Las protestas raciales refuerzan la polarización y enardecen la campaña electoral. El asesinato de los afroamericanos George Floyd, en Minnesota, el mes pasado, y de Rayshard Brooks, en Atlanta, el viernes 12, por parte de policías blancos, son dos tragedias que nos hablan de la segregación racial de Estados Unidos(EEUU), una herencia fundacional y que, pese a los enormes avances que ha habido desde la década de 1960, cada tanto tiempo irrumpe como si se tratara de señales de un volcán con erupciones vesubianas.
Y en la era de Trump las explosiones han sido potenciadas por otras dos calamidades que, al ocurrir a la misma vez, adquieren un carácter inédito. La pandemia del coronavirus convive con una de las tres crisis económicas más importantes desde el siglo XX y una agitación social como no se veía desde 1968.
Las muertes de los dos afroamericanos despertaron la ira de buena parte de la sociedad que hasta se reflejó en acciones violentas que dieron una imagen equivocada sobre el origen del malestar social.
Edificios en llamas, hogueras en espacios públicos y actos de saqueos crearon un ambiente violento, aprovechado por Trump para amenazar con enviar al Ejército a las calles con el peligroso argumento de que “cuando comienza el saqueo, comienza el tiroteo”, entre otras sentencias que solo contribuyeron a crispar los ánimos.
La brutalidad policial es una expresión de la actitud discriminatoria de las fuerzas del orden, y también una manifestación del ejercicio de la política en la época de Trump: el “nosotros contra ellos”, tan presente en la gestión migratoria del jefe de la Casa Blanca.
La “ley y el orden” al estilo Trump fue rechazado por gobernadores e incluso el propio jefe del Pentágono, Mark Esper, y analistas que advirtieron sobre el peligro que supone militarizar la seguridad interna.
Las revueltas violentas perjudicaron el debate profundo acerca de una desigualdad racial que no empieza con Trump.
“No puedo respirar”
Es que el lamento de Floyd que resume su frase “no puedo respirar”, mientras el ahora ex agente Derek Chauvin presionaba con su rodilla derecha el cuello del detenido hasta provocarle la muerte, tiene mil rostros para la población afroamericana estadounidense.
La comunidad negra “no puede respirar” por la actitud discriminatoria de quienes deben velar por la seguridad y el orden público.
Un estudio académico, conocido el año pasado, reveló que en EEUU, estadísticamente, 1 de cada 1.000 personas de la población negra pueden morir en manos de la policía, más del doble que entre los blancos.
La discriminación también se refleja en la composición racial y étnica de las cárceles. Un análisis de Pew Research Center, divulgado en mayo pasado, destacó una mejora sustancial del encarcelamiento de afroamericanos. Sin embargo, sigue habiendo muchos más negros presos que blancos e hispanos, en relación al peso relativo de cada uno de ellos en el conjunto de los adultos estadounidenses.
La comunidad negra es además la más sufrida en relación al COVID-19, la enfermedad que provoca el coronavirus y que ha golpeado con ferocidad a EEUU.
Similar a la tendencia de la violencia policial y de las cárceles, la población negra está sobrerepresentada en las estadísticas de COVID-19.
Es otra expresión de la desigualdad social que, en este caso, refleja una mala atención asistencial y pésimas condiciones de salud en comparación a otros grupos raciales.
Los afroamericanos están más expuestos que otros sectores poblacionales a la diabetes, a la hipertensión, a la obesidad, tres afecciones que potencian la posibilidad de contagio y de la muerte por el COVID-19.
Y, además, junto a los hispanos, son quienes se han visto más afectados por la caída de la economía como consecuencia del efecto del distanciamiento físico en la drástica baja en la producción de bienes y servicios.
Impacto electoral
La segregación racial en EEUU es un problema antiguo que sigue presente de alguna manera en normas sociales de determinados sectores y que se refleja en conductas y decisiones de ciertas instituciones. En el proceder policial y la actuación de la justicia que revelan las estadísticas de la población carcelaria.
Hay en ello una expresión cultural y la cultura, en última instancia, define el éxito de una sociedad.
Y la política, que participa en los asuntos públicos y puede intervenir en las normas comunes o influyentes de la sociedad, tiene un papel hasta para cambiar aspectos de una cultura. Y también puede ocurrir a la inversa: cambios en la opinión pública pueden desafiar a la política.
En ese sentido, las encuestas muestran que las protestas actuales tienen un amplio apoyo popular. Por un lado, reflejan un aumento de las opiniones críticas con la policía; y por otro, un crecimiento en el número de estadounidenses que reconocen que existe una discriminación contra los afroamericanos.
Un sondeo de la Universidad de Monmouth, difundida este mes, por ejemplo, arrojó que el 76% de los estadounidenses consideraron que el racismo y la discriminación son un “gran problema”, 26 puntos más que en 2015. El 57% pensaba que la ira detrás de las manifestaciones estaba plenamente justificada, mientras que otro 21% lo consideró como un poco justificada. Una clara mayoría opinó que la policía es más propensa al uso de la fuerza contra los afroamericanos y admitió que éstos sufren de discriminación.
Si las encuestas están en lo cierto, significaría que por ahora la ola de protestas han reforzado el objetivo de los derechos civiles, en lugar del relato de la “ley y el orden” y las balas del presidente Trump.
Es un dato relevante para medir el pulso electoral. Según trabajos académicos, las protestas sociales pacíficas por el respeto a los derechos civiles favorecen al opositor Partido Demócrata; pero, las movilizaciones que se salen de madre, benefician al Partido Republicano como se comprobó en la candidatura presidencial de Richard Nixon en las elecciones nacionales de noviembre de 1968.
Aunque Trump ha perdido pie electoral ante su contrincante demócrata Joe Biden, según diferentes sondeos, en un escenario dominado por el sustantivo crisis, en Washington D.C. nadie lo da por vencido. No solo por su sorpresiva victoria en las elecciones presidenciales de 2016, sino por su poder de liderazgo en el Partido Republicano, en comparación a cuando arribó a la Casa Blanca, algo que se refleja en la fidelidad de sus votantes y en su influencia entre gobernadores, legisladores y políticos regionales del partido.
Uno de los factores decisivos en comicios no obligatorios es que las minorías de negros e hispanos concurran a sufragar, especialmente los votantes afroamericanos como lo hicieron en las elecciones triunfantes de Barak Obama. Si no participan con su voto, los demócratas pueden repetir la historia de fracaso de Hillary Clinton de casi cuatro años atrás.
Cuando Wikipedia complete la categoría de EEUU en 2020, incluirá las históricas tres crisis en una que hoy sufre el país.
Falta saber si el próximo 4 de noviembre, la enciclopedia libre de internet consignará un nuevo mandato de Trump por cuatro años o, en su lugar, figurará el veterano político Biden.