11J: el legado del presente cubano en Latinoamérica

11J: el legado del presente cubano en Latinoamérica

A dos años de las protestas en Cuba cabe preguntarse sobre su legado en Latinoamérica.

Por: Armando Chaguaceda11 Jul, 2023
Lectura: 6 min.
11J: el legado del presente cubano en Latinoamérica
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Artículo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

En el segundo aniversario de las mayores protestas de la joven historia de Cuba, me cuesta escribir en tono conmemorativo. Otros lo harán, recordando los eventos de aquellas jornadas. Pero lo sucedido el 11 y, en menor medida, 12 y 13 de julio de 2021 no es solo materia para la memoria. Sus efectos sobre la vida de los cubanos se prolongan, dentro y fuera de la isla. Hablar del 11J es hacerlo en presente continuado, atravesando varias dimensiones de la realidad y su análisis.

La rebeldía popular. El 11J fue el corolario de un despertar de la ciudadanía —más desigual, pobre y vocal— conectada por el acceso a internet, a tono con estallidos de protesta globales. Le precedieron movimientos y manifestaciones opositores, LGBT, animalistas, activistas del mundo artístico. Tuvo un himno en la icónica canción Patria y Vida, síntesis de identidades y demandas, viralizada como lema de protesta dentro y fuera del país. Pese al reflujo posterior, durante 2022 y 2023 siguen produciéndose protestas populares, que combinan formatos y reclamos varios, en distintas partes del país. Algo se quebró, a nivel psicosocial, en quienes experimentaron —por breve tiempo y pese a la represión— el sabor de la libertad.

Protesta y represión

El terror gubernamental. Sorprendido por el rechazo de un pueblo al que consideraban sometido, la respuesta desde el 11J ha sido la represión. Casi 1900 personas detenidas hasta la fecha —incluidos adolescentes, afrodescendientes, youtubers—, con condenas que llegan hasta los 20 años por salir a una plaza y gritar una consigna. Un Código Penal y Ley de Prensa que criminalizan cualquier acción cívica o comunicación autónoma. La postergación de prometidas leyes de manifestaciones y asociaciones. El ambiente de intimidación y abuso que cada semana arroja a prisiones a algún ciudadano inconforme. Cuba convertida en una inmensa cárcel.

El éxodo masivo. La estampida —en aviones, balsas en el estrecho de la Florida y trochas en la selva del Darién— de alrededor de 400.000 personas, un récord en la historia nacional, con destino principal a Estados Unidos y, en secundario, España y otros países. Una marea humana que desgarra familias, despojando al país de su mano de obra más joven y calificada cuando enfrenta una crisis demográfica. Crisis derivada, causal y estructuralmente, de la desesperanza que provoca un modelo represivo e ineficaz; no las sanciones que —como sucede en Venezuela o Nicaragua— son añadido posterior a los eventos endógenos.

Bandera cubana desgarrada por el huracán Ian | Foto: David Estrada Rodríguez/Facebook Naturaleza Secreta

Desprestigio y rechazo

El desprestigio de los gobernantes. A diferencia de la era de Fidel Castro, donde el carisma del gobernante confluía con el adoctrinamiento para producir niveles apreciables de adhesión al sistema, la situación ha cambiado. Se palpa en las calles, en las desangeladas convocatorias oficiales, en los sondeos de opinión. El régimen e instituciones políticos aparecen con niveles bajos de aceptación ciudadana, por detrás de las Iglesias, la prensa independiente e, incluso, de los silenciados activismos opositores.

La indulgencia de los demócratas. Pese al panorama antes expuesto, los gobiernos y sociedades democráticas aún no sintonizan sus posturas con la realidad insular. Los silencios y eufemismos siguen marcