«El fútbol tiene un poder único para unir al mundo. Por lo tanto, la Copa del Mundo de la FIFA en Catar ofrece una oportunidad única para un alto el fuego entre Rusia y Ucrania». Con estas palabras, el actual presidente de la FIFA, Gianni Infantino, se dirigió a los principales políticos reunidos en la cumbre del G20 en Bali. ¿Era posible que la 22.ª edición del torneo más importante de selecciones nacionales de fútbol fuera una instancia político-diplomática por la paz, la democracia y la unidad? La respuesta es claramente negativa, porque la Copa del Mundo, debido a su amplio alcance, siempre ha sido utilizada como vocero de mensajes políticos. Aquí el actor geopolítico es la FIFA.
¿Política en consonancia con el deporte?
El vínculo entre política y deporte no es fruto de la discutible adjudicación a Catar en 2010 de la sede del Mundial. Ya en uno de los mayores eventos culturales mundiales como los Juegos Olímpicos, era práctica común que cada ciudad-Estado enviara una delegación junto a los deportistas. Los Juegos ofrecían así un foro para el intercambio de opiniones políticas, en el que se podía influir en los procesos políticos globales. En el presente, estos eventos masivos también se utilizan con fines políticos. Ya en el pasado, en los Juegos de Verano de 1936, en Berlín, los nacionalsocialistas aprovecharon la oportunidad para poner su régimen bajo una mejor luz a los ojos del público internacional. En los Juegos de Invierno de Beijing 2022, el liderazgo comunista está utilizando el evento para legitimar su poder y su papel en el escenario mundial.
Por lo tanto, la declaración de Gianni Infantino poco antes del inicio de la campaña de la FIFA «El fútbol une al mundo» no es demasiado oscura, aunque sí desmedida. El alto al fuego entre Ucrania y Rusia que exigió Infantino no se concretó. Y, en lugar de unidad, el campeonato trajo consigo un amplio abanico de críticas. Sin embargo, estas no apuntan al uso del Mundial como foro para el intercambio de opiniones políticas. Por el contrario, más bien, apuntan al no respeto de los derechos humanos y del Estado de derecho cuando se adjudicó a Catar la sede.

¿Fair play en la democracia?
Desde la dudosa adjudicación a finales de 2010, el anfitrión Catar ha sido criticado por presuntos pagos de sobornos millonarios, la situación de los derechos humanos y la situación política, así como por las condiciones de los trabajadores extranjeros. La adjudicación fue fuertemente criticada, como lo fue en 2018 la de Rusia y en 1978 la de Argentina, o las de los Juegos Olímpicos ya mencionados. Tanto la FIFA como el Comité Olímpico Internacional (COI) fueron acusados de complicidad en el encubrimiento de violaciones de derechos humanos y codicia. Ambas organizaciones deportivas deberían despedirse de la narrativa de «impulsar procesos de democratización a través de eventos deportivos». De hecho, estos no se producen realmente y los procesos de adjudicación solo sirven para perseguir los propios intereses.
El Parlamento Europeo ha criticado duramente a la FIFA y está pidiendo reformas fundamentales: «La FIFA está gobernada por una corrupción desenfrenada, sistémica y profundamente arraigada». La concesión de Copas del Mundo no debe otorgarse a Estados que ignoran los derechos humanos y fundamentales. Esta declaración es compartible, pero llega demasiado tarde. Solo puede entenderse como una especie de modo de reparación político-deportivo. En contraste, está la sospecha de corrupción contra la vicepresidenta del Parlamento Europeo, Eva Kaili. Fue suspendida de su cargo y está acusada de «corrupción de pandillas y lavado de dinero» en el contexto de la Copa del Mundo en Catar.
¿La falta de escrúpulos como nueva disciplina deportiva?
