para crear solidaridad y justicia. “Si la postura religiosa y la laica conciben la secularización como un proceso de aprendizaje complementario, pueden entonces tomar en serio sus aportaciones en temas públicos controvertidos”.

Hartmut Rosa

Habermas pertenece a la segunda generación de la Escuela Crítica de Frankfurt y su producción es mundialmente conocida, pero recientemente un filósofo de la tercera generación de dicha escuela ha vuelto sobre el asunto desde una nueva perspectiva: Hartmut Rosa.

En ¿Por qué la democracia necesita religión? Una relación singular de resonancia, el filósofo y sociólogo alemán Hartmut Rosa, dio una conferencia en 2022 que todavía no ha sido publicada en español. Desde una mirada sociológica se ha aproximado a responder esta pregunta. Como sociólogo, no le interesan las grandes preguntas metafísicas sobre la religión o la existencia de Dios. Pero sí la relación con el mundo que existe a través de la práctica religiosa. Al igual que Habermas, no es un creyente y su visión de la religión es bastante reduccionista a sus funciones sociales. Pero ha llamado la atención su análisis al respecto. Las preguntas que le interesan son del tipo: ¿qué futuro le espera a una democracia sin religión? ¿Qué ocurre cuando la religión deja de resonar en las sociedades democráticas? ¿Qué pierde una sociedad cuando la religión deja de jugar su rol?

Hartmut Rosa (Friedrich-Schiller-Universität, Jena), Foto: Stephan Röhl

La crisis de la sociedad democrática

La democracia requiere que escuchemos atenta y abiertamente lo que sienten y aspiran los otros. Pero la decisión de escucharlos y preocuparse por lo que le pasa a los otros se ha ido deteriorando. Atravesamos una profunda crisis democrática. El odio irracional estalla por todas partes, y por ello se necesita más que nunca “corazones que sepan escuchar”.  El Rey Salomón le pide a Dios: “Dame un corazón que escuche”. Esta es la idea central de su teoría de la resonancia, como sociedad y como personas necesitamos corazones que escuchen. Pero para que esto suceda deben darse ciertas condiciones sociales, no solo individuales.

Para Rosa, asistimos a una sociedad que vive en la “inmovilidad deslumbrante”, que se mueve cada vez más aceleradamente produciendo e innovando. Al mismo tiempo, permanece estancada siempre en el mismo sitio. SI bien la modernidad ha manifestado un programa de crecimiento deslumbrante con una prosperidad sin precedentes, el proyecto moderno, que prometía autonomía y salir de la pobreza y la ignorancia, no cumplió esas promesas. En la actualidad, ni siquiera los que impulsan el crecimiento creen en un futuro mejor, porque a pesar del desarrollo material imparable, las incertidumbres y el sinsentido son cada vez mayores.

Lo que Rosa explica es que, con el imperativo de acelerar y crecer sin descanso, estamos obligados a movernos siempre sin saber hacia dónde, y como consecuencia hay crisis y falta de sentido. No importa a donde vamos, lo que importa es no detenerse. Dominan la ansiedad y la depresión, la aceleración y la falta de horizontes. Se ha perdido el sentido.

¿Para qué necesitamos de la religión?

Según Rosa, nuestra sociedad necesita acelerar y crecer constantemente, no para avanzar, sino para mantenerse en el mismo lugar y no derrumbarse. Gastamos cada vez más energía para no perder lo que tenemos. Lo que promueve el crecimiento permanente no es la codicia, sino el miedo al colapso. Todo el sistema necesita una aceleración creciente, innovación permanente, con el único objetivo de no caernos. Los políticos tienen que convertirse en expertos en animar a todos para seguir, pero al mismo tiempo la culpa de no crecer cae sobre cada individuo.

Las generaciones pasadas trabajaron duro para ofrecer un futuro mejor a las siguientes generaciones. En las democracias actuales se trabaja cada vez más duro para que los que vendrán no estén peor que nosotros.

En una sociedad desorientada, sin rumbo, sin sabiduría, ¿tiene algo para decir la religión? Pareciera que la Iglesia es una institución arcaica que no tiene mucho para decir. Sin embargo, Rosa considera que en la grave crisis de la democracia occidental la respuesta en parte está en recuperar el aporte de las tradiciones religiosas para que haya corazones que escuchen. No ignora la ambigüedad y los problemas de las religiones. Pero, al igual que Habermas, entiende que su aporte específico, como fuente de sentido y de fundamentos éticos, es insustituible por el momento. Las comunidades religiosas pueden ofrecer a los individuos un sentido de conexión profunda y significado en sus vidas.

