La crisis de los partidos políticos es una consecuencia directa del declive del colectivismo de clase en las sociedades contemporáneas. Ante este fenómeno, estas organizaciones de corte político deben reestructurar su narrativa fundacional y dirigirla hacia nuevas formas de proselitismo.
Es un lugar común hablar de una crisis generalizada de los partidos políticos en los esquemas democráticos. También ha sido una respuesta frecuente indicar que dicha crisis no es real. Por lo contrario, es una prueba del éxito que han tenido gestionando las diferentes demandas sociales que inicialmente les dieron la fuerza necesaria para posicionarse.
Ambas posturas subestiman la importancia de la relación de carácter simbólico y funcional que deben tener los partidos políticos con la sociedad para cumplir cabalmente su rol en las democracias.
Posiciones encontradas
Por un lado, quienes advierten de la existencia de una crisis afirman que, claramente, las tasas de adherencia a los partidos políticos han bajado, que los esquemas ideológicos se han debilitado y que estas organizaciones cada vez son menos capaces de leer las necesidades de aquellos a los que representan.
Por otro lado, quienes afirman que la teoría de la crisis de los partidos políticos es un espejismo señalan que estos argumentos solo tienen sentido si se evalúa a los partidos políticos bajo el esquema de los partidos de masas. Y que este es anacrónico, puesto que contemporáneamente las divisiones entre clases sociales se hacen borrosas. Los sujetos prefieren identificarse públicamente a partir de características individuales, y no de su pertenencia circunstancial a un sector social económicamente demarcado. En consecuencia, los individuos actuales no ven en las masas que se identifican con clases un referente identitario llamativo para sí mismos.
Adicionalmente, estos autores dicen que los partidos políticos contemporáneos sí son ahora muy exitosos en ámbitos donde antes no lo eran. Por ejemplo, ellos nunca habían logrado tener tanta injerencia sobre el Estado. De hecho, ahora más que nunca logran tramitar con efectividad las demandas de sus bases hacia el Estado. También señalan que la falta de diferenciadores ideológicos profundos entre los partidos muestra que las demandas más significativas se lograron tramitar.
En este artículo sostengo que, si bien los partidos políticos han mejorado de forma exponencial su capacidad para interactuar con el Estado y gestionar demandas específicas de la sociedad civil, el componente de representatividad e identidad de cierto tipo de población con ellos es fundamental para que puedan mejorar sustancialmente su sostenibilidad y su capacidad de movilización en el largo plazo. Es más, si los partidos políticos no encuentran una forma de mejorar su narrativa de representación de sectores de la sociedad, sí se enfrentarán claramente con una crisis de sostenibilidad. Esto se soporta ampliamente en informes como el de Schiumerini y Lupu (2022), publicado en la serie DP Enfoque n.º 8 (coedición LAPOP-Diálogo Político/KAS), donde se muestra que el apoyo a la democracia en América Latina a lo largo del tiempo ha bajado drásticamente y el porcentaje de ciudadanos que creen que la democracia es la mejor forma de gobierno se redujo en 18 de 20 países.
¿Qué debe hacer y qué están haciendo los partidos políticos?
Esto se justifica en que los partidos políticos son organizaciones con aspiraciones de corte electoral que tienen por lo menos dos funciones básicas: una de representatividad a nivel simbólico y una de representatividad en términos transaccionales. La conjunción de estos dos elementos es aquello que parece hacerlos distintos a otro tipo de fenómenos como organizaciones sociales, movimientos ciudadanos o redes clientelares.
La primera de estas funciones tiene que ver entonces con que los partidos efectivamente sean percibidos por sus bases como agentes colectivos de representación propia frente al Estado y a otros sectores sociales. En este caso, los partidos políticos enfrentan un problema importante y es que su narrativa suele girar en torno a la representación de la sociedad civil en términos de clases o sectores sociales con claras demandas ante el Estado. De alguna manera, la lógica de los partidos en este tema es similar a la icónicamente expresada por Lenin: «Un partido es la vanguardia de una clase, y su deber es liderar a sus masas y no meramente reflejar el nivel político promedio de todas las masas» (Lenin, 1917).
Esta imagen supone la narrativa según la cual hay un sector social o clase con demandas claramente definidas, que se oponen con fuerza a otro sector social o clase y las demandas que ellos tienen. En ese sentido, el partido trabaja por lograr que el Estado tramite efectivamente las demandas de su grupo por encima de otras que se oponen, si no radicalmente, por lo menos de una forma significativa.
El problema con esta narrativa es que, en el contexto de los partidos políticos contemporáneos, es difícilmente atractiva para la ciudadanía en general, que no suele ya definirse en términos de clase, sino de individuos, que además parecen tener pocas tendencias claras y agregables en términos de un grupo de demandas concretas y significativas a nivel de impacto político. Es decir, la filiación por simpatía hacia demandas concretas se ve seriamente limitada por las dificultades para agrupar sectores que las compartan con la fuerza que ello requiere en el contexto de las democracias actuales, donde estas demandas sean claramente antagónicas a las de otro sector significativo de la sociedad.
