2018, año de maratón electoral en América Latina (II)

2018, año de maratón electoral en América Latina (II)

Varias elecciones en el curso de este año podrían cambiar la relación de fuerzas políticas en la región. El desencanto

Por: Sören Soika26 Mar, 2018
Lectura: 8 min.
2018, año de maratón electoral en América Latina (II)
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Artículo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

Varias elecciones en el curso de este año podrían cambiar la relación de fuerzas políticas en la región. El desencanto de muchos ciudadanos latinoamericanos con la oferta de los partidos de todas las orientaciones políticas desafía las posibilidades de los partidos de centro de sacar provecho de esta situación.

Manifestación ciudadana en Medellín, Colombia | Foto: Pixabay

Manifestación ciudadana en Medellín, Colombia | Foto: Pixabay

¿Disgusto con la democracia a pesar del crecimiento?

La imprevisibilidad y la relevancia de políticos antisistema son manifestaciones de un descontento con la oferta de los partidos de todas las orientaciones políticas. La izquierda que mantuvo el poder político por mucho tiempo aprovechó el boom de las materias primas para dirigir las ganancias de las exportaciones hacia programas sociales y otros subsidios, de los cuales sacaron provecho muchos ciudadanos latinoamericanos que salieron de la pobreza. Pero la izquierda dejó escapar estos años de boom y no realizó las reformas estructurales que garantizaran un crecimiento inclusivo y sostenible. El enriquecimiento personal de algunos de estos gobernantes, como se puede observar por ejemplo en Argentina con el clan Kirchner, ha contribuido a desacreditarlos.

La cuestión es si los partidos del centro en América Latina logran proponer alternativas políticas satisfactorias para una gran parte de la población y si logran poner en marcha cambios en la economía de mercado sin olvidarse de los miedos de un nuevo descenso social de la clase media formada en los últimos diez años. Un ejemplo que anima en este sentido es el gobierno del presidente Mauricio Macri, del partido Propuesta Republicana (PRO) en Argentina desde 2015. Al contrario que su predecesora populista de izquierda Cristina Fernández, él intenta el resurgimiento de un discurso democrático que busca encontrar un consenso. A pesar de algunas reformas económicas dolorosas, Macri logró ganar las elecciones parlamentarias en 2017, lo que lo va a ayudar en la segunda mitad de su presidencia. Si su gobierno logra generar un auge económico persistente, esto no solamente contribuirá a su propia carrera profesional, sino que puede decidir si el nuevo camino de Argentina servirá como modelo para toda la región.

En lo que refiere al estado de la democracia, la región es muy ambivalente. Por un lado, todavía es la región más libre fuera de Europa y Norteamérica. Según el informe de Freedom House, este año solamente Cuba y ahora también Venezuela no son libres aunque también en Nicaragua la democracia empeoró en los últimos años. Según el Latinobarómetro, más de la mitad de los latinoamericanos prefieren la democracia a cualquier otro sistema. Pero esta cifra está bajando desde 2010. También el porcentaje de los que están felices con la democracia en su país descendió en los últimos años y hoy se ubica en solo 30 %. Incluso en Uruguay, el mejor país en este sentido, solo el 57 % de la población está contenta con el sistema democrático en el país. En Brasil, solamente uno cada diez habitantes prefiere este sistema.

Solo con factores económicos es casi imposible explicar esta tendencia. Después de dos años de estancamiento o retroceso económico, la región volvió en 2017 a un crecimiento de 1,2 %, según datos del FMI. Se supone que subirá a un 1,9 % en 2018. Países importantes como Brasil y Argentina se salvaron de la recesión, mientras que Venezuela sigue en depresión. En los últimos años este país perdió un tercio de su fuerza económica y la inflación pronosticada asciende a 2500 % para 2018. Sin embargo, muchos aspectos van en la dirección correcta y la población lo nota. Según el Latinobarómetro, 54 % —el porcentaje más alto desde 1995— dicen que les alcanza el dinero hasta el final del mes. A pesar de que el 44 % afirman que no les alcanza, lo que constituye una cifra demasiado alta, se nota el desarrollo positivo.

Justamente en el país con el descontento más alto con la democracia, Brasil, el porcentaje de los que les alcanza el dinero hasta el final del mes es de 68 %, el más alto de la región. El índice de desarrollo democrático Bertelsmann Transformation Index de 2016 lo llama síndrome brasileño. Este se puede transferir también a otros países: una sociedad civil más y más democrática y segura de sí misma gracias a nuevas clases medias no acepta que los políticos gasten sus impuestos de una manera ineficiente, no ofrezcan servicios públicos suficientes y se enriquezcan a costa de otros.

