Juegos Olímpicos de Tokio: las bombas y la antorcha

Cierran los Juegos Olímpicos de Tokio, que en su fecha original habrían coincidido con el 75 aniversario de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.

Lectura: 6 min.
Juegos Olímpicos de Tokio: las bombas y la antorcha
Compartir
Artículo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

Cierran los Juegos Olímpicos de Tokio, que en su fecha original habrían coincidido con el 75 aniversario de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. La simetría entre la cita universal de solidaridad deportiva y la muestra más terrible del poder humano no es casual.

Un legado

Tras un año pospuestas, las Olimpíadas de Tokio cierran con un legado que analistas deportivos, mediáticos y económicos debatirán por mucho tiempo. Como el primer evento deportivo global desde el inicio de la pandemia del covid-19, y con el propósito compartido entre el COI y el primer ministro japonés Yoshihide Suga de convertirlos en «la luz al final del túnel», el resultado no ha sido catastrófico, pero tampoco han recibido el entusiasmo del país, golpeado por décadas de relativa recesión, cambios demográficos y estancamiento político.

Con todo, no eran estos los juegos donde la reputación nacional de Japón estaba en juego. Ya Tokio se había postulado como sede en los Juegos de 1940, siguiendo a esos desfiles de poder y pompa de las Olimpíadas de Los Ángeles en 1932 y Berlín en 1936, que redefinieron mucho de los juegos modernos como despliegues políticos e ideológicos de primera línea. El Japón imperial quiso tener un éxito propagandístico panasiático con esos juegos, que pasaron por sanciones internacionales a Helsinki antes de ser cancelados por la Segunda Guerra Mundial.

Ese mismo Japón, que había iniciado un proceso de modernización y expansión en el este de Asia desde inicios del siglo XX, retando los mandatos de la Liga de las Naciones, desarrolló un fugaz imperio desde Mongolia hasta Indonesia, y desde Birmania hasta Polinesia. Durante una década, y como meta última, Japón estuvo involucrado en una prolongada guerra con China, uno de los catalizadores del conflicto global. Los caminos de ambas naciones, como los de todos los países alterados para siempre por esta guerra, tuvieron aspectos trágicos que aún nos tocan. La guerra sino-japonesa terminó en una guerra civil que llevó al poder al Partido Comunista chino. El final de la guerra para Japón, con la presión para su rendición incondicional —y evitando la entrada de los soviéticos en ese frente—, fueron las bombas atómicas estadounidenses en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, con cientos de miles de víctimas directas en un instante, y sobrecogedoras secuelas.

Destrucción mutua asegurada

Durante las décadas siguientes, mientras el mundo vivía bajo la Guerra Fría, el espectro de un conflicto nuclear permeó sobre la geopolítica, la economía y la cultura de los distintos bloques ideológicos dominantes. La «destrucción mutua asegurada» no era una amenaza banal, sino una presencia permanente que se veía reflejada en las angustias de numerosas obras literarias, musicales y cinematográficas. Los artistas parecían preguntarse si eran tantas nuestras diferencias que valía la pena destruir a millones en un instante. Las olimpíadas, espacio para la paz, la neutralidad y la reconciliación por medio del espíritu deportivo, pretendían ser un paréntesis pero eran un escenario sucedáneo para establecer la superioridad de cada bloque. Claro está, sin las secuelas terribles de conflictos regionales, aunque con otras circunstancias no poco escabrosas.

Los Juegos de Tokio de 1964 son un ejemplo palmario de la politización del deporte. Japón mostró su revitalización desde las cenizas y la vergüenza de la guerra, con una actitud pacifista y una organización impecable. El país reindustrializado mostró el vanguardismo tecnológico que aún lo caracteriza, con una ciudad de nuevo diseño urbano que no parecía ya el centro de una potencia amenazante. China comunista y Corea del Norte, junto con la Indonesia de Sukarno, boicotearon el torneo. Taiwán representaba a China, y Alemania compitió por última vez con su Gesamtdeutsche Mannschaft. Estados Unidos y la Unión Soviética permanecieron cabeza a cabeza en el medallero.

Temores nucleares

En los últimos treinta años, los Juegos cambiaron su rol como portada de la Guerra Fría. Desde Barcelona, y al menos hasta Atenas, solo el ascenso y despliegue del poder olímpico chino han registrado nuevos momentos de rivalidad que evocan ese tiempo, y que comenzaron con el despliegue propagandístico de la República Popular China en los juegos de Beijing, desde los cuales el nuevo gigante mundial se ha impuesto en numerosas disciplinas deportivas. Entretanto, los temores nucleares se han perdido de la imaginación popular. Otras urgencias geopolíticas, con el fin de la carrera armamentística entre las dos superpotencias y el retiro de numerosas armas nucleares, nos distraen de un hecho cierto: el poder de destrucción masiva de las armas nucleares sigue vigente y hoy son más los países que tienen un arsenal: Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Reino Unido, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte. Si contamos además con la capacidad de obtener tecnología nuclear de parte de grupos terroristas, no es imposible pensar que la posibilidad de un conflicto nuclear, en un mundo que nota la agresividad geopolítica de potencias autoritarias, se convierta nuevamente en una angustia vital. Tenemos casi tantas armas nucleares como en el verano de 1964, pero de un poder inconmensurablemente mayor, con potenciales efectos irreversibles sobre el clima y con menores garantías de seguridad colectiva.

Las bombas

La discusión sobre si el fin justifica los medios sigue siendo central en la reflexión política de los viejos filósofos morales, aunque en las democracias liberales vivimos bajo la creencia de que los fines condicionan a los medios. Las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, quizás, pudieron prevenir mayores tragedias y lograron la victoria definitiva en el frente del Pacífico; pero esa tecnología abrió una caja de Pandora que no hemos cerrado decididamente, aunque se conmemore la tragedia con vigilias y editoriales de decreciente vehemencia. Mientras tanto, aunque no siempre desplegada de manera consecuente, la ética deportiva obliga a que la búsqueda de resultados y victorias no se logre por trampas y atajos. Hoy, que el mundo cambia su centro al Pacífico, y que el ímpetu de China reta antiguas seguridades, ¿no es deseable que emulemos ese espíritu? El presidente del Comité Olímpico Internacional, el retirado esgrimista alemán Tomas Bach, recordó en la ceremonia de apertura en Tokio que el mundo necesitaba más solidaridad: más solidaridad entre las naciones y más solidaridad dentro de las naciones. Citius, altius, fortius y communis: más rápido, más alto, más fuerte y juntos. Fuera del cinismo que una revisión de la historia de los torneos puede desarrollar, es aún tiempo de cumplir con el ideal humano.


Notas

HERSEY, John (2020). Hiroshima. Nueva York: Vintage Books
[2]
ESPY, Richard (2018). Politics of the Olympic Games: With an epilogue, 1976-1980. Berkeley: University of California Press.
[3]
SCHLOSSER, Eric (2014). Command and control: the story of nuclear weapons and the illusion of safety. Londres: Penguin Books.

.

powered by Advanced iFrame

Guillermo Tell Aveledo Coll

Guillermo Tell Aveledo Coll

Doctor en ciencias políticas. Decano de Estudios Jurídicos y Políticos, y profesor en Estudios Políticos de la Universidad Metropolitana de Caracas.

newsletter_logo

Únete a nuestro newsletter