Uruguay vivió el 30 de junio unas elecciones internas que registraron la menor participación ciudadana desde 1999. Si bien los comicios son voluntarios y en esta edición las competencias dentro de los tres principales partidos (Partido Nacional, Frente Amplio y Partido Colorado) estaban marcadas por favoritismos demostrados en las encuestas, la abstención permite plantear algunas preguntas sobre la salud democrática del Uruguay. Este ha sido el punto de partida para las presidenciales y legislativas que tendrán lugar el 27 de octubre.
El sistema político uruguayo destaca en la región por su baja polarización y partidos fuertes, dos rasgos extraños en el contexto latinoamericano. Su gobierno actual, encabezado por el presidente Luis Lacalle Pou, goza de una popularidad que ronda el 50%, y, de acuerdo con los sondeos recientes, la coalición oficialista tiene un empate técnico con su principal rival, el izquierdista Frente Amplio.
Para conocer el efecto de las elecciones internas en el futuro político del Uruguay, conversamos con Adolfo Garcé, politólogo y profesor titular de la Universidad de la República con amplia trayectoria en el análisis de la realidad política de su país.
Panorama post internas
¿Cómo explica el resultado? ¿Qué fue lo que ocurrió en las internas?
—En el Partido Nacional se impuso la candidatura de Álvaro Delgado, la más cercana al presidente Luis Lacalle Pou, que es un presidente popular y bien evaluado, y que ha hecho en líneas generales un gobierno exitoso. Lo otro que pasó es que en el Frente Amplio se dio una competencia por la renovación, sin Tabaré Vásquez, ni Danilo Astori y donde solo queda como viejo referente José Mujica y se termina imponiendo su candidato, Yamandú Orsi, que venció a la candidata auspiciada por el Partido Socialista y el Partido Comunista, Carolina Cosse.
¿Cuál es el mensaje global que dejó esta elección?
—Por el lado del Partido Nacional el mensaje es de conformidad con la gestión. Los blancos lo que dijeron
De algún modo podría decirse a nivel global que el mensaje también es de polarización, en el sentido de que se fortaleció la oposición, que es una mitad y de algún modo, a grandes rasgos, también el oficialismo. Los partidos que acompañaron al gobierno son la otra mitad.
Los dos candidatos que ganaron son personas de diálogo y representan la centro derecha y la centro izquierda. En ese sentido, la elección de ayer fue una elección rara en el contexto internacional, porque estamos en la época de la ultraderecha y los radicalismos.
¿Las encuestadoras en Uruguay siguen siendo un instrumento de la democracia a contrapelo de lo que ocurre en el hemisferio?
—La verdad que sí. Una de las cosas lindas de esta elección fue el excelente papel de las encuestadoras que acertaron en los tres partidos. Desde luego que aportan información confiable y que se pueden equivocar, pero este no fue el caso.

Baja participación
La elección la elección interna tuvo la participación más baja desde 1999. ¿Qué dice esto sobre la democracia uruguaya?
—Bueno, yo creo que enciende alguna luz amarilla. Es la participación más baja desde que se cambiaron las reglas electorales. Es un poco más baja que la elección del 2014 donde habían participado 37%. Ahora fue un 35,3%.
Tampoco es que se haya desfondado la participación electoral en Uruguay. Pero quizás nos esté hablando de cierto desinterés creciente en la política, de apatía. El crecimiento de la distancia entre la ciudadanía y sus representantes en los partidos.
En el mundo pasa que la democracia está en recesión, que existe una crisis de representación. Y lo que pasa en el mundo suele pasar en Uruguay, menos dramáticamente, diría que amortiguadamente, pero pasa. Entonces yo simplemente encendía una luz amarilla y pondría allí unos puntos suspensivos o una llamada de atención.
¿Esto habilita el debate sobre hacerlas obligatorias las elecciones partidarias?
—Yo veo oportuno que siempre se habiliten todos los debates relativos a cómo mejorar las instituciones y cómo mejorar las prácticas. Siempre los debates son oportunos, imprescindibles. Lo mejor que tiene la democracia uruguaya es que siempre se hace esas preguntas, las preguntas de ¿qué es lo que estamos haciendo bien y qué es lo que estamos haciendo mal y qué es lo que podemos mejorar? Yo no creo que las elecciones primarias internas de los partidos tengan que ser obligatorias. A mí me parece que está bien que sean así
Una precisión porque capaz que puede generar malas interpretaciones. La apatía en la política en una elección interna sí significa necesariamente un malestar con la marcha de la democracia.
Preguntas a la democracia
AA: Y cree que a partir de lo de este domingo…
—Puede significar algo. Yo parto de Adam Przeworski de que la democracia frustra, porque lo normal es encontrar electores desencantados, electores enojados, decepcionados. Eso es lo que fabrica casi inexorablemente la democracia, porque la democracia no puede cumplir con todas sus promesas. Por lo tanto, hay que estar siempre extraordinariamente atentos, alertas a cualquier señal de apatía, a cualquier señal de disgusto de descontento, de decepción.
Es obligatorio que nos hagamos la pregunta: ¿estaremos haciendo algo mal como sistema político, como comunidad de práctica democrática? ¿Los partidos se estarán alejando de la gente? Es obligatorio hacerse esa pregunta, yo sospecho que hay cosas que no funcionan bien. Tengo la impresión de que el clima político que vivimos en estos años no ha sido bueno. Y tampoco puedo separar la baja participación de esta elección de una campaña que no interesó mucho.
GP: Sin embargo, para el mundo, la uruguaya parece una democracia modélica.
—La democracia uruguaya comparada con la región, es muy buena. Comparada con el mundo, también obtiene muy buena nota. Pero nosotros vivimos acá y la miramos de cerca. Y cuando la miramos de cerca, sabemos cuáles son los problemas. Como sociedad no podemos dejar de reconocer y de disfrutar de estar viviendo en la mejor democracia en la región. Pero sin perjuicio de esto venimos de una elección primaria en donde votó poca gente, de una campaña electoral que duró cuatro o cinco meses, que interesó poco y venimos de cuatro años en donde gobierno y oposición prácticamente no hablaron.
Reelección posible
Este 2024 inició con la reelección de tres gobiernos latinoamericanos, algo que no se veía desde 2018. ¿Hay margen para que esta tendencia llegue Uruguay?
—Puede ser. Desde el año pasado vengo diciendo que la película de esta elección se llama incertidumbre máxima. Un título muy poco original y ciertamente es el título de una mala película.
Lo cierto es que en este país hay dos bloques de un tamaño extraordinariamente parejo. Sus dos últimas confrontaciones electorales, que fueron el balotaje y el referéndum por la Ley de Urgente Consideración, obtuvieron prácticamente tres decenas de miles de votos de diferencia, a favor de la coalición. Yo creo que vamos de vuelta una elección presidencial súper pareja. Otra vez dos bloques muy parecidos.
Pequeños cambios
Pero algo va a pasar…
—Desde luego. Lo anterior no necesariamente quiere decir que el Frente Amplio o el gobierno vaya a ganar la elección, porque habrá balotaje donde se puede ganar o perder.
La historia de Uruguay es la historia de un país en general muy previsible en general, con poca volatilidad electoral que cada tanto tiene picos de volatilidad electoral. Entonces aparece la tormenta, con volatilidad electoral, y después calma, es decir, que el comportamiento electoral se estabiliza. Tuvimos un pico de volatilidad electoral en la elección pasada de 2019. Entonces, muchos electores cambiaron de partido, nació un partido nuevo, Cabildo Abierto, y el Frente Amplio perdió ocho o nueve puntos de apoyo.
En esta elección lo que hay que esperar es que vuelva la calma. Pocos electores cambiarán de partido y, por lo tanto, otra vez, un escenario muy parecido a 2019. Como el escenario es tan parejo, en Uruguay con poca volatilidad electoral puede haber un gran cambio político y la oposición puede terminar ganando, pero el gobierno puede ser reelecto, claro que sí, puede ser.