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El 23 de junio de 2023, la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA) aprobó una resolución «instando a Nicaragua a poner fin a las violaciones de los derechos humanos, liberar a los presos políticos y respetar la libertad religiosa». Brasil votó a favor de la resolución, pero en los días previos trabajó para suavizar el texto, disminuyendo las acusaciones contra la dictadura nicaragüense.
El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, tiene un historial de declaraciones amistosas hacia el dictador Daniel Ortega. Lula ya dijo que «no puede interferir en la decisión del pueblo» y comparó al dictador Ortega con la primera ministra alemana, Angela Merkel.
Este texto está dedicado a enumerar los posibles factores que explican el comportamiento de Lula —un líder elegido democráticamente— frente a la dictadura nicaragüense. Además, examinaremos los costos asociados a este comportamiento para Lula y para Brasil.
Ideología
El primer factor es la ideología: Lula es un hombre de izquierdas. La izquierda le da una comunidad y una visión del mundo. Hay pocos que puedan desafiar la visión del mundo que impone la comunidad. Por eso, los regímenes de Nicaragua, Cuba o Venezuela nunca han sido calificados de genocidas por Lula o por el Partido de los Trabajadores (PT).
La ideología siempre guiará las acciones y las visiones del mundo de cada uno de nosotros, en menor o mayor grado. Quien hace política pensando que está completamente desvinculado de una ideología es un necio o está ocultando sus valores. La cuestión es cuando tu ideología te hace justificar el asesinato, la violación y la tortura.
Lula quiere ser un líder mundial
Lula tiene una gran idea de sí mismo. Una vez dijo que «ya no era un hombre, sino una idea». Vale la pena mirar a los políticos, sin exigirles que sean sobrehumanos. Es comprensible que el tipo que salió de la miseria y se convirtió en presidente tenga ilusiones de ser omnipotente. El problema es que no hay asesores que lo devuelvan a la realidad.
Con esta idea sobre sí mismo, los movimientos de Lula parecen indicar un deseo de ser reconocido internacionalmente, tal vez incluso con un premio Nobel de la Paz. Los asiduos viajes internacionales y el intento de mediar en la guerra de Ucrania son dos ejemplos. Tras reunirse con el papa Francisco, Lula anunció que pedirá la liberación del obispo Rolando Álvarez, condenado a más de 26 años de prisión por la dictadura de Ortega.
En 2018, el activista argentino Adolfo Pérez Esquivel recomendó a Lula para el Nobel por su labor en la lucha contra el hambre. Está por ver si la percepción de amplios sectores de que Lula trabaja para justificar los asesinatos de Ortega ayuda o dificulta su pretensión al premio.
El rol de Brasil en el mundo
Lula amplió el número de embajadas brasileñas en todo el mundo durante sus anteriores presidencias. La idea es que Brasil, como potencia emergente, merece un mayor lugar en el sistema internacional. El mayor activismo en América Latina, donde Lula busca posicionarse como líder, forma parte de esta visión macro de Brasil en el mundo.
Una hipótesis es que la diplomacia brasileña evita la crítica directa a la dictadura de Ortega para intentar mediar. Este razonamiento todavía tiene que explicar por qué Ortega cedería el poder. Si no puede explicarlo, se trata de pensamiento mágico. El tiempo lo dirá.
Parte de la visión macro de Brasil como potencia emergente es también una irritación de Lula y de la izquierda con el doble rasero de las democracias liberales occidentales. Los responsables de la política exterior vinculados al PT suelen recordar episodios en los que países del Occidente liberal violaron el derecho internacional, como la invasión estadounidense a Irak en 2003. Además, Estados Unidos incluyó a la India de Narendra Modi, un gobierno que promueve la censura y el odio en contra de minorías étnicas, en su «cumbre de democracias». En política, el poder y los intereses siempre encuentran la manera de anular las ideologías y los valores morales. Así es la vida.

Los costos asociados
En política, una acción siempre lleva a una reacción, tiene un costo y es una opción a una alternativa que se ha dejado de lado.
Lula probablemente cree que son bajos los costos asociados a la percepción general de que es amigo de un dictador que persigue a los sacerdotes. Puede pensar que los críticos de los medios de comunicación y de la sociedad civil le criticarían de todos modos, por lo que no hay que hacerles caso.
Un riesgo asociado a esa postura amistosa hacia un dictador que persigue a los sacerdotes es respaldar la opinión que muchos evangélicos brasileños tienen de la izquierda: que es atea y persigue a los cristianos. Los evangélicos son aproximadamente el 30 % de la población y se han convertido en un electorado obligado.
En la campaña presidencial de 2022, el entonces presidente Jair Bolsonaro, preferido entre los evangélicos, cargó contra Lula por su posición sobre la persecución de cristianos en Nicaragua. Este tema también fue muy frecuente en los sitios de noticias dirigidos a este segmento. En otras palabras, hablar bien de Ortega no ayuda a acercar a Lula y al PT a los evangélicos (que casi le dan la victoria a Bolsonaro).
El segundo riesgo asociado a perder tiempo y capital político en no criticar los crímenes contra la humanidad de una dictadura okupa en Centroamérica es que esta geografía es poco importante para los intereses económicos de Brasil. Una estrategia diplomática que tendría más sentido sería buscar convergencias políticas y normativas con los vecinos sudamericanos para facilitar las multimillonarias inversiones en infraestructuras que necesita la región. A Brasil y a sus empresas les interesa que sus vecinos obtengan buenos resultados económicos. Nicaragua es irrelevante en este panorama.
El soft power brasileño
Un tercer riesgo es la percepción de que Lula asocia su marca a la de Ortega. La mera sugerencia de que Brasil se está alineando con el autoritarismo de Ortega y sus amigos no beneficia en nada al soft power brasileño. Nicaragua votó en contra de una moción de la Asamblea General de la ONU que condenaba la invasión rusa a Ucrania. El régimen de Ortega votó junto a la propia Rusia, así como Bielorrusia, Corea del Norte, Siria, Mali y Eritrea.
El cuarto riesgo asociado es que cuando Lula critica sólo el autoritarismo de Bolsonaro, que intentó dar un golpe de Estado, pero guarda silencio sobre la dictadura de Ortega, el mensaje que transmite a quienes no lo votaron es que utiliza la palabra democracia cuando le conviene. Esto disminuye el poder de su palabra y devalúa las críticas de Lula y del PT al autoritarismo de Bolsonaro, ya que puede dar la impresión al público de que el PT es selectivo en sus críticas a los enemigos de la democracia.
Si Lula y el PT critican solo a los enemigos de la democracia que son de derechas (como Bolsonaro), pero guardan silencio sobre los dictadores de izquierdas, el público puede pensar que la democracia es un concepto muerto, solo un eslogan publicitario. El riesgo es que en las próximas elecciones brasileñas el electorado no preste mucha atención cuando la izquierda señale los peligros autoritarios de la derecha de Bolsonaro.
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