Valeria Groisman comenzó a estudiar periodismo cuando en las redacciones “todavía quedaban algunas máquinas de escribir”, cuenta en entrevista con Diálogo Político. “Era una tecnología básica y eficaz. Me llevó tiempo acostumbrarme a esa forma de escritura. Hoy, los periodistas nos enfrentamos a nuevas tecnologías. No me sorprende ni me asusta, pero a muchos sí”, agrega.
Con el inicio del siglo XXI el periodismo entró en caída mientras se desarrollaban nuevos medios de comunicación digitales. Los modelos que funcionaban en la época dorada del periodismo, basados en la publicidad, entraron en crisis. La proliferación de medios y redes sociales multiplicaron las opciones para los anunciantes y los dueños de la información. Los periodistas perdieron el monopolio de su materia prima. Hasta hoy, las organizaciones de medios continúan en proceso de adaptación.
Groisman, que es licenciada en Comunicación y magíster en Escritura Creativa por la Universidad de La Rioja, habla de reinventarse y adaptarse a los cambios en Manual de periodismo político: pautas para la información ciudadana y verificación de datos. Se trata de una publicación conjunta con la Fundación Konrad Adenauer para el Taller de Periodismo Político del DP Campus, que se realiza hace cuatro años en colaboración con InfoCiudadana (Argentina), Participación Ciudadana (Ecuador) y La Silla Vacía (Colombia).
La autora propone volver al origen de la labor y redescubrir la esencia periodística, mientras recuerda que el ejercicio del servicio público está naturalmente ligado a la actividad política. Por eso quizás también al descreimiento de los líderes.
Hacerse valer
¿Es necesario que un periodista tenga un manual sobre este tema?
—Vivimos la fuerza de aceleración de los cambios tecnológicos y la urgencia con la que debemos abrazar la novedad. En ese trance tecnológico en el que vivimos, creo que perdemos de vista lo esencial del periodismo. Es como si el ABC del periodismo hubiese quedado en el último cajón del escritorio, tapado por una pila de instrucciones sobre cuestiones técnicas. Por eso, este manual propone volver al origen. Viene a decir: ojo, no nos olvidemos de lo que más importa a la hora de hacer periodismo es brindar información de calidad, verificada y verificable, contextualizada, que aporte miradas varias sobre un mismo asunto, que aporte valor a la época, contribuya a reforzar la democracia y fortalecer las ciudadanías. Sospecho que, obnubilados por los clics que aporta la forma, nos estamos olvidando de lo importante que es el fondo.
Estoy convencida de que los periodistas que mejor trabajo tendrán en el futuro serán aquellos que puedan tolerar los cambios y se animen a la flexibilidad y adopción de nuevos formatos, narrativas y maneras de transmitir información valiosa que facilite la vida de los ciudadanos en tiempos difíciles. En un mundo donde el valor está asociado a la productividad, la información útil prevalecerá.

¿Qué valor agregado encuentra un periodista en este manual?
—Creo que es la conjunción entre teoría y práctica. Cualquier lector se dará cuenta de que en la enseñanza del periodismo la práctica y la teoría no pueden ir por carriles separados. Hay que saber hacer para comprender y hay que comprender para saber hacer. Espero que este manual estimule a periodistas y estudiantes de periodismo a repensar su trabajo para recuperar la confianza y la atención de las audiencias. Sin darnos cuenta, hemos desoído algunas de sus necesidades. Esos huecos los han llenado personas que, sin saber nada sobre periodismo, lograron canalizar las demandas de los que buscan informarse. Tenemos que recuperar ese rol.
Cambio de paradigma
¿Las formas políticas del siglo XXI exigen que el periodista actualice su forma de trabajar?
—Hoy los políticos informan. A través de las plataformas sociales intervienen en el entorno informativo, más que nunca. Al mismo tiempo, los periodistas son animales políticos. Establecen lazos con el poder y participan de sus juegos. En esta retroalimentación constante, tanto políticos como periodistas todavía no saben cómo y dónde ubicarse para que su papel no se desdibuje ni se debilite. Creo que ahí hay una clave importante. Hoy, al ámbito periodístico y político lo atraviesan fenómenos como la polarización, desinformación, evitación de noticias, sobrecarga informativa, desconfianza y escasez de atención. Paralelamente, ambos mundos tienen a mano nuevas herramientas de interacción, que podrían contribuir a un mejor desempeño y una conversación saludable y fructífera con los públicos. Pero falta capacitación.
En relación con el periodismo político en concreto, lo que ocurre es que su materia prima es una institución que genera suspicacia en la ciudadanía. Según el Latinobarómetro, la confianza en la política decrece cada año. Esto recrudece cuando vemos que en gran parte de la región la política y el periodismo son ámbitos indivisibles. Están demasiado mezclados. Entonces, resulta imperativo pensar cómo generar confianza en la información referida al mundo de la política. Es todo un desafío. Un primer paso sea quizás la transparencia, la declaración de conflictos de interés, la aceptación de cierta parcialidad. Ya nadie se cree que el periodismo pueda llegar a ser un discurso completamente objetivo.
Principios en crisis
El surgimiento de las redes sociales alteró las dinámicas periodísticas. La proliferación de medios también trajo consigo un deterioro de la calidad. ¿Se han desdibujado los criterios de noticiabilidad?