Cuando el otro no importa, no hay quien escuche

La crisis de la democracia se manifiesta cuando los que piensan distinto políticamente son silenciados, bloqueados. No hay debate porque el otro no es escuchado, el adversario político se convierte en un aborrecible enemigo del que nos repugnan sus ideas.

En este contexto necesitamos buscar una fuente de sabiduría que mueva a las personas a querer escuchar. Un corazón que escuche no aparece de la nada en una sociedad violenta, y esto requiere dejarse convocar, dejarse tocar, dejarse llamar. Son las Iglesias las que tienen las narrativas, los ritos, las prácticas y los espacios para que los corazones escuchen. Las iglesias tienen los reservorios cognitivos donde un corazón puede practicar la escucha. Lo que está en crisis es la disposición a ser llamados. Esto se refleja en la crisis de fe y en la crisis de la democracia. Para Rosa es necesario detenerse para escuchar y hacer las cosas de otra manera.

La resonancia

La resonancia no se puede imponer, es una experiencia imprevisible, un lugar donde sucede algo nuevo, inesperado. Por eso necesitamos volver a recuperar la capacidad de ser llamado y alejarnos de la agresividad actual. Dejar de pensar primero en uno mismo. Se trata de volvernos accesibles y vulnerables, que necesita de un contexto adecuado. Rosa considera que la religión tiene esa capacidad en su forma de relacionarse con el mundo, que no se basa en el crecimiento y la explotación.

Por esto la sociedad actual necesita de la religión. Así lo expresa Harmut Rosa sintéticamente:

“Una sociedad sin aliento, frenética, en la que nos hemos dado cuenta el precio enorme que se paga por ello, busca desesperadamente otras formas de relación con el mundo (Weltbeziehung), otras formas de estar-en-el-mundo (In-der-Welt-Sein). ¿Y dónde puede encontrar esta sociedad otras formas de relacionamiento con la vida, incluso con el universo, con el cosmos, con la naturaleza? ¿Dónde encontramos este depósito alternativo? En lo que sigue quisiera exponer que como sociedad nos encontramos en una grave crisis, y que necesitamos de las instituciones, tradiciones, prácticas, estructuras de pensamiento, convicciones, y ritos religiosos para poder descubrirlo. Quiero dejar clara la idea fundamental de que esta sociedad carece masivamente de corazones que escuchen, en el sentido político, y en todos los sentidos posibles. Y por ello necesitamos ideas, prácticas y cosas similares que nos traigan luz acerca de lo que significa tener corazones que escuchen. Una respuesta compuesta por elementos que sin duda alguna podemos encontrar en un contexto religioso”.

Recuperar sentido y esperanza

En una entrevista en 2023 en Le Monde, Rosa explicó así su concepto de resonancia: “Buscaba un contra-concepto respecto a la aceleración, susceptible de contrarrestar su mecánica tóxica.  Entonces me vino la idea de resonancia, que interviene cuando entramos en relación con algo que no dominamos porque no lo podemos poseer”.

Rosa no ve la democracia y la religión como mutuamente excluyentes, sino como potencialmente complementarias. Ambas pueden ofrecer modos diferentes pero significativos de experimentar resonancia. Sin embargo, también reconoce que, en la modernidad tardía, la religión ha perdido parte de su capacidad de generar resonancia debido a la progresiva secularización e individualización.

Aunque la resonancia puede encontrarse en otros fenómenos que no son propiamente la religión, considera que el judaísmo y especialmente el cristianismo, al considerar que nuestra existencia no es producto del puro azar, tienen sentido dentro de una relación de llamada y respuesta. La religión crea así una fuerza de resonancia horizontal entre las personas. Lo que cuenta es la promesa y la esperanza, no la desconfianza y el sin sentido.

Miguel Pastorino

Miguel Pastorino

Doctor en Filosofía. Magíster en Dirección de Comunicación. Profesor del Departamento de Humanidades y Comunicación de la Universidad Católica del Uruguay.

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