El País de España tituló hace unos días: “Una nueva inquisición toma al asalto los campus de EE UU bajo la acusación de antisemitismo”. El artículo describe lo que la periodista del diario califica como una “caza de brujas” en las universidades. Los casos de los estudiantes arrestados por haber participado en las protestas contra Israel o por haber firmado un artículo crítico contra la decisión de su propia universidad de no cortar sus relaciones con universidades israelíes y los fondos de empresas israelíes probarían que la “nueva inquisición” comenzó con la segunda presidencia de Donald Trump.
La verdad es que la inquisición universitaria empezó mucho antes en Estados Unidos y otros países. Ahora el péndulo de la polarización se ha ido a la extrema derecha. Hasta hace poco el péndulo se situaba en el extremo izquierdo del espectro ideológico. Ninguno de los dos extremos augura nada bueno para la libertad académica, la libertad de expresión y las libertades individuales.
Decadencia universitaria
La libertad académica en los Estados Unidos ha venido decayendo desde ya hace varios años. Las grandes universidades como Harvard, Columbia y las universidades de New York y Pensilvania no escapan a esta tendencia. Según la Foundation for Individual Rights in Education (FIRE) y Campus Pulse las universidades que presentaron peores puntajes en libertad de expresión en los últimos dos años estuvieron involucradas en controversias que implicaron la supresión de la libertad de opiniones. Esto denota nula o poca tolerancia respecto a las ideas que no conforman con ciertos patrones de lo que es aceptable. Por cierto, esto ya ocurría previo a la elección de Trump por primera vez en 2016.
Ya había signos de decadencia de las libertades antes de que estallara el nuevo episodio de la guerra de Israel contra Hamás en Gaza por la masacre cometida contra israelíes el 7 de octubre de 2023. La ideología woke está marcada por una obsesión con el género y la raza, y por una ambición de controlar el lenguaje según los parámetros de la corrección política y la diversidad, equidad e inclusión (DEI). Fue el gatillo que provocó buena parte de la censura y la autocensura en las universidades norteamericanas. Después vendrían los campamentos pro-palestinos que se reprodujeron en varios campus en Estados Unidos, Canadá y otras partes del mundo, con sus manifestaciones de tinte antisemita bajo la excusa del antisionismo, la ideología de moda entre los círculos que se llaman progresistas. El antisionismo niega el derecho al pueblo judío a ser soberano en su tierra ancestral.
Apología del terrorismo
Las medidas del gobierno de Trump contra militantes pro-palestinos son aparentemente censurables. Todo ataque a la libertad debe ser condenado. Cabe preguntarse también si la apología del terrorismo o la colaboración con terroristas con la excusa del activismo universitario son legítimas. Esto alega un grupo de quince ciudadanos de Estados Unidos e Israel, que incluye a miembros de las familias de personas asesinadas o secuestradas el 7 de octubre por Hamás y sus aliados. Según una demanda introducida por ellos en un juzgado de Nueva York, varias organizaciones entre las que se encuentran grupos de estudiantes de la Universidad Columbia y sus líderes, colaboraron con Hamás.
El documento que sustenta la demanda nombra a Mahmoud Khalil, ahora arrestado y en proceso de deportación a pesar de tener residencia permanente (greencard) en los Estados Unidos. Este activista palestino forma parte de la organización SIPA’24 y era negociador por parte de Columbia University Apartheid Divest. Esta asociación exige que la universidad corte todo vínculo financiero y académico con empresas e instituciones israelíes. Según los demandantes, Khalil y otros militantes representan el brazo de propaganda de Hamás en Nueva York y en la Universidad Columbia. Como evidencia, los demandantes presentan el testimonio de Shlomi Zvi, un ciudadano israelí secuestrado por Hamás del 7 de octubre de 2023. Mientras estuvo cautivo, los terroristas que lo custodiaban decían que tenían operadores en las universidades de los Estados Unidos y mostraban noticias de Al-Jazeera sobre las protestas en Columbia.
Pero la acusación más seria de los demandantes contra Khalil y otros activistas es que tenían conocimiento previo del ataque del 7 de octubre. En la cuenta de Instagram de la organización SJP (Students for Justice in Palestine) anunciaban el 6 de octubre de 2023 “¡Estamos de regreso!”, después de haber permanecido varios meses inactiva.
Propaganda pro-Hamás
Muchas universidades en Estados Unidos y Canadá se convirtieron en plataformas de propaganda de Hamás. Lo constaté en la Universidad de Ottawa (Canadá) donde trabajo. Allí tuvimos durante varios meses un campamento pro-palestino frente al edificio del rectorado. Uno de los elementos llamativos de la propaganda de los universitarios son las omisiones en sus discursos. Nunca se menciona a Hamás ni a los demás grupos armados palestinos. No hacen referencia a otros actores regionales como Irán y su aliado libanés, Hezbolá, que han contribuido con las actividades terroristas de Hamás.
Cuando dicen algo sobre la masacre del 7 de octubre de 2023 lo hacen de pasada, mencionando el “ataque” como un suceso insignificante. Los rehenes israelíes no existen, ni los niños y bebé secuestrados y asesinados. La violencia sexual cometida por Hamás y sus aliados contra las mujeres es ignorada. Jamás se presenta una versión más matizada del conflicto. No se señala que los vídeos grabados por los mismos atacantes muestran sus atrocidades y las manifestaciones de alegría de los gazatíes con la llegada de los rehenes y los cadáveres israelíes.
La propaganda en los campus norteamericanos nunca menciona que Hamás había gobernado Gaza desde 2007, después de que Israel saliera del territorio, ni a las demás fuerzas islamistas en la Franja y Cisjordania. El liderazgo de Hamás, corrupto, violento y motivado por una política de odio contra los judíos (Hamás lo declara constantemente y está en sus documentos fundacionales), es para estos activistas universitarios una fuerza de resistencia. ¿No hay nada de qué culpar a Hamás? Silencio académico.
Lo diré muy claramente: todos tienen derecho a expresar su punto de vista sobre el conflicto israelí-palestino. No estoy de acuerdo con que se suspenda a nadie de la universidad por expresar su opinión al respecto. Entiendo que muchas de estas opiniones se expresan desde una genuina solidaridad con los palestinos. Sin embargo, la propaganda pro-Hamás de estos activistas no tiene ningún valor académico. Está llena de estereotipos, prejuicios, simplificaciones y omisiones. No actúan como profesores y estudiantes. Son propagandistas. Agradecería que ellos fueran más honestos al respecto.