Para responder a este interrogante relevamos 490 encuestas de 17 países de América Latina, América del Norte y Europa desde febrero a diciembre del 2020, con la finalidad de estimar el efecto que la crisis del covid-19 tiene en la popularidad de los presidentes. En esta historia pandémica podemos diferenciar tres etapas en la relación de la opinión pública y la dirigencia política: shock pandemico, nueva normalidad y la esperanza la vacuna.
El primer momento de shock pandémico estuvo signado por la incredulidad, el miedo y la confusión. Se acompañó de una creciente solidaridad nacional y la suspensión del conflicto político. Durante este periodo, comprendido entre los meses de abril y mayo, los presidentes vieron incrementar su popularidad ante el desafío de combatir la pandemia.
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Popularidad presidencial
Aquel efecto inicial duró poco. Durante la segunda etapa, la nueva normalidad, el agotamiento social, la frustración y la incertidumbre llevaron a un nuevo ciclo de opinión pública dentro de la pandemia. La paz política dio paso al conflicto y la alta aprobación de los gobiernos comenzó a ceder. La esperanza social inicial de que noventa dias de restricciones serían suficientes para paliar lo peor de la situación nunca se hizo cuerpo. Desde mediados del 2020 en adelante, los gobiernos se enfrentaron no solo a la pandemia, sino centralmente a los efectos económicos y sociales de esta.
La tercera etapa, iniciada entre noviembre y diciembre de 2020, está signada por la esperanza de la vacuna. La noticia de la aprobación de las vacunas dio a los gobiernos una nueva centralidad pública cómo actores de la solución a la pandemia. Pero la ola de confianza, una vez más, duró poco. En Europa comenzó la segunda ola, con mayor virulencia que la anterior y se dio pie a una nueva política de aislamiento social. En diciembre encontramos una nueva caída en la popularidad de los mandatarios, que hasta el momento es aún más pronunciada en Europa —donde la segunda ola arrecia fuerte— que en América Latina.
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Accionar de los gobiernos
La nueva cepa, el incremento de los casos y la persistente crísis económica ponen en tela de juicio el accionar de los gobiernos. Para la mayoría de los líderes, la emergencia sanitaria se tradujo a fin de año en una caída constante de su legitimidad, que cayó a los niveles más bajos del último año. Si bien los Estados han retomado el foco de la escena pública por las adquisiciones y las aplicaciones de la vacuna, ahora se les cuestiona la capacidad de implementar una vacunación eficiente.
El mundo aún está lejos de un horizonte sostenido de vacunación. Y esta tercera etapa trae resultados que han sido dispares, tanto en la adquisición de vacunas como en la logística de su aplicación. Hasta la última semana de enero se han vacunado 66 millones de personas, de los cuales solo 5 millones han recibido la doble dosis de vacunas. Las cabezas de esta cifra son Estados Unidos (21,8 millones), China (15 millones), Reino Unido (7 millones) e Israel (3,7 millones). En nuestra región, México, Argentina y Chile son los únicos países de América Latina que comenzaron su plan de vacunación en diciembre del 2020. Brasil inició en la tercera semana de enero; Ecuador y Bolivia no tiene aún vacunación definida y Uruguay está negociando sus compras.
Gobernar la esperanza global
La esperanza global se choca, también, con la desigualdad internacional. Más del 90 % de las dosis aplicadas se han realizado en países de ingresos altos y medios. Todo un dardo al presagio de que saldríamos de la crisis con más solidaridad. El inconveniente es que, lejos de llegar a esta nueva etapa con las espaldas fortalecidas y las credenciales renovadas, los líderes políticos escuchan tronar sus puertas.
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La noción de que la aprobación y adquisición de las vacunas resolvería los problemas sanitarios de un momento a otro fue solo una ficción. Por lo tanto, todos los sustantivos, verbos y adjetivos exitosos que podrían constituir una alusión a la salida, tan comunes en los gobiernos, hoy son un campo semántico minado que basta pisar para saltar por los aires.
La vacuna es una solución al covid-19 pero no es el bálsamo a todo lo que la pandemia desnudó. Más allá de su impacto sanitario, es una crisis que profundiza la desigualdad. Acentúa la fragilidad de los Estados y pone en jaque los liderazgos nacionales. Aún queda mucho tiempo por delante y los mandatorios toman nota de la necesidad de administrar con prudencia las crecientes expectativas sociales.
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