Max Roser, economista de la Universidad de Oxford, publicó en su sitio web oneworldindata.org un interesante análisis titulado «The short history of global living conditions and why it matters that we know it».

El reloj del Apocalipsis
La cuestión parece sencilla: en seis gráficas Roser intenta demostrar que en los últimos doscientos años la humanidad ha progresado. El análisis gira en torno a seis temas principales: pobreza, alfabetización, salud, libertad, población y educación.
Ahora bien, más allá de las gráficas y los números científicamente recabados por el matemático cabe igualmente preguntarse: ¿estamos realmente mejor que antes?, ¿hemos evolucionado?, ¿hemos desarrollado todo nuestro potencial?, ¿podríamos estar mejor?, ¿qué tan lejos estamos del colapso?
Y la única respuesta que se me ocurre es: no todo es tan sencillo.
Si vemos aisladamente cada uno de estos puntos podemos descubrir cientos de matices que no pueden quedar por fuera si queremos entender dónde estamos parados.
La alfabetización es real. Hoy más gente sabe leer y escribir, y eso por sí solo significa un enorme avance, pero ello no siempre se traduce en que tengamos una educación de calidad masificada. Esta, aunque existan muchas excepciones, sigue siendo de acceso limitado.
El campo de la salud es de los que más ha evolucionado con el paso del tiempo. La calidad de vida ha mejorado notoriamente y las personas viven más. Pero en la actualidad nos enfrentamos a nuevos problemas en el campo de la salud que antes eran desconocidos y que son propios de la forma y del estilo de vida de nuestra generación.
El incremento de la población parece no tener límites y en las últimas décadas se ha dado de manera exponencial. Esto significa un problema cuando el crecimiento se da en los segmentos que no tienen cubiertas las necesidades más básicas como la vivienda o la alimentación y cuando no hay una política pública adecuada para atender esta realidad.
¿Podemos afirmar que disminuyó la pobreza? Quizá en términos absolutos haya más personas por encima de la línea de pobreza que antes, pero no creo que debamos atender el asunto de esta forma. Repasemos algunos datos: según el Banco Mundial en 2013, 2.200 millones de personas vivían con menos de tres dólares diarios; el 42,5 % de la población de América del Sur vivía por debajo de la línea de pobreza en 2012. De acuerdo con el informe Progresos en el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, del secretario general de las Naciones Unidas, 767 millones de personas vivían en 2017 con menos de 1,90 dólares diarios. También se desprende del informe que en el año 2016 el 10 % de los trabajadores del mundo vivían con sus familias con menos de 1,90 dólares diarios. En ese mismo año, solo el 45 % de la población mundial estaba amparada por un sistema de protección social.
Los datos son alarmantes por sí solos, pero el análisis se agrava cuando los contrastamos con los últimos datos sobre la riqueza mundial. Según el Banco Mundial, en 2016 menos de cien personas controlaban la misma cantidad de riqueza que los 3.500 millones más pobres, y según el índice de Gini, América Latina es una de las regiones más desiguales del mundo. El secretario general de Naciones Unidas reveló en su informe que en 2015 las corrientes de recursos hacia los países menos adelantados ascendió a USD 48.000 millones, esto es, menos que las fortunas individuales de las seis personas más ricas del planeta. Asimismo, solo seis países (Alemania, Dinamarca, Luxemburgo, Noruega, Reino Unido y Suecia) cumplieron la meta fijada de transferir el 0,15 % de su ingreso nacional bruto a los países menos desarrollados.
Naturalmente que hay más riqueza, pero el verdadero problema es su distribución: unos pocos individuos concentran la mitad de la riqueza mundial.
Finalmente, es necesario comentar algunos aspectos en relación con la libertad. Uno de los avances más importantes al final del siglo XX fue la erradicación de los totalitarismos y fascismos que llevaron al mundo a las guerras mundiales y marcaron el pulso de la guerra fría. Si bien es cierto que el mundo no se encuentra sumergido en una guerra de alcance global (aún), el clima de tensión entre las grandes potencias va en aumento; la carrera por el armamento nuclear ha alcanzado niveles alarmantes. Este panorama se ha visto intensificado por el ascenso al poder de líderes populistas con una fuerte impronta autoritaria, que han manifestado impunemente su intención de seguir incrementando sus arsenales nucleares y no han reparado en expresar su voluntad de ponerlos en funcionamiento.
En el año 1947 un grupo de científicos participantes del Boletín de Científicos Atómicos crearon el Doomsday Clock o reloj del Apocalipsis. «Es un símbolo que representa cuán cerca o lejos estamos de una catástrofe global
Cuando hace unos años Stéphane Hessel llamó a indignarse, dejó en claro algo fundamental: cada generación debe buscar sus motivos para indignarse.
La brecha entre los ricos más ricos y los pobres más pobres; el altísimo porcentaje de la población que aún vive con menos de dos dólares diarios; la miseria estructural en la que siguen inmersos algunos países subsaharianos; el analfabetismo y el aislamiento de comunidades enteras en la era de las comunicaciones; la profunda crisis de los inmigrantes desplazados por guerras fratricidas; la radicalización de los enfrentamientos religiosos e ideológicos que han puesto de rehenes a poblaciones enteras, condenándolas a una vida de refugiados sin demasiadas esperanzas; la xenofobia; la polarización ideológica; el ascenso de los nacionalismos europeos; la corrupción política que amenaza como un cáncer las instituciones de por sí endebles de Latinoamérica; el fracaso absoluto de los organismos internacionales a la hora de actuar como contrapeso de las grandes potencias bélicas; el mundo polarizado; los de acá contra los de allá… La lista de motivos es larga y cada segundo que pasa nos acerca un poco más a la medianoche del mundo y nos obliga a salir de la inacción en la que estamos.
Quizá hace doscientos años el mundo estuvo cerca del colapso, pero hoy en día la humanidad camina con un pie al borde del abismo, y es posible que lleguemos más temprano a la hora fijada para el final.
Diego Silveira Rega |