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Patrícia Campos Mello reportó en Folha de São Paulo que la Casa Blanca le dijo al gobierno de Luiz Inácio «Lula» da Silva que quiere invertir en la cadena de producción de semiconductores en Brasil. La inversión está condicionada a las restricciones de la Ley de Chips, el paquete legislativo de 52.000 millones de dólares que Joe Biden aprobó en el Congreso para reducir la dependencia estadounidense de los microchips producidos en China. Las empresas brasileñas beneficiarias no podrán hacer negocios con China por diez años, y las que ya tienen negocios establecidos no podrán expandirlos.
Disputa estratégica
Las disputas comerciales y tecnológicas entre Estados Unidos y China, la pandemia y la invasión rusa de Ucrania nos presentan un mundo en el que las consideraciones geopolíticas suplantan los intereses comerciales.
El presidente brasileño fue recibido por Biden en febrero. A fines de marzo, Lula visitará a Xi Jinping en Beijing, quien también plantea subsidios para inversiones en la industria tecnológica brasileña. Patrícia Campos Mello comentó el cuadro de la siguiente manera: «En la visión del gobierno brasileño, que no se inclina por ningún lado en esta guerra fría tecnológica, es interesante mantener en competencia a las dos superpotencias».
En el gobierno anterior, cuando hubo una discusión sobre la adopción de la tecnología 5G en los teléfonos celulares, Brasil se mantuvo neutral y no bloqueó la participación de la empresa china Huawei, pese a las presiones del gobierno estadounidense y la simpatía expresa del entonces presidente de la República por el lado estadounidense.
Ambiente y cambio climático
El cambio climático, las energías renovables y la producción de alimentos son temas en los que Brasil cuenta con relevancia mundial. Esto se debe a que el país tiene en su territorio la selva tropical más grande del mundo, al mismo tiempo que es uno de los mayores productores de alimentos.
El gobierno anterior de Jair Bolsonaro retiró al país de las discusiones en las cumbres climáticas de las Naciones Unidas y del Fondo Amazonia —mecanismo creado en 2008, a través del cual los gobiernos de Alemania y Noruega financiaron proyectos que buscaban un desarrollo sostenible de la Amazonia brasileña—. Lula busca diferenciarse de su antecesor y ofreció la ciudad de Belém para albergar la COP en 2025 y reactivó el Fondo Amazonia, consiguiendo rápidamente la adhesión de expatrocinadores y la promesa de financiamiento de Estados Unidos. En la discusión sobre el medio ambiente, el principal punto de discrepancia entre los países en desarrollo y los países ricos es quién pagará la factura.
En temas ambientales, mientras los europeos y estadounidenses (en los gobiernos demócratas) son más asertivos sobre la necesidad de Brasil de preservar su Amazonia, China mantiene el discurso de respetar la soberanía brasileña en asuntos internos —en el fondo, eso es lo que dice China sobre lo que el mundo debe hacer ante sus violaciones de los derechos humanos en Xinjiang y el Tíbet—. Además, el objetivo estratégico de China en Brasil es asegurar commodities consideradas estratégicas para su economía.

Minería, alimentos y agua
Las inversiones de China en Brasil y América del Sur se concentran en puertos, carreteras, minería, petróleo, gas y alimentos. Una vez escuché en una reunión a un diplomático chino decir que las prioridades chinas en Brasil eran la minería, los alimentos y el agua. No se mencionó el medio ambiente.
El poder de cabildeo de la Unión Europea para frenar la deforestación en Brasil se deriva del hecho de que el 16% de las exportaciones agrícolas de Brasil van a la UE. Además, los cortes de carne que compran los europeos son más caros en promedio que los que importan los chinos. A fines del 2022, la UE aprobó un reglamento que prevé sanciones para las empresas que vendan productos que han sido producidos en áreas deforestadas.
La diplomacia climática europea es aliada de la agenda ambiental de Lula y de su ministra de Medio Ambiente, Marina Silva, quien ya dijo que tiene como meta acabar con la deforestación en la Amazonia. Sin embargo, ambos tendrán que negociar esta agenda con el sector agrícola brasileño, toda vez que, en el pasado, la legislación permitía deforestar cierta cantidad de área dentro del bosque. No es un tema fácil de resolver para el gobierno brasileño en el frente interno.
Los moralistas y el interés nacional
China es, por lejos, el mayor socio comercial de Brasil. Pero los lazos históricos y culturales con los Estados Unidos son mucho más fuertes, incluso en la sociedad civil. En este escenario internacional, al gobernante de un país como Brasil le quedan tres opciones: aliarse con una de las dos potencias, con la otra, o lograr un equilibrio entre esos dos poderes.
El gobernante pragmático debe calcular las oportunidades y costos de cada una de las opciones. Siempre habrá sectores cabildeando por cada una de las posiciones en disputa. También habrá sectores que aboguen por opciones de política exterior basadas en principios morales.
Los defensores de alinearse con Estados Unidos señalan los valores de la democracia liberal como incentivos superiores. Quienes defienden unas relaciones más estrechas con China recuerdan las diversas intervenciones estadounidenses en el exterior (como el apoyo al golpe cívico-militar en Brasil en 1964).
En medio de la disputa, la verdad ineludible es que países como Brasil carecen de billones de dólares en inversiones en todas las áreas, desde educación hasta infraestructura. Nunca se debe perder de vista la dimensión de la realpolitik al observar los movimientos en el nivel internacional.
Agentes externos
La invasión rusa a Ucrania y las sanciones occidentales a empresas y políticos rusos plantearon la cuestión de si Brasil debería adherirse a tales sanciones. En una entrevista reciente, el exembajador de Brasil en Washington y Londres, Rubens Barbosa, dijo que la política exterior brasileña debe mantener su «historia de equidistancia pragmática» y que «las sanciones deben ser aprobadas por el Consejo de Seguridad de la ONU y la Organización Mundial del Comercio». En total, alrededor de 150 países no se han adherido a las sanciones, incluidos importantes países emergentes como Sudáfrica, India, Indonesia, Israel y Turquía.
Un riesgo para el actual gobierno brasileño es que sus dirigentes y el Partido de los Trabajadores (PT) del presidente caigan en una visión distorsionada e idealizada de los hechos. Esta visión ya convirtió al país en cómplice de los crímenes de la dictadura nicaragüense. No se saca ventaja alguna para el país con esta posición, que parece salir de la fantasía de las consignas antiimperialistas.
La mediación de Lula en la guerra
En cuanto a Rusia, Lula intenta —una vez más— jugar al equilibrio. Lula no quiere romper el bloque BRICS, que ahora tiene un banco de desarrollo presidido por un representante brasileño. Sin embargo, la oferta del presidente de mediar en la paz entre rusos y ucranianos no es seria. El gobierno brasileño no ha presentado, hasta ahora, ninguna propuesta concreta y la diplomacia brasileña no cuenta con una masa crítica de expertos en Rusia y Ucrania.
Lula y su diplomacia deben enfocarse en maximizar el interés nacional. El primer paso es el diagnóstico de cuáles partidos Brasil puede salir a jugar como actor relevante y qué oportunidades tiene el mundo para ofrecer. La disputa tecnológica entre las potencias y las discusiones sobre medio ambiente y agricultura traen oportunidades que el país debe explorar. El pragmatismo del Gobierno puede generar más inversiones y, por lo tanto, sería bienvenido para millones de brasileños sin trabajo y sin comida.
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