OTAN: 75 años de esperanzas e incertidumbres

OTAN: 75 años de esperanzas e incertidumbres

El bloque atlántico presenta la contradictoria realidad de su evidente resiliencia y sus complejas vulnerabilidades. Los desafíos que tiene por delante son formidables y requieren mantener un renovado sentido de su propósito histórico.

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OTAN: 75 años de esperanzas e incertidumbres
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Artículo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

La génesis de la OTAN se produjo después de la Segunda Guerra Mundial, entre la incertidumbre y el temor. El optimismo de los Aliados triunfantes ante un humillado fascismo. La promesa de un mundo en paz era negada por una atmósfera de decepción y desconfianza entre las potencias dominantes, los países liberados y aquellos ocupados. Enfrentaban una miríada de desafíos: cómo atender la intervención soviética en los frágiles gobiernos de Europa Central mientras fomentaban la estabilidad en países que reconstruían sus destrozadas economías sin que Estados Unidos volviera a su tradición aislacionista. Como lo planteó en lacónicas palabras el general y diplomático británico Hastings Ismay, primer secretario general del bloque: “mantener a los soviéticos fuera, a los americanos adentro, y a los alemanes abajo.”

Tras el remoto antecedente de la Carta del Atlántico de 1941 y los precedentes más inmediatos de los tratados de Dunkerque y Bruselas, la cooperación entre democracias liberales como comunidad de seguridad parecía lógica. Así, Bélgica, Canadá, Dinamarca, Francia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Países Bajos, Noruega, Portugal, Reino Unido y Estados Unidos firmaron el Tratado del Atlántico Norte en Washington el 4 de abril de 1949.

Defensa mutua

Inicialmente se lo presentó como un compromiso de defensa mutua contra cualquier agresión externa por parte de sus firmantes. Por entonces solo eran democracias liberales: “…salvaguardar la libertad, la herencia común y la civilización de sus pueblos, basados en los principios de la democracia, las libertades individuales y el imperio de la ley.” Sin embargo, la protección de la democracia sólo fue explícita en su preámbulo. La lucha de poder, la Guerra Fría, y el predominio político y económico de Estados Unidos, corrían el riesgo de eclipsar constantemente las aspiraciones europeas.

Durante la Guerra Fría, la OTAN funcionó como una excelente institución disuasiva de conflictos internos en Europa occidental. También constituyó un fuerte elemento de desestímulo a una agresión externa. Para sus críticos, especialmente aquellos cercanos a la URSS, la alianza era un agente violento del capitalismo, no de la democracia. Después de todo, sus estados miembros de regímenes autoritarios y desiguales. Desde esa perspectiva la amenaza de una hostil alianza de derecha habría forzado a Moscú a crear el Pacto de Varsovia con sus estádos satélite. A diferencia de la OTAN, aquél pacto funcionó más una ocupación militar que una alianza. Sin embargo, la alianza se mantuvo sin dar lugar a una acción militar directa sobre el espacio que resguardaba.

“Defensa Unida”: cartel de Alemania Occidental que muestra un par de manos colocando la bandera alemana como último bloque para resistir una inundación comunista roja, cuando la RFA se unió oficialmente a la OTAN (1955). Fuente: Propaganda Posters, Reddit

Nuevas incorporaciones

A lo largo de las décadas, la OTAN se expandió, adaptándose a las cambiantes realidades tecnológicas y geopolíticas. Con la adhesión de nuevos miembros, extendió su alcance e influencia por toda Europa. Durante el apogeo de la Guerra Fría, Alemania, Grecia y Turquía se unieron a la organización. España se unió en los años cercanos al final del primer Détente y como consecuencia de su propia transición a la democracia. Pero sería la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética los fenómenos que impulsarían la expansión más significativa de la OTAN en los años siguientes, durante la era de las guerras en la ex Yugoslavia, así como los conflictos surgidos a raíz de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 y la Guerra contra el Terror en Irak y Afganistán.

La amenaza del expansionismo comunista disminuyó, pero la OTAN siguió siendo el ancla de la estabilidad europea y la participación democrática en esta nueva era de “nation-building”. Chequia, Hungría, Polonia, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia, Eslovenia, Albania, Croacia, Montenegro y Macedonia del Norte se unieron a la organización en oleadas entre 1999 y 2007.

Tensiones con Rusia

La interpretación sobre esta expansión ha sido una de las fuentes principales de las tensiones con la Rusia postsoviética. Este país ha declarado esto como una traición más dentro de las promesas vacías que Occidente habría impuesto a un país humillado a costa de sus intereses históricos. No obstante el modo en que la adhesión voluntaria de nuevos países deriva de las suspicacias históricas de países intervenidos militarmente por un viejo hegemón mientras recibían una renovada autonomía al zafarse de la cortina de Hierro. La mirada báltico-balcánica de la OTAN ha conducido al deterioro diplomático y generado un ambiente que rememora aspectos de la Guerra Fría.

La anexión de Crimea y el conflicto actual en Ucrania sirven como pesados recordatorios del desafío pertinaz planteado por las aspiraciones reales o percibidas de Moscú. Estas impulsan a naciones otrora neutrales a ingresar en el ámbito de la OTAN, con la adhesión de Finlandia y Suecia como respuestas directas a la actual crisis.

