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Brasil vivió un proceso electoral extremadamente polarizado, donde dos líderes carismáticos y de profunda penetración social se enfrentaron desde visiones y modelos de país completamente diferentes. En medio de una gran judicialización de la elección, entre simpatizantes y militantes había un clima de todo vale, siempre que se beneficiara al candidato preferido o se perjudicara a la candidatura contraria. La comparación con el fútbol es inevitable: bueno el árbitro que marca un penal inexistente a favor de su equipo y malo el árbitro que señala un penal claro a favor del oponente. Este fue en muchos casos el espíritu de una elección que dividió a la sociedad, donde cada lado creía que poseía una verdad superior.
Familias que pelearon, amigos que rompieron largas amistades y hasta se cometieron lamentables crímenes contra la vida. Por no hablar de la agresividad en las redes sociales, ya que el anti-PT veía a Bolsonaro como la única opción y el antibolsonarismo veía a Lula como la única alternativa. Hubo argumentos positivos y negativos para ambos lados: Lula, exsindicalista, fue presidente entre enero de 2003 y diciembre de 2010 y se hizo conocido por su conexión con los más pobres, atendidos por sus programas sociales. Pero fue detenido por corrupción y solo registró una candidatura porque su condena fue revocada por una cuestión de jurisdicción y no de mérito. Bolsonaro, exmilitar, cosechó un gran apoyo de los más conservadores; sin embargo, se involucró en varios problemas, hizo un manejo polémico de la pandemia y mostró falta de empatía.
El bloque bolsonarista
Por un lado, Bolsonaro contó con el apoyo de los conservadores, la agroindustria, muchos empresarios y, sobre todo, la cada vez más creciente porción evangélica de la población brasileña. Por otro lado, Lula contó con el apoyo de progresistas, identitarios y de quienes aún le están agradecidos por los programas sociales. Si a Bolsonaro lo llamaron elitista y genocida, a Lula lo llamaron corrupto y mentiroso. Si al actual presidente se le acusó de autoritarismo y prejuicio, al expresidente se le llamó el destructor de la familia tradicional.
En comparación con los números de las encuestas realizadas antes y durante la primera vuelta de las elecciones, Bolsonaro tuvo un resultado mucho mejor de lo esperado en la primera vuelta, que impidió una victoria inmediata de Lula. Cabe mencionar que Lula resumió votos de izquierda, votos de centro, votos personales y votos antibolsonaristas. Bolsonaro llevó la disputa a la segunda vuelta mostrando que los votos conservadores, anti-PT y antipolítica fueron incluso mayores que lo imaginado.
El bloque de Lula
Una victoria de Lula por 48% a 43% en la primera vuelta construyó la posibilidad de la reacción de Bolsonaro. Sin embargo, los días de campaña de la segunda vuelta trajeron más aciertos que errores de Lula y más errores que aciertos de Bolsonaro. El expresidente sumó el apoyo de Simone Tebet, tercera en la primera etapa, que logró sumar votos del centro y de quienes estaban descontentos con la polarización. Además, políticos, intelectuales, economistas y celebridades de centro y centroderecha declararon su apoyo a Lula para derrotar a Bolsonaro. Mientras tanto, el actual presidente vio a sus seguidores cometer errores como disparar a la policía, apuntar con un arma a un militante opositor y anunciar que, en caso de victoria de Bolsonaro, no se reajustaría el salario mínimo.

Estos hechos construyeron la estrecha victoria de Lula en la segunda vuelta. Logró armar un frente amplio, mientras Bolsonaro hablaba con los conversos, aunque demostró que estos son muchísimos y casi ganan. Quizá los errores de la segunda vuelta le hayan costado caro. Ahora, Lula tiene dos grandes desafíos: organizar su amplia coalición para construir no solo una campaña, sino un gobierno diverso y plural. Además debe unir a un país completamente partido por la mitad, ya sea en política, sociedad, religión o en los porcentajes del resultado de las urnas, que arrojaron un 50,9% frente al 49,1% en la noche decisiva.
Y la buena noticia es que las elecciones para gobiernos locales apuntaron dos tendencias importantes para el futuro del país: la supervivencia del centro político, con victorias del PSDB en estados muy relevantes, y la renovación con calidad y sentido común de los cuadros de izquierda, centro y derecha, mirando a futuras reivindicaciones presidenciales que son más propositivas y menos personales.