Chile: ¿de dónde salió esta crisis?

Chile: ¿de dónde salió esta crisis?

Cuando la infancia existente está marcada por el abandono y la violencia, no es extraño que las nuevas generaciones desconfíen del proyecto colectivo y opten por no prolongarlo

Por: Emilia García12 May, 2025
Lectura: 7 min.
Chile: ¿de dónde salió esta crisis?
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Artículo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

Hace casi dos décadas el historiador chileno Gonzalo Vial escribió una columna que hoy resuena como advertencia para toda América Latina: ¿De dónde salió esta gente? Allí advertía que, mientras Chile celebraba los éxitos del “milagro económico”, se incubaba, en silencio, una crisis social profunda. Una crisis alimentada por la pobreza no solo material, sino humana: niños sin educación, sin figuras paternas, sin oportunidades reales de desarrollo, expuestos al abandono, la violencia y la indiferencia. Vial preveía que un día, frente a una sociedad descompuesta, no sabríamos explicarnos su origen.

Hoy, mirando no solo la realidad chilena sino la de buena parte de América Latina, la pregunta de Vial cobra una dramática actualidad. ¿Estamos incubando, en distintos rincones de la región, una tormenta social que no queremos mirar?

Descomposición silenciosa

En el último mes, en Chile, varias señales alarmantes coincidieron: el informe 2025 de la Defensoría de la Niñez, dos casos de niños brutalmente vulnerados en condiciones extremas (uno vendido y otro viviendo en condiciones salvajes), y una entrevista que evidenció que la industria de la pornografía apunta directamente a menores a través de las pantallas digitales. No son episodios aislados: son síntomas de una crisis estructural de la infancia.

A esto se suman datos preocupantes en salud, educación, vivienda y seguridad que retratan una realidad lacerante. Uno es que la infancia en Chile atraviesa una crisis profunda. No solo persiste en los márgenes invisibles del país, sino que avanza incluso en sectores donde antes creíamos haber asegurado el bienestar. La imagen es clara: niños abandonados por un sistema de protección social sobrepasado, invisibilizados por la agenda pública, y cada vez más expuestos a formas brutales de violencia y explotación. Pero lo más grave es que esta crisis ya no escandaliza. Como sociedad, nos hemos resignado.

Las cifras son elocuentes. A fines de 2023, uno de cada cuatro casos de niños ingresados al nuevo Servicio de Protección Especializada en Chile (sistema encargo de la protección de la infancia) quedó en lista de espera, sin intervención. En el sistema escolar, la inasistencia grave —menos del 85% de clases mínimas— afecta a más de un cuarto de los estudiantes, un problema que se agudizó tras la pandemia y que no logra revertirse. En salud, más de 29.000 niños y adolescentes vinculados a programas de protección o justicia juvenil esperan atención médica. Y en vivienda, casi 8.400 niños viven en condiciones de extrema precariedad, como carpas, containers o viviendas de desecho.

Digitalización y explotación sexual

La digitalización, lejos de ser una tabla de salvación, abrió nuevas vulnerabilidades. A través de los celulares y redes sociales, los niños chilenos quedan expuestos a contenidos inadecuados y a formas sistemáticas de abuso. Según especialistas, un niño de ocho años que posee un teléfono móvil ya ha estado expuesto varias veces a contenido pornográfico. La industria del entretenimiento para adultos encontró en la infancia un mercado cautivo. Atrapó a los menores en una adicción temprana que los transforma en consumidores rentables en la adolescencia.

A este deterioro se suma otro fenómeno alarmante: el crimen organizado recluta cada vez a niños más jóvenes para actividades ilícitas, como tráfico de drogas, trata de personas y secuestros. El informe 2024 del Ministerio Público chileno revela un aumento del 45% en delitos digitales relacionados con explotación sexual infantil en apenas dos años.