La segunda de estas funciones es la representatividad en términos transaccionales, la cual se refiere a la capacidad de los partidos políticos para gestionar eficientemente frente al Estado las demandas que les llegan. En este sentido, es claro que los partidos políticos contemporáneos han sido ampliamente exitosos. Ellos se han convertido en el mecanismo por excelencia para tramitar demandas concretas frente al Estado. De hecho, en muchos países gozan de financiación pública para su sostenimiento.
¿Un partido político eficiente es un partido político exitoso?
Ante este panorama, la pregunta radica en si el hecho de que los partidos políticos contemporáneos hayan triunfado en términos de representatividad transaccional hace menos preocupante su claro problema para alcanzar la representatividad simbólica actualmente. Yo sostengo que sí es profundamente preocupante. Puesto que la representatividad simbólica, más que la representatividad transaccional, es lo que diferencia a los partidos políticos de las meras redes clientelares.
En consecuencia, conseguir este tipo de representatividad implica también darles un tono más participativo y menos clientelar a las relaciones de la ciudadanía con el Estado. La ausencia de formas de representatividad simbólica significativas en los partidos políticos de América Latina puede probarse con el informe citado de Schiumerini y Lupu (2022), donde se señala la curiosa fuerte emergencia de apoyo ciudadano a figuras ejecutivas que golpean los estándares de corte democrático y, presumiblemente, no pasan por esquemas partidarios unificados y muy fuertes, sino que logran aprovecharse de la representatividad de corte simbólico que como individuos tienen.

¿Cómo mejorar la representatividad simbólica de los partidos políticos?
Una posible solución para que los partidos políticos superen dicha narrativa anacrónica y adquieran formas de representatividad simbólica más exitosas puede venir desde el trabajo de George Lakoff (2010; 2017) sobre las filiaciones partidistas en Estados Unidos, y por qué las personas deciden ser liberales o conservadoras. Este autor explica que, más allá de elementos específicos o de posiciones concretas sobre la política o la economía, los sujetos contemporáneos se sienten atraídos hacia lógicas y narrativas de los fenómenos sociales que les ayudan a definirse, no en términos de contenidos o posiciones concretas, sino de lógicas.
En este sentido, por ejemplo, los demócratas tienen más simpatía hacia la idea de un padre protector, mientras los republicados hacia la figura de un padre estricto, y ven al Estado como una metáfora del padre de una familia. En consecuencia, su filiación partidaria se ve soportada en un tema de corte personal e identitario que va más allá de la esfera meramente política, y permite expandir la red de adeptos con criterios más amplios que generan una identidad partidaria más fuerte.
No obstante, los partidos políticos contemporáneos están lejos de incorporar esta lógica. Ellos hacen girar su aparato mediático y proselitista alrededor de la idea de que efectivamente representan las demandas de un sector específico de la sociedad. Esto trae dos consecuencias fundamentales: por un lado, reduce la resonancia que la imagen del partido político pueda tener sobre potenciales nuevos adeptos; y, por otro lado, consigue que el componente de transacción entre intereses de la población y el Estado sea el fundamental. La consecuencia más significativa de este fenómeno es que un partido que se focaliza en la mera capacidad de interactuar con el Estado, limita seriamente sus posibilidades de adquirir más injerencia simbólica real en el largo plazo.
A modo de conclusión, debe notarse que los partidos políticos deben incorporar nuevas formas de representación que exceden la categorización de las personas en términos de clase. Para esto pueden acceder a relatos más generales sobre cómo interactúan con el Estado y la sociedad en términos simbólicos, en oposición a otros partidos políticos. Si los partidos políticos se focalizan ser representativos simbólicamente de ciertos sectores sociales están, a su vez, previniendo problemas de sostenibilidad serios que tiene la democracia en la región como los mencionados en el informe publicado por LAPOP y Diálogo Político (Schiumerini y Lupu, 2022), frente a la pérdida de confianza en la democracia y el apoyo a figuras autoritarias.
Bibliografía
Lakoff, G. (2010). Moral politics: How liberals and conservatives think. Chicago: University of Chicago Press.
Lakoff, G. (2017). Moral politics: What conservatives know that liberals don’t. Chicago: Chicago University Press.
Lenin, V. (1917). Lenin on the agrarian question. Nueva York: International Publishers.
Schiumerini, L., y Lupu, N. (2022). El apoyo ciudadano a la democracia en América Latina. Serie DP Enfoque, n.º 8, Diálogo Político. Montevideo: LAPOP – KAS.