El cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la contaminación desafían las condiciones de habitabilidad del planeta que mejor conocemos. Hoy las Naciones Unidas lo catalogan como una “triple crisis ambiental” que nos impone “hacer las paces con la naturaleza” de forma urgente y decidida.
Pero estos problemas llevan varias décadas apuntándose desde las esferas científicas y, ni qué decir, activistas. Por ahora, contrario al reclamo de la fundadora del movimiento juvenil Fridays for Future, Greta Thunberg, no estamos reaccionando masivamente como si nuestra casa estuviera en llamas. Nos parecemos un poco más a la sociedad parodiada en la película de Hollywood No mires arriba (2021). ¿Por qué? Aquí las ciencias de la naturaleza se quedan cortas y necesitamos del auxilio de las ciencias sociales y políticas para dar cuenta del fenómeno. También de las humanidades, para comprender a fondo esta especie capaz de destruir y construir con igual fuerza.
Decidir e influenciar
La agencia del ciudadano común en la crisis ecológica es doble en los sistemas democráticos. Sus decisiones domésticas y de consumo comportan una huella ambiental, mientras que elige y puede ejercer presión en quienes toman decisiones políticas a distintos niveles. Dentro de las opciones disponibles, votamos con la papeleta y con la billetera. El ciudadano puede también organizarse colectivamente para incidir y para crear alternativas de producción, consumo y convivencia. Protestamos, impulsamos campañas, nos afiliamos a organizaciones ecologistas, creamos ecoaldeas.
Todo esto vuelve indispensable atender el proceso y las tendencias de la opinión pública sobre los temas ambientales. Leva a comprender la naturaleza tanto como la profundidad y la fuerza de las preocupaciones de las personas sobre la sostenibilidad ecológica, así como su articulación colectiva mediante la comunicación.
Percepciones en Latinoamérica
La opinión pública sobre el cambio climático, por tomar el problema ambiental más estudiado en los últimos años, aparece dividida o casi unánime según qué país miremos. En comparación con el debate inicial, la opinión pública se ha alineado en general al consenso científico. Aunque el fenómeno es aún minimizado o incluso negado en algunas sociedades. Latinoamérica presenta una conciencia climática alta, en comparación con otras regiones, por encima del 70% de personas preocupadas o muy preocupadas. Lidera el ranking en designar a los humanos como responsables del cambio climático y vincularlo con los desastres “naturales”. Por otra parte, al hacer doble click en esta preocupación generalizada, el reciclaje aparece como la principal acción que señalan los latinoamericanos para combatir el cambio climático (World Values Survey 2024). Es una respuesta más vinculada a la contaminación. O que los jóvenes no son los más preocupados como solemos pensar.
Uruguay es uno de los países latinoamericanos donde hay una aceptación mayor de la gravedad del problema. El estudio Percepción Social el Cambio Climático (PNUD, 2021) confirma las tendencias internacionales y regionales; registra altos niveles de conciencia declarada del problema. Al mismo tiempo, revela una distancia percibida del cambio climático respecto de la vida cotidiana de los uruguayos. Cuando hay oportunidad de ahondar en los significados que se le atribuyen al cambio climático y la competencia con otras preocupaciones, comienzan a aparecer esos matices que sirven para entender la distancia entre conciencia y acción.
Por otra parte, al estudiar los actores clave vinculadas a la acción ambiental en Uruguay, nos encontramos con que para las juventudes el cambio climático no es el foco de sus preocupaciones y trabajo. Lo mismo ocurre al analizar el discurso de eco-influencers uruguayos en redes sociales como Instagram.
El rol de la comunicación
Aunque el cambio climático se presente como un problema global en el que estamos todos embarcados, vemos que las respuestas sociales varían. Para comprender estas variaciones, resulta fundamental analizar los vínculos de la opinión pública con los valores ambientales y sociales en cada lugar. Asimismo, la intersección con factores como la raza, la clase social, el género y las diferencias intergeneracionales. Necesitamos considerar también los fenómenos de liderazgo, la socialización política y los anclajes histórico-culturales del ecologismo en cada región. Tenemos que mirar los discursos, los diálogos y los vínculos entre actores diversos. Todas tareas en la que las ciencias exactas se quedan cortas.
En línea con el modelo de Crespi, el proceso de la opinión pública ambiental involucra la comunicación y las tecnologías emergentes. Aportan a la construcción de un conocimiento común, facilitan la participación en universos de discurso compartido y vehiculizan el liderazgo de opinión. Más aún, la comunicación es central en la conformación de lo que se conoce como “ideología ambiental”. Es un modo de pensar sobre el mundo natural que le da al individuo un marco interpretativo tanto de las experiencias vividas como de los contenidos periodísticos, publicitarios, cinematográficos, institucionales que consume.
Las redes sociales
En el campo de la comunicación ambiental, se cuestiona si el uso de las redes sociales. ¿Produce slacktivismo, y refuerza el escepticismo ambiental, o ayuda a promover creativamente el reconocimiento del problema y fomenta la ciudadanía verde? A nivel latinoamericano, encontramos que, controlando por múltiples variables sociodemográficas, el consumo de redes sociales tiene un impacto positivo en la conciencia climática. Esto es más fuerte para el caso de YouTube, lo que puede considerarse un triunfo del contenido por sobre las funciones de sociabilidad de las plataformas cuando se trata de la generación de conciencia ambiental. En tanto, la cobertura periodística en la prensa digital más leída en Uruguay, que circula también por redes sociales en la actualidad, deja prácticamente fuera el uso del video como recurso cuando reporta sobre cambio climático.
En definitiva, la mayoría de los ciudadanos tiene una versión mediada de los problemas ambientales y de las respuestas en curso. Sucede que, aunque estemos geograficamente cerca de un conflicto ambiental en territorio, lo vemos lejos si no nos la acerca un medio de comunicación. Las historias, reales o ficticias, ofrecen ese puente que los humanos podemos utilizar para acercarnos a los problemas abstractos o lejanos del deterioro ambiental, creando imágenes que nos ofrezcan referencias concretas, tangibles, emocionantes. Sin desdeñar los factores geopolíticos y económicos que estructuran esta triple crisis ambiental, es cada vez más necesario atender a los procesos de comunicación que pueden ayudarnos a imaginar, a cocrear y a exigir un mundo sostenible desde la ciudadanía.