El pasado 6 de diciembre, desde la ciudad de Montevideo, se anunció el cierre de unas arduas y larguísimas negociaciones entre la Unión Europea y el Mercosur. Un cuarto de siglo tuvo que transcurrir para que las comisiones negociadoras de ambos bloques pudieran establecer los términos de un acuerdo comercial de gran significación para todo el espacio atlántico.
El acuerdo está aún pendiente de ratificación y cuenta con la firme oposición de poderosos sectores políticos y económicos en Europa. Sin embargo, la posibilidad de que dos espacios comerciales de tanta envergadura como la Unión Europea y el Mercosur configuren un área común de libre comercio alberga grandes repercusiones potenciales para Occidente.
Además de las implicaciones comerciales que conllevaría este acuerdo, simboliza una importancia netamente política, en caso de alcanzar su plena ratificación. A día de hoy, cuando el mundo afronta una reversión autoritaria generalizada, el fortalecimiento de los vínculos comerciales entre democracias occidentales luce necesariamente como una buena noticia.
Democracia e integración comercial
No existe una relación perfecta entre el comercio y la paz, pero es cierto que las buenas relaciones comerciales suelen fortalecer la concordia entre las naciones. Sobre todo cuando tienen lugar entre democracias y mediante acuerdos que regulan el derecho internacional.
Esta fue una de las principales lecciones aprendidas tras concluir la Segunda Guerra Mundial. La Comunidad Económica del Carbón y del Acero (CECA) fue creada para aplacar las tradicionales disputas entre Francia y Alemania por el control de la región carbonífera del Sarre. La explotación consensuada de esa zona dio tan buenos resultados que el esquema evolucionó posteriormente hacia el Mercado Común Europeo, la Comunidad Económica Europea y la Unión Europea.
Gracias a esta combinación de democracia e integración comercial, los países que integran la Unión Europea no han vuelto a guerrear entre sí. La idea cundió a finales del siglo XX a tal punto que el proceso de construcción de la unidad europea se convirtió en el modelo a seguir para quienes, ya en la década de los 90, decidieron crear el Mercado Común del Sur (Mercosur).
Mientras los múltiples esquemas comerciales de Iberoamérica (ALALC, ALADI, CAN, etc.) suelen apuntar a la cooperación comercial, Mercosur ha procurado avanzar más bien hacia una integración comercial. Sin embargo, la asimetría que existe entre Brasil y sus socios regionales —mayor que la que Alemania puede encarnar en Europa— ha sido decisiva para que el Mercosur le facilite a los brasileños una posición preferente en varios mercados sudamericanos.
Esta circunstancia pudo quizás restarle dinamismo al gran esquema de integración comercial de Sudamérica. Pero el reciente acuerdo comercial con la Unión Europea podría cambiar las cosas.
Términos del acuerdo
A pesar de la ralentización de su ritmo de crecimiento económico, la UE continúa siendo un enorme espacio comercial. Es habitado por más de 450 millones de personas y con un PIB conjunto que supera ampliamente los 17 billones de dólares. Mercosur, por su parte, tiene un PIB mucho menor, cercano a los 2,9 billones de dólares. Pero su población supera ya los 300 millones de habitantes.
Los tres pilares del acuerdo son el comercio, la cooperación y el diálogo político, en el que el respeto a la democracia y sus instituciones constituye un requisito fundamental. En el plano comercial, el acuerdo elimina más del 90% de los aranceles bilaterales y establece una homogeneidad general de las normativas fitosanitarias. Adicionalmente, más de 350 indicaciones geográficas de la UE y 220 del Mercosur obtienen protección en el marco del acuerdo.
Sobre el cuidado del medioambiente y la transición hacia energías más limpias, las partes se comprometen con las metas estipuladas en el Acuerdo de París. Se fijan, así, los más altos estándares alcanzados hasta la fecha en el plano internacional. Lo mismo puede decirse con respecto a los derechos laborales. Los parámetros dentro del acuerdo se corresponden con los que fija la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Para que el acuerdo entre en vigor por la UE, el componente comercial debe ser aprobado por el Consejo de Europa y el Parlamento Europeo. Mientras que los puntos relativos al diálogo político y la cooperación tendrán que obtener la aprobación de los 27 parlamentos nacionales. En Mercosur, en cambio, la activación del acuerdo estará sujeta en cada país a la aprobación de sus gobiernos.
Comerciar en libertad
Para ser ratificado, el acuerdo deberá superar todavía importantes obstáculos. Organizaciones ecologistas y agricultores europeos unen fuerzas en este sentido. La oposición más vehemente proviene de Francia. El acuerdo llegó justo después de que Emmanuel Macron recibiera una moción de censura por parte de la Asamblea Nacional. Por su parte, productores franceses, belgas y polacos rechazan el acuerdo. Tal como lo perciben, lesiona gravemente sus intereses ante la competencia que plantean los productos sudamericanos.
El potencial agroproductivo de países como Brasil, Argentina o Uruguay representa una dura competencia para muchos productores europeos. Al igual que sucede lo contrario en otros sectores de la economía. La contracara del libre comercio son siempre las crecientes dificultades que enfrentan los actores que, por precio o por calidad, resultan menos competitivos.

Sin embargo, la ratificación del acuerdo UE-Mercosur sería una buena noticia para la democracia en el mundo. En tiempos marcados por la proliferación de las autocracias, por la incorporación a los BRICS de diversos regímenes autoritarios y por la potente expansión china, la consolidación de un área atlántica de libre comercio que se preocupa por la defensa de la democracia, los derechos humanos y la protección del medio ambiente no dejaría de ser una señal esperanzadora. Esperamos que esas consideraciones también cuenten durante el proceso de ratificación a ambos lados del Atlántico.