El aniversario desencadena preguntas sobre el futuro, y también sobre el presente del Mercosur. Las reformas necesarias para aumentar los niveles de competitividad siguen pendientes.
El pasado 26 de marzo se cumplieron treinta años de la firma del Tratado de Asunción que constituyó el Mercado Común del Sur, más conocido como Mercosur. Como lo indica su nombre, el proceso de integración apostó a alcanzar una ambiciosa meta entre sus miembros, instalando una zona de libre comercio, una unión aduanera como hitos previos para la plena instrumentación de un mercado común. En otras palabras, el bloque definió el mismo esquema de integración que la Unión Europea, la mayor experiencia integracionista a nivel planetario y la única que logró establecer un verdadero mercado común entre sus miembros, actualmente nada menos que 27 países. Es más, en este caso se avanzó en una unión monetaria y en una unión política, que, si bien no es plena, se perfecciona más allá de las dificultades.
Dejar al lado los intereses
La experiencia comparada no favorece al Mercosur, pero dicho ejercicio tampoco es razonable realizarlo, al menos si se tienen en cuenta los tiempos y las realidades en que se cimentaron los dos mencionados procesos de integración. En el caso suramericano, parecía claro que los miembros no podrían cumplir con lo pactado en artículo 1 del tratado original, ya que para hacerlo sería necesario dejar de lado los intereses nacionales priorizando los comunitarios, además de ceder un enorme caudal de soberanía hacia instituciones supranacionales que nunca existieron.
Por otro lado, los cuatro miembros decidieron apostar a la integración a través de un instrumento que ya dejaba de utilizarse en la década del noventa, debido a que los Estados se volcaron hacia la firma de los denominados TLC, herramienta de política comercial más flexible que las uniones aduaneras para avanzar de forma más acelerada en la inserción internacional. No debe perderse de vista el enorme esfuerzo de armonización normativa que en diferentes áreas más allá de la arancelaria, impone alcanzar un espacio único aduanero entre dos o más países, lo que en el caso del Mercosur fue tremendamente subestimado.
Podría decirse que Uruguay se vio atrapado —y lo sigue estando hasta hoy— en la lógica de la tan estratégica como compleja relación bilateral entre Argentina y Brasil, que trasciende los intereses comerciales. Por diversas razones de índole histórica, geopolítica, geográfica, económica, entre tantas otras variables, los dos países sostuvieron que era necesario ir juntos a la hora de enfrentar el fenómeno de la globalización, el que en la década del noventa se expandía sin límites y comenzaba a introducir nuevos conceptos en el comercio internacional.
En esa época, los dos pequeños del barrio no tuvieron escapatoria, por lo que aceptaron las condiciones de un proceso que ya estaba en marcha y que en muchos asuntos les era ajeno. En el caso de Uruguay, con un apoyo unánime de todos los actores nacionales, se apostó de cualquier forma a ser parte del acuerdo que ya venían alcanzando con sorpresiva velocidad sus dos vecinos mayores en la década del ochenta. No integrarlo suponía perder las ventajas relativas de acceso en su región más próxima.
Expandir el mercado regional
A cambio de los impactos negativos que con toda seguridad sufriría una industria nacional poco competitiva y apalancada en la protección arancelaria y no arancelaria, se esperaba expandir el mercado regional con sus positivos efectos en las economías de escala y niveles de competitividad local, pero imaginando que los socios llevarían adelante las reformas estructurales necesarias para que el Mercosur fuera luego la plataforma adecuada para insertarse exitosamente en el mundo.
Como es sabido, ninguna de las apuestas anteriormente comentadas aconteció, al menos de forma completa. Los cuatro países de la región siguen sin realizar las reformas necesarias para aumentar los niveles de competitividad, lo que se ve reflejado en los indicadores presentados seguidamente.
Cuadro 1. Competitividad global de los países del Mercosur

La zona de libre comercio que expandió el mercado regional es precaria e inestable, ya que cuenta con exclusiones de relevancia tanto en bienes como en servicios y los miembros aplican restricciones no arancelarias que nunca se pudieron derribar. Esto afectó a un comercio intrarregional que cada año es menos relevante para todos los socios. En definitiva, nunca se constituyó un verdadero mercado ampliado lo suficientemente atractivo para atraer inversiones, pero el proceso de apertura sí golpeó con fuerza a la industria nacional.
Mientras tanto, la unión aduanera sigue hasta hoy siendo un proyecto lejano del cual nunca se pudieron medir sus impactos positivos. La posibilidad de conformar un mercado común es sencillamente un ejercicio de ciencia ficción y los éxitos en la agenda externa fueron muy magros, más allá del cierre del acuerdo con la Unión Europea en 2019, que hoy atraviesa un complejo proceso de incorporación con resultados muy inciertos. Esto se ve reflejado en los niveles arancelarios promedio que aún sostiene el Mercosur y en la ausencia de regulación comunitaria para los denominados nuevos temas del comercio global.
Gráfico 1. Aranceles promedio del mundo versus Mercosur

En definitiva, estas son las diferencias de fondo que salieron a flote en la polémica reunión presidencial del pasado 26 de marzo y que, en parte, explican cómo se dio el poco diplomático intercambio entre los presidentes. De hecho, tres de los cuatro discursos presidenciales reclamaron un Mercosur distinto, más allá de los matices y formas, mientras que uno de ellos se ancló en el pasado añorando un Mercosur que jamás existió. En definitiva, más allá del hecho puntual recordado por todos en la cumbre, que tiene más que ver con liderazgos mal entendidos y cuestiones de política interna, el Mercosur enfrenta un polémico cruce de caminos.
Proceso de sinceramiento
En un contexto regional marcado por crisis políticas, económicas y sociales, con un mundo que nos enfrenta a realidades que jamás se pudieron imaginar, no parece razonable pensar que de la noche a la mañana emergerá entre los países socios del Mercosur la necesaria dosis de visión comunitaria que estuvo ausente en los últimos treinta años.
Por este motivo, es urgente que el bloque enfrente un proceso de sinceramiento, sin politizaciones que tanto daño le hicieron al bloque en su pasado reciente (basta con recordar la situación que se enfrenta con Venezuela, socio pleno suspendido del que ya se prefiere no hablar, o los debates sobre la incorporación de Bolivia), para de esa forma lograr las flexibilizaciones necesarias que permitan a los miembros reaccionar a tiempo frente a un nuevo mundo.
No hacerlo podría llevar al Mercosur a la más profunda irrelevancia.
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