El fútbol alcanzó el punto más bajo de un desarrollo devastador de la falta de escrúpulos y la hipocresía. El aspecto deportivo en sí pasa a un segundo plano. Ya no se trata solo de otorgar la Copa del Mundo a Catar. Cuando se supo en 2010 que la Copa del Mundo de 2022 se había otorgado en circunstancias inaceptables, hubo críticas iniciales sobre las condiciones de esclavitud de los inmigrantes de bajos salarios, el trato a las mujeres y la comunidad LGBTQ, las repercusiones en la política energética y los costos para la construcción de una infraestructura completa. Pero esta crítica se evaporó como una gota de agua sobre una piedra caliente, literalmente, si se considera el aire acondicionado absurdo en los estadios.
La afirmación del embajador oficial Khalid Salman de que la homosexualidad es un «daño mental» volvió a despertar la inquietud sobre sobre las circunstancias externas y políticas del torneo. Es por lo menos sorprendente que recién una declaración doce años después de la adjudicación provocara este cuestionamiento. También es chocante que esto suceda durante la 27ª Conferencia Climática de la ONU en Egipto, y la crisis energética en Europa. Dos realidades diametralmente opuestas que realmente no pueden encontrarse.
Catar no se ha hecho ningún favor al albergar este Mundial. El torneo hizo que el deporte ya politizado lo fuera más aún. Tampoco la FIFA (y sus subfederaciones) se ha hecho ningún favor: durante mucho tiempo serán vistas como el verdadero chivo expiatorio de la Copa del Mundo de 2022. Su insistencia en la neutralidad política parece cada vez más inverosímil. Lo mismo vale respecto a su supuesto compromiso con la apertura y la tolerancia. La prohibición de usar el brazalete One Love provocó una protesta mediática particularmente grande. La FIFA ha tensado demasiado la situación desde la perspectiva moral, a pesar de todas las denuncias de corrupción que ya han existido en el pasado.

¿Qué aprendemos de Catar?
La final de la Copa del Mundo tendrá lugar el domingo 18 de diciembre. Culmina así el breve tiempo añorado por muchos espectadores y aficionados. Al mismo tiempo, los llamados boicoteadores del Mundial, que decidieron no acompañarlo por motivos morales o simplemente por falta de interés, podrán volver a la «normalidad». Las conversaciones exclusivamente sobre fútbol en los encuentros interpersonales serán cosa del pasado por primera vez. Lo que queda son las tumbas de tantos trabajadores migrantes que murieron en accidentes, los problemas sociales y ecológicos masivos y la imagen de una FIFA que se ha alejado mucho de la ética y la dignidad.
Mirando hacia atrás, nos permitimos dos conclusiones respecto al Mundial de 2022: primero, la Copa del Mundo, como evento deportivo mundial, no debería haberse llevado a cabo en el emirato por razones éticas. En segundo lugar, la FIFA debe promover el juego limpio no solo en el campo, sino también para garantizar que la Copa del Mundo se desarrolle sin discriminación.
Como se mencionó al principio, los eventos deportivos mundiales se han utilizado desde la antigüedad para la transmisión de mensajes políticos. El presidente de la FIFA, Gianni Infantino, se aprovechó de esto. En su monólogo de una hora defendió al emirato y criticó la doble moral europea. Con esto golpeó un punto sensible para muchos europeos y algunos norteamericanos. Su discurso no provocó el alto al fuego entre Ucrania y Rusia pero ayudó a poner a Catar bajo una mejor luz. En contraposición, las naciones occidentales no han podido enviar un mensaje geopolítico y llamar la atención suficientemente sobre los graves agravios éticos en Catar.
Para que dentro de cuatro años podamos disfrutar de la Copa del Mundo con menos preocupaciones, es de gran importancia que los patrocinadores, las asociaciones deportivas, los políticos y los espectadores dejen de hacer la vista gorda y desafíen el business as usual. Para llevar a cabo un evento deportivo mundial, especialmente en tiempos de policrisis, se requiere una base de valores fundamentales éticos y morales.
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