Estos fenómenos no son exclusivos de Chile. Pero en el caso chileno, golpean con especial crudeza a una sociedad que alguna vez fue presentada como “modelo” de estabilidad y crecimiento en América Latina. El contraste entre la promesa de bienestar y la realidad de una infancia olvidada hace que la crisis actual sea aún más dramática.

Santiago de Chile, 2019. Protestas contra el gobierno chileno. Foto: Shutterstock

Advertencia para América Latina

La crisis de la infancia que se vive en Chile no es una excepción en la región. Desde México hasta Argentina, pasando por Colombia, Perú o Brasil, vemos cómo los niños y adolescentes se convierten en víctimas de procesos de descomposición social: violencia intrafamiliar, explotación digital, trabajo infantil, reclutamiento por bandas criminales, acceso a drogas duras a edades cada vez más tempranas.

En muchos países, la educación pública no logra reincorporar a miles de niños que abandonaron la escuela tras la pandemia. La salud mental de la infancia atraviesa índices de deterioro nunca antes vistos. Y la presencia de las pantallas —en un contexto de crianza debilitada y de familias fracturadas— expone a los menores a riesgos que ni los sistemas educativos ni los marcos regulatorios alcanzan a contener.

La paradoja es brutal: mientras América Latina multiplica sus esfuerzos por atraer inversiones, modernizar infraestructuras o dinamizar sus economías, su base social —la infancia— se desmorona silenciosamente.

Baja de natalidad

La pregunta es inevitable: ¿qué sociedad puede construir futuro si sus niños crecen en el abandono, la violencia y la precariedad? Esta pregunta se vuelve aún más urgente cuando se conecta con otro fenómeno que inquieta cada vez más a los analistas y políticos en Chile y en el mundo entero: la caída sostenida de la natalidad.

En 2023, Chile registró su tasa de natalidad más baja en décadas. A pesar de las medidas impulsadas para incentivar la maternidad, como subsidios y beneficios económicos, las tasas siguen desplomándose. ¿Por qué? Parte de la respuesta puede estar en el diagnóstico anterior: ¿qué incentivo real puede tener una pareja joven para traer hijos al mundo, cuando observa que el país no es capaz de garantizar dignidad, educación, seguridad ni salud a los niños que ya existen?

Más allá de los cálculos económicos, la decisión de tener hijos es profundamente cultural y moral. Implica un acto de esperanza en el futuro de la sociedad. Cuando la infancia existente está marcada por el abandono y la violencia, no es extraño que las nuevas generaciones desconfíen del proyecto colectivo y opten por no prolongarlo.

Así, la crisis de natalidad y la crisis de la infancia no son fenómenos separados, sino dos caras de una misma moneda: el progresivo deterioro del tejido social, la pérdida de confianza en el futuro común.

El costo de la indiferencia

Chile vive hoy atrapado en una paradoja: mientras la agenda pública está capturada legítimamente por urgencias como la seguridad, la migración y el estancamiento económico, otras dimensiones de la crisis social siguen creciendo en silencio.

En los años 90, el error fue creer que el progreso económico resolvería por sí solo los problemas sociales. Hoy, el error es pensar que si un problema no estalla violentamente en la agenda mediática, entonces no existe.

Esta ceguera —por optimismo ayer, por resignación hoy— tiene costos altísimos. La infancia olvidada de hoy es la violencia, el desarraigo y el colapso social de mañana. En otras palabras, esta crisis está modelando, día a día, el tipo de sociedad que seremos en el futuro.

Gonzalo Vial lo planteó con crudeza en su Chile natal: un día nos preguntaremos, perplejos, “¿de dónde salió esta gente?”. La respuesta será la misma ahora que entonces: salió de nuestra indiferencia.

La tarea es tan inmensa como inevitable porque, en última instancia, toda sociedad se mide —y se juzga— por cómo trata a sus niños.

Emilia García

Emilia García

Socióloga y licenciada en ciencias sociales con minor en políticas públicas de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Directora de estudios de IdeaPaís en Chile.

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