Hoy, la OTAN enfrenta un panorama complejo de amenazas convencionales y no convencionales. Las crisis de seguridad derivadas de la emergencia climática, las amenazas latentes de células de terrorismo extremista y su penetración hacia Occidente, el resurgimiento militar de Rusia delineado en el prolongado mandato de Vladimir Putin que ha reavivado las tensiones en Europa Central, y hasta el ascenso de China como la única superpotencia global con recursos e intereses comparables a la alianza presenta nuevos retos. Retos cuya resolución parece siempre complicarse por las divisiones internas y las debilidades que aún hoy continúan plagando a la alianza, desde disputas sobre el reparto de la carga hasta percepciones divergentes de amenazas entre los estados miembros.

Pilar de seguridad global

Sin embargo, en medio de estos desafíos, la OTAN ha permanecido como un pilar resiliente e indispensable de seguridad global. Su garantía de defensa colectiva es planteada como un elemento disuasorio contra la agresión que fomentaría la estabilidad. Esta garantía está apoyada en capacidades defensivas y ofensivas totales que eclipsan hoy a cualquier adversario potencial más allá de sus esferas de influencia.

La interoperabilidad de las fuerzas de la OTAN y las de sus socios globales, como Australia, Colombia, Irak, Japón, Mongolia, Nueva Zelanda, Pakistán y Corea del Sur, crea una imponente capacidad militar. En teoría permitiría una respuesta rápida a diferentes crisis potenciales. Ha de admitirse, sin embargo, que sus cuantiosos recursos están distribuidos de manera desigual dentro del complejo ámbito territorial de la alianza. Esto lo evidencian los nudos y deficiencias en puntos específicos de discordia con sus adversarios en el Ártico, el Mar Báltico y Europa del Este.

Diálogo y cooperación

Empero, podría decirse que la fortaleza de la OTAN no radica en su infraestructura armada. Por el contrario se sitúa en su condición de foro para el diálogo político y la cooperación, fortaleciendo los lazos transatlánticos y fomentando una comunidad de naciones presentes y aspirantes que se identifican en su mayoría con sistemas de ideas similares en su compromiso con los valores democráticos y el estado de derecho. Sin embargo, este compromiso ha sido puesto en duda incluso en nuestros días. Después de todo, la OTAN toleró gobiernos autoritarios entre sus miembros durante la Guerra Fría. Hoy en día, algunos de sus miembros pueden ser caracterizados al menos como iliberales. Además, la respuesta de la OTAN a las amenazas emergentes ha sido con frecuencia desestimada como tardía, tibia y desarticulada. Esto destaca la necesidad de una mayor cohesión y visión estratégica.

Diferentes líderes a lo largo de la historia de la alianza manifestaron posiciones de “autonomía”, desafiando la necesidad de la asociación. El caso más famoso fue el líder francés Charles De Gaulle, quien separó a su país del mando Atlántico debido a desacuerdos sobre su preeminencia. Sin embargo, existe una tendencia creciente a hablar en contra la organización más allá de la tentadora tradición de demagogia electoral.

Es significativo que el actual líder y candidato del partido Republicano, Donald Trump, haya vociferado largamente su desdén hacia la OTAN y sus aliados. Esto es parte de su narrativa del aislacionismo y excepcionalismo americano, la percepción de una sobrecarga económica de su país en los gastos y compromisos militares globales, y su escepticismo general hacia el multilateralismo. Declaraciones a ese nivel prenden las alarmas en distintos círculos de decisión alrededor del mundo ante la percepción de que el expresidente de Estados Unidos comparte criterios con sus adversarios estratégicos.

Resiliencia y vulnerabilidad

Lo más preocupante, sin embargo, es que mientras el apoyo a la defensa común sube y baja entre los diferentes electorados de los países socios, en última instancia la voluntad de los ciudadanos de involucrarse directamente en la seguridad de sus aliados e incluso en la de sus propios países parece espectacularmente débil. ¿Mostrarán los liberales y pacíficos ciudadanos de Occidente determinación ante una agresión directa de un enemigo externo? ¿Podrían las democracias europeas defenderse sin el marco y el apoyo de la organización y los Estados Unidos? Las imágenes de los heroicos ucranianos enfrentando obstáculos insuperables podrían alertar y vigorizar a una nueva generación. Sin embargo, una victoria de los autoritarismos podría resultar irreversiblemente desalentadora.

La OTAN nos presenta la contradictoria realidad de su evidente resiliencia y sus complejas vulnerabilidades. Los desafíos que tiene por delante son formidables y requieren mantener un renovado sentido de su propósito histórico. Al final éste sólo será tan fuerte como la solidaridad entre sus miembros. Fortalecer la disuasión contra posibles adversarios, abordar las divisiones internas y reafirmar su compromiso con sus valores originales seguirán siendo esenciales para navegar en las aguas inciertas que se avecinan. Como en 1949, de lo que se trata es de trazar un rumbo hacia un futuro más seguro, próspero y, esperemos, democrático.

Guillermo Tell Aveledo Coll

Guillermo Tell Aveledo Coll

Doctor en ciencias políticas. Decano de Estudios Jurídicos y Políticos, y profesor en Estudios Políticos de la Universidad Metropolitana de Caracas.

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