Muchos ciudadanos de la región reconocen a la corrupción como un problema importante de la sociedad; en algunos casos, como Brasil, incluso como el problema más relevante. En este país comenzó el escándalo del soborno relacionado con la empresa Odebrecht, que ahora está presente en casi todos los países de América Latina. El consorcio constructor «invirtió» 785 millones de dólares durante años en diferentes países del subcontinente para conseguir contratos importantes del Estado. En Brasil, el escándalo fortalece las investigaciones del caso Lava-jato que empezaron en el 2014 enfocadas en la compañía petrolífera estatal Petrobras. La justicia está decidida a poner fin a estas actividades. No solamente el antiguo jefe de la empresa, Marcelo Odebrecht, sino también políticos importantes como el expresidente del Parlamento Eduardo Cunha y el expresidente Lula están en prisión o recibieron condena. El Parlamento, del cual la mitad de sus miembros están acusados por corrupción, impidió hasta ahora el proceso contra el presidente Temer.

También en otros países el escándalo tiene consecuencias políticas y penales para sus protagonistas. En Guatemala, el presidente Otto Pérez Molina y su vicepresidenta tuvieron que dimitir y se les dictó prisión preventiva. El antiguo vicepresidente de Ecuador Jorge Glas está en la cárcel. Mientras tanto, el gobierno en Caracas intenta impedir las investigaciones similares a las de otros países. Debido a sus contactos con Odebrecht, el presidente peruano Pedro Pablo Kuczynski solo pudo mantenerse en su puesto con dificultad a finales del 2017. Pero es posible que este escándalo le haya costado a Perú un punto porcentual de su crecimiento económico en 2017. A pesar de todo hay que notar que es poco probable que la política en América Latina sea más corrupta en los últimos años que antes. Más bien, la diferencia es que actualmente estas faltas son descubiertas. Los políticos corruptos de hoy en día ya no pueden estar seguros de que nadie lo note y el traslado desde el palacio presidencial directamente a la cárcel ya no es imposible. Todo esto puede causar agitación pero, a largo plazo, será una bendición para el Estado de derecho latinoamericano.

Determinante también hacia fuera

La mencionada ola progresista del 2000 al 2015 tuvo también una influencia en el papel internacional de Latinoamérica. Los gobiernos de izquierda en estos años retiraron a muchos de estos países del club de los defensores de un orden mundial multilateral y fuerte, del comercio libre y de los valores de la democracia liberal. No lo hicieron solamente a través de tendencias autocráticas y de dirigismo económico hacia adentro. Estos gobiernos también practicaron un proteccionismo hacia afuera y se sintieron más cercanos a Estados poco democráticos como China y Rusia que a los Estados occidentales. Ello quedó en evidencia no solamente con palabras sino también con hechos, como por ejemplo negocios de armas y sus votos en las Naciones Unidas. Es evidente que esto va en contra del interés alemán de mantener un orden mundial que cumpla con las reglas, una economía mundial conectada y un fortalecimiento del sistema liberal-democrático.

Pero algunos cambios en los gobiernos en los últimos años significaron cambios satisfactorios en este sentido. Argentina, por ejemplo, que en muchos casos internacionales impedía acciones, se convirtió en un actor constructivo. La actual presidencia argentina del G20 simboliza este cambio. Otros actores, como los miembros de la Alianza del Pacífico, cumplen este papel positivo —en el comercio, en cuestiones de democracia y protección de los derechos humanos y en la prevención del cambio climático— desde hace ya varios años.

La ironía de todo esto es que justo en el momento en el cual más Estados latinoamericanos van por este camino otra vez, el potente Estado del norte del continente, que es el punto de referencia de este camino, se convierte en un actor en el que es difícil confiar. La elección de Donald Trump dejó confundidos a muchos gobiernos al sur del río Bravo, especialmente al vecino México. Entretanto, se puede observar que muchos países sudamericanos no quieren desviarse de su línea, que trata de buscar soluciones multilaterales. Ponen su mirada en Europa y en Alemania.

Cuando en los próximos meses las personas en el sur de América caminen hacia las urnas, decidirán en primer lugar lo que pasará en sus países. Sin embargo, al mismo tiempo decidirán en qué medida su país va a influir y participar en los asuntos internacionales. En un tiempo en el no abundan socios constructivos a nivel internacional, vale la pena interesarse por las elecciones latinoamericanas, también en Berlín y Bruselas.

 

Sören Soika
Trainee de la Fundación Konrad Adenauer en Uruguay

 

Sören Soika

Sören Soika

Editor en jefe de la plataforma Auslandsinformationen (Ai) de la Fundación Konrad Adenauer

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