Para entender las repercusiones que ha tenido en América Latina la guerra de Rusia contra Ucrania, necesariamente se debe partir de una base: las relaciones entre Moscú y esta región nunca han sido tan estrechas como a partir de la segunda década del siglo XXI. Desde la asunción de Vladimir Putin en el año 2000, el acercamiento en materia política ha sido enorme.
El rubro en el que más se ha acrecentado el intercambio comercial es el armamentístico, pero Rusia también se ha convertido en un importante proveedor de metalurgia ferrosa, equipamiento energético, fertilizantes, helicópteros, productos químicos, plástico, caucho y maquinaria de construcción.
A esto se le suma que entre Putin y Dmitri Medvédev, los dos presidentes que ha tenido Rusia en el siglo XXI, la cabeza del Kremlin ha visitado nueve países de América Latina. Además, se han dado numerosas visitas de funcionarios de alto nivel del gobierno ruso y reuniones con organismos regionales como la CELAC, el ALBA o el Mercosur. Deben destacarse asimismo las cumbres del BRICS, del que forman parte Brasil y Rusia, y del G20, en el que se suman México y Argentina. El mayor acercamiento por fuera del ámbito exclusivamente comercial se ha producido con Nicaragua y Venezuela, los aliados más fieles de Rusia en la región junto con Cuba, tradicionalmente cercana a Moscú.
Apoyo y rechazos
En ese sentido, resulta interesante ver qué Estados de la región apoyaron a Rusia en la Asamblea General de Naciones Unidas: en abril, Bolivia, Cuba y Nicaragua votaron en contra de la resolución ES-11/3, que suspendió la membresía de Rusia en el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (Brasil, El Salvador, Guyana, México, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas y Trinidad y Tobago se abstuvieron).
En octubre, Nicaragua fue uno de los solo cinco Estados que se opusieron a la resolución ES-11/4, en condena de la anexión rusa de cuatro regiones ucranianas, mientras que se abstuvieron Bolivia, Cuba y Honduras. Venezuela, vale aclarar, tiene suspendido su derecho a voto desde febrero de 2022. Asimismo, en septiembre, Brasil, como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, se abstuvo a la hora de votar una resolución del organismo para definir a la anexión rusa como «una amenaza para la paz y la seguridad internacionales».
Este acercamiento político y comercial a nivel regional ayuda a entender por qué tan solo un país de América Latina, Costa Rica, ha impuesto algún tipo de sanción contra Rusia a partir de su invasión. En cuanto a la provisión de asistencia a Ucrania, Argentina, Chile, Brasil y México se han limitado a enviar ayuda humanitaria, mientras que miembros del ejército colombiano han viajado a Europa para capacitar a soldados ucranianos en desminado.
Latinoamérica al margen
Podría decirse entonces que el apoyo de la región a Ucrania en guerra ha resultado limitado, especialmente si se lo compara con los aportes de Estados europeos. Si bien los discursos han ido cambiando a lo largo del último año y no ha habido un posicionamiento completamente uniforme en la región, pareciera que América Latina ha optado por mantenerse lo más al margen posible en este conflicto, privilegiando así sus intereses económicos.

En ese sentido, vale recordar que el presidente argentino, Alberto Fernández, se reunió con Putin apenas tres semanas antes de la invasión, prometió un fortalecimiento de los vínculos entre ambos países y que Argentina se constituiría como «la puerta de entrada de Rusia en América Latina». Por otro lado, el recientemente asumido mandatario de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, dijo en mayo que el presidente ucraniano Volidimir Zelenski «es tan responsable por la guerra como Putin»; mientras que en enero, mes de su regreso al poder después de 12 años, afirmó que su país no enviaría municiones a Ucrania porque no quiere participar «ni siquiera indirectamente en la guerra». En octubre, ambos países junto con México, Bolivia y Honduras se abstuvieron de firmar un documento en apoyo a Ucrania y en condena a Rusia en el marco de la asamblea anual de la Organización de los Estados Americanos.
Podría presumirse que los Estados gobernados por partidos de izquierda han sido más reacios a la hora de condenar la invasión. Sin embargo, los casos de Chile, con Gabriel Boric, y Colombia, con Gustavo Petro, demuestran que la relación no es tan lineal. Asimismo, el cambio de gobierno en Brasil, de Jair Bolsonaro a Lula, no implicó un reposicionamiento.
Repercusiones en el continente
Esto no significa que la guerra en Ucrania no repercuta en América Latina. En los primeros meses aumentaron los precios de los hidrocarburos —aproximadamente un 60 % de las exportaciones rusas corresponden a estos— y de otras materias primas. Países productores de este tipo de materiales se vieron beneficiados, aunque no deben obviarse las tensiones inflacionarias en el marco de la salida de la pandemia de covid-19.
Sin embargo, el barril de petróleo crudo, que alcanzó un pico de USD 123 en marzo de 2022, hoy ha caído hasta los USD 73 y también han disminuido notablemente los precios de trigo y maíz, dos de las principales exportaciones de Ucrania, aunque ambos continúan por encima de los niveles previos a la pandemia. Es decir que los beneficios económicos por aumentos de precios han resultado acotados. Aun así, según un informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), a raíz de la guerra y la pandemia, las economías de la región enfrentan un escenario de inflación y desaceleración de la actividad económica y el comercio.
En este contexto, parece una respuesta racional el mantenerse al margen de cualquier disputa y no chocar con potenciales inversores o clientes. Aunque, por otro lado, eso pueda implicar un distanciamiento con la Unión Europea o la OTAN por falta de compromiso hacia los lineamientos de estos bloques. Y, por supuesto, existe cierta carga moral a la hora de decidir apoyar o no (y qué tanto) a un Estado que ha sido invadido.
No es fácil quedar bien con todos, especialmente en este contexto. Resta ver si esta suerte de ambigüedad pragmática tendrá consecuencias negativas a corto plazo o si existirá un replanteo de las posturas individuales, al menos entre los principales actores de la región.
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