¿Cuál es la capacidad de acción de quienes resisten a la Revolución bolivariana?

Protestas en Venezuela | Foto: Hugo Londoño, vía Flickr
El sábado 23 de febrero el presidente encargado de la República Bolivariana de Venezuela y las fuerzas democráticas de ese país intentaron ingresar ayuda por la frontera para aliviar la emergencia humanitaria compleja que sufrimos los venezolanos. La acción desató la violencia del régimen. En el borde con Colombia actuaron colectivos armados dirigidos por Iris Varela, ministra del Poder Popular para el Servicio Penitenciario. Se trata de grupos dirigidos y financiados por el Estado cuya misión es atacar a quienes se oponen al régimen. Fueron creados por Hugo Chávez en 2002 y desde ese momento actúan impunemente en todo el territorio nacional. En la frontera con Brasil ocurrió lo mismo: fuerzas de seguridad del Estado y colectivos atacaron a poblaciones indígenas que se oponen a la dictadura. Aún desconocemos el saldo oficial de esa jornada. Pero cifras extraoficiales publican catorce asesinados y más de trescientos heridos. Los hechos descritos en el párrafo anterior nos permiten hacer tres consideraciones: i. sobre la naturaleza del régimen bolivariano, ii. sobre la capacidad de acción de quienes le resistimos, y iii. sobre el futuro inmediato.
I.
Jeane Kirkpatrick fue embajadora de Estados Unidos en Naciones Unidas entre 1981 y 1985. Su participación en la administración Reagan supuso un cambio en la política exterior ese país. Antes de su llegada al Departamento de Estado se pensaba que todas las dictaduras eran iguales y debían ser atendidas de manera similar. Sin embargo, cuando Kirkpatrick se incorporó trajo consigo una actualización a la aproximación de los sistemas políticos: la distinción totalitaria-autoritaria. Para la política estadounidense las dictaduras de derecha son distintas a los totalitarismos comunistas. Las primeras son susceptibles a las presiones diplomáticas y a las movilizaciones de calle, mientras los segundos no. En resumen: las dictaduras de derecha podrían reformarse hacia la democracia, producto de presiones internas y externas, mientras que los totalitarismos de izquierda no.
En la reunión del Grupo de Lima que se realizó en Bogotá el pasado 26 de febrero se presentó un debate sobre la situación actual. Los cancilleres condenaron la acción de los grupos armados dirigidos por el Estado, animaron al pueblo venezolano a seguir movilizados y anunciaron la profundización de las sanciones diplomáticas. El pronunciamiento es complejo: de manera simultánea denunciaron la acción de los colectivos y alentaron a la población civil indefensa a permanecer en la calle. Sumado a esto, en el punto 16 «reiteran que la transición a la democracia debe ser conducida por los propios venezolanos pacíficamente y en el marco de la Constitución y el derecho internacional, apoyada por medios políticos y diplomáticos, sin uso de las armas».
En la doctrina Fitzpatrick hay claves que podrían ayudar a comprender la situación. Uno de los temas de fondo que encontramos en el debate y la posterior declaración del Grupo de Lima es la indefinición de la naturaleza del régimen: ¿Se trata dictadura militar como la de Augusto Pinochet o es un sistema totalitario como el castrocomunismo? Quienes vivimos puertas adentro y lo hemos estudiado encontramos que la realidad se aproxima más al segundo tipo. En tal sentido, el pronunciamiento del Grupo de Lima es insuficiente y preocupante. Limitado porque revela incomprensión y alarmante en dos sentidos: i) reconoce que existen grupos armados dispuestos a atacar población civil y simultáneamente animan a enfrentarlos; y ii) descarta explícitamente los medios de fuerza a sabiendas de los riesgos humanos descritos.
El pasado sábado 23 de febrero se cristalizaron los principales rasgos que revelan la naturaleza del régimen bolivariano. El desprecio absoluto por la vida humana, la activación de grupos armados dirigidos por altos funcionarios del Estado y la instauración del terror como mecanismo de control social. Tal como lo dijo Delcy Rodríguez, quien usurpa la vicepresidencia de la República: «Esto fue solo una muestra de lo que somos capaces de hacer».
II.
Frente a la situación descrita nos preguntamos: ¿cuál es la capacidad de acción de quienes resisten a la Revolución bolivariana? Abordaremos esta interrogante desde dos perspectivas: existencial y práctica. La primera refiere a la disposición del espíritu de quienes enfrentan a la dictadura y la segunda a los recursos políticos de que disponen.
Comencemos con lo existencial. Una de las grandes paradojas de la lucha antitotalitaria es el reconocimiento de la libertad personal en un entorno de dominación. El alma del político se entrena en el sufrimiento y aprende a encontrar en sus embates oportunidades para descubrir caminos de libertad que abren puertas a la acción personal y colectiva.
Este descubrimiento no es exclusivo. En testimonios de quienes han resistido a sistemas de este talante encontramos reflexiones similares. Vaclav Havel, Mart Laar, Milada Horakova, Lech Walesa, Oswaldo Payá, François-Xavier Nguyen van Thuan y miles de héroes anónimos se han encontrado con el gozo de la libertad en medio de la tortura y la persecución. Después de veinte años de revolución, los venezolanos hemos descubierto esta revelación universal de la lucha por la libertad. Solo a la luz de este hallazgo podemos explicar la valentía, el desprendimiento y la piedad patriótica que en tantas ocasiones han inundado las calles del país.
Pasemos ahora a la perspectiva práctica. Las fuerzas democráticas en Venezuela cuentan con cuatro recursos políticos fundamentales: las acciones de la Asamblea Nacional, la activación de la opinión pública nacional e internacional, la promoción de movilizaciones de calle y la solidaridad del mundo libre. El Poder Legislativo es el espacio legítimo con reconocimiento nacional e internacional en donde confluyen las fuerzas democráticas y desde donde se articulan las acciones concretas. La opinión pública, cada vez más limitada en el país, es fundamental para levantar la voz de quienes más sufren y animar la solidaridad de todos. A pesar de los riesgos humanos evidentes ya reconocidos por la comunidad internacional, las movilizaciones de calle son necesarias para evidenciar el descontento popular y los deseos de cambio. Por último, la solidaridad del mundo libre expresada en sanciones económicas es el mecanismo más eficaz de presión diplomática que podemos impulsar.
III.
Considerando lo expuesto en los apartados anteriores, finalizaremos el análisis con tres reflexiones sobre el futuro inmediato. Primero, la naturaleza del régimen bolivariano hace poco probable un género de liberación autocrática por vía de reformas. Pareciera que la cúpula militar —seguida de cerca por agentes de la dictadura cubana— no cederá ante las presiones y su respuesta frente al cerco internacional es administrar el ejercicio de la violencia con el propósito de reequilibrarse en el poder. En tal sentido, la aproximación al problema que ofrece el Grupo de Lima (por el momento) luce insuficiente.
Segundo, las acciones de las fuerzas democráticas venezolanas revelan una disposición existencial a la lucha política. Este talante permite advertir que frente al dilema entre sumisión y conflicto, los venezolanos nos decantaremos por lo segundo. Las últimas coyunturas han evidenciado que nuestra tradición republicana y nuestros deseos de libertad privan cuando se nos pretende imponer el miedo y el terror.
Tercero, el reconocimiento de la existencia de grupos armados que actúan bajo el amparo y la dirección del Estado venezolano con el propósito de reprimir las acciones de la oposición nos permiten advertir la posibilidad de una masacre en contra de población civil desarmada. Quizás este tercer aspecto sea el más preocupante. No se trataría de una guerra civil, sino del exterminio de civiles por razones políticas a manos de fuerzas oficiales y paraestatales que responden a la Revolución. Entonces, de llegar a ocurrir, se trataría de la crónica de una masacre anunciada. En tal sentido, nadie se podrá mostrar sorprendido ante la tragedia.