Todos los debates sobre el estado actual de las relaciones económicas, comerciales y políticas entre Europa y América Latina sobrevuelan sobre los profundos lazos históricos y culturales que unen a los dos actores. La pregunta que cabe hacerse es si ese diferencial sigue siendo suficiente para sostener una relación estratégica en el nuevo mundo que emerge o, ahora más que nunca, es momento de complementarlo con acciones geoestratégicas de consideración.
Si nos remontamos a la década del noventa, donde aún China no era un actor central en las relaciones internacionales, los países europeos a través de la hoy Unión Europea (UE) desplegaron una ambiciosa estrategia en América Latina y el Caribe en competencia directa con las acciones tomadas por Estados Unidos.
Cabe recordar la firma del Acuerdo de Asociación con México en 1997 (pocos años después de la firma del NAFTA, ya transformado en el T-MEC), el que hoy ya fue renegociado y está en proceso de revisión jurídica. Luego de México suscribió otro acuerdo bilateral con Chile en el año 2002. En 2008 la UE cerró su acuerdo birregional primero con los miembros de la Comunidad del Caribe y en 2012 con Centroamérica. Ese mismo año también completó las negociaciones con los países andinos y por último en 2019 con el Mercosur. Parece evidente que la firma de acuerdos con prácticamente todos los países de América Latina y el Caribe (con la sola excepción de Venezuela, Bolivia, Guyana y Surinam), le otorga al bloque europeo un diferencial respecto a Estados Unidos y China, los otros dos principales socios comerciales de la región.
Las acciones seguidas por los países miembros de la UE durante los últimos veinte años demostraban una estrategia bien definida en cuanto a la importancia otorgada a la región. La firma de los acuerdos de asociación recién señalados se complementó con espacios de diálogo y cooperación política como las Cumbres entre la UE y América Latina y el Caribe que comenzaron en 1999 y adquirieron otro formato en 2011 con la creación de la CELAC. Por otro lado, desde 1991 las Cumbres Iberoamericanas también ofrecían un espacio de diálogo permanente entre la región y algunos países europeos. Además de los acuerdos y foros políticos, que incluso tienen sus antecedentes en la década del ochenta, la presencia de la UE es clave en cooperación, inversiones y comercio de bienes y servicios, si bien en todas estas variables la presencia de China se ha transformado en su principal competidor.
Un cambio de contexto y nuevos desafíos
Más allá del legítimo debate sobre qué nivel de consenso se llegó a alcanzar entre los países miembros de la UE para cerrar el acuerdo con el Mercosur, lo cierto es que, desde su cierre en 2019, el escenario global y regional cambió de forma dramática. A nivel global, la aparición del covid-19 puso en cuestionamiento los pilares básicos de la vida en sociedad, lo que cambió de forma abrupta las prioridades de todas las naciones del planeta. La crisis sanitaria se dio en el marco de un sistema internacional que ya venía en crisis, pero que fue tensionado aún más por las políticas seguidas por Trump, algunas de las que continúan con Biden.
En este escenario, la UE proyectó al mundo la sensación de que no estaba siendo parte de los acontecimientos centrales. Claro, los desafíos no eran pocos, si se tienen en cuenta las implicancias del brexit, la compleja gestión de la pandemia y los cambios de liderazgos a partir de la salida de Angela Merkel. Todos estos fenómenos se dan en paralelo a una guerra comercial entre Estados Unidos y China, que hoy es geopolítica y en donde los países europeos no parecen tener un rol de preponderancia. Algunas de las recientes coaliciones para enfrentar la política exterior de Xi Jinping y los acontecimientos ocurridos en Afganistán, son solo algunos ejemplos de la ausencia de las potencias europeas en el tablero geoestratégico global.
Sin sobredimensionar el rol de América Latina y el Caribe a nivel internacional, todo indicaría que la UE debe redoblar sus esfuerzos diplomáticos en esta región, para lo cual ya cuenta con varios espacios de diálogo político, cooperación y comercio. En este sentido, la pronta puesta en vigor del acuerdo de asociación con el Mercosur adquiere especial importancia.
Cabe recordar que dicho acuerdo cuenta con tres pilares: el político, el económico-comercial y el de cooperación. Si bien es cierto que su negociación demoró veinte años, lo que afectó los impactos esperados en términos de PIB, de entrar en vigor esta asociación se transformaría en el mayor acuerdo birregional que se haya firmado. Incorpora avances sustanciales en el acceso a bienes y servicios, además de introducir otras regulaciones comerciales. Sin desconocer los beneficios esperados por el alcance en las áreas recién señaladas, limitar el acuerdo con el Mercosur solo a los asuntos económicos es una enorme simplificación. Dichos convenios son potentes instrumentos que permiten profundizar las relaciones entre los miembros, en momentos en que se deben enfrentar amplios desafíos en la agenda global y en que, por diferentes crisis en algunos países de América Latina como Venezuela y Nicaragua, no se está avanzando en los espacios políticos regionales (reuniones CELAC-UE). Sumado a esto, la agenda bilateral entre países europeos y latinoamericanos ha perdido fuerza en los últimos años, otra cuestión que debe revisarse.
Debido a las dinámicas actuales, parecería el momento de aumentar la apuesta. Esto implica actuar con pragmatismo y flexibilidad, dando curso al proceso de revisión jurídica del acuerdo con el Mercosur más allá de las diferencias que aún siguen presentes. Contar con el tratado en pleno funcionamiento será uno de los ámbitos propicios para profundizar las discusiones sobre el cambio climático, pero especialmente le permitiría a la UE dar un paso de especial importancia en términos de su presencia global, en especial, en momentos en que las coaliciones vuelven a jugar un rol en los movimientos geopolíticos y geoestratégicos de las principales potencias.
De no actuar con celeridad, los espacios en América Latina seguirán siendo ocupados por otros actores, independientemente de las cercanías históricas y culturales.