—Sí, totalmente. La definición clásica de noticia se regía por conceptos como la cercanía espacial, la cercanía temporal, la novedad y la influencia socio-económico-política para la ciudadanía. Hoy, la noticiabilidad sumó muchos otros requisitos, como la instantaneidad, la cercanía emocional, el entretenimiento y la capacidad de generar distracción. Vivimos en la era de la dopamina, la hormona que predice el placer. Los reels, los tuits, el clickbait, la gamificación de la noticia y la inteligencia artificial son ejemplos de esa búsqueda resultadista.
Por otra parte, la cultura de los datos y métricas, con todo lo bueno —porque ahora conocemos más a nuestras audiencias— genera la idea de que hay que informar lo que vende. La noticia es un producto que se ofrece en un mercado de noticias donde ya no importa tanto la calidad sino la cantidad. Muchos medios no buscan lecturas, buscan clics.
Al mismo tiempo, la agenda de los medios sugiere parámetros para evaluar la acción política. ¿La prensa tiene responsabilidad en el descreimiento de la política?
—Puede que la tenga, en parte. Que se hayan difuminado los límites entre el periodismo y la política no es bueno, pero tampoco es algo nuevo. La cultura de la gacetilla de prensa y de la devaluación de la conferencia de prensa han contribuido bastante al descreimiento tanto del periodismo como del mundo de la política. Pero no podemos ser ingenuos: esto no va a cambiar, por lo menos no de un día para el otro. Supongo que en los países con institucionalidad más estable y seria el descreimiento es menor. Pero en nuestra región, como es evidente, las instituciones son un manojo pegajoso y enredado de intenciones disimuladas.

Era artificial
¿Qué debe considerar un periodista para adaptarse a la realidad digital sin perder el eje? ¿Hay nuevas consideraciones éticas?
—Una nueva consideración ética que me parece esencial está referida al uso de la inteligencia artificial (IA). Estoy a favor de su uso, pero me preocupa el abuso. Es importante consignar cada colaboración entre el periodismo y la IA. El público tiene derecho a saber que la imagen o el texto que un medio publicó fueron creados con IA. Por lo menos ahora, que las audiencias no cuentan con las herramientas y habilidades para identificarlas con certeza. Si el periodismo abusa del uso de la IA, puede contribuir a un crecimiento de la desconfianza en las noticias.
Al mismo tiempo, la IA supone un futuro incierto para el ejercicio del periodismo.
—Ojalá la IA sea una herramienta que nos pueda ayudar con las tareas más pesadas, mecánicas y que nos permita dedicarnos a los que mejor nos sale: informar con calidad.
Después está la cuestión de su regulación. La Unión Europea acaba de aprobar un marco regulatorio de la IA. El peligro de su regulación en relación con la información es no solo la posible injerencia en la libertad de expresión y de prensa sino también en el uso de la IA por parte de los poderes. Otra preocupación creciente tiene que ver con los derechos de autor. Si la IA se nutre de todo lo que circula en la web, sin citar, entonces ¿dónde queda la autoría? Eso está por verse, cómo repensar la cita, el plagio y el copyright en la era de la IA.
¿Quién verifica las verificadoras?
El título del manual adelanta que la verificación de datos es hoy un tema relevante. ¿Cuáles son los nuevos desafíos en este proceso?
—La verificación de datos es un práctica que creció mucho en los últimos años, sobre todo desde la pandemia. Y es importante, claro que lo es, pero no es la panacea por varios motivos. En primer lugar, según diversos estudios, la desinformación es un fenómeno más amplio que la verificación. Eso no quiere decir que la mayor parte de lo que leemos sea falso, pero sí que las verificadoras jamás llegarán a verificar todo lo que se publica.
En segundo lugar, las verificadoras también tienen su línea editorial, sus intereses. Eligen qué chequear y qué no. De hecho, hace unos meses trabajaba en una investigación sobre medios en la región y notábamos que hoy las verificadoras se presentan más como medios de comunicación que como agencias de verificación. Parecería que tienden a convertirse en medios. Esas decisiones que toman las verificadoras delinean un marco mental en sus audiencias desde donde se lee el mundo. ¿Quién verifica las verificadoras?
En tercer lugar, me parece importante pensar por qué necesitamos verificadores si ya tenemos periodistas. Y ahí vuelvo al principio de la entrevista: uno podría pensar que cuando el periodismo perdió su rumbo (por ejemplo, trabajar con hechos verificables y datos basados en evidencia) surgieron nuevos actores que llegaron para cubrir los huecos que dejó.
Dos caras de una moneda
¿Encuentra que en política hay códigos específicos que hacen que el ejercicio sea diferente que en otras áreas?
—El periodismo político es un periodismo de alto riesgo físico y emocional. Como expresa el manual, un periodista político está expuesto a situaciones de amenaza, violencia y presión. También requiere, si se quiere hacer de manera sería, una habilidad y un temple que permita no traspasar límites que puedan deteriorar la confianza. El mayor valor que tiene hoy un periodista es su credibilidad. El periodismo político depende mucho de las fuentes. Cuando la relación profesional se confunde con amiguismo eso es un riesgo.
¿El periodismo tiene una naturaleza política?
Si tomamos la etimología del término política, que viene de polis (ciudad), podríamos decir que sí. En definitiva, podemos pensar el periodismo como un servicio público, un servicio dirigido a la ciudadanía. Solo un ciudadano informado puede tomar buenas decisiones para mejorar su vida y la de la sociedad en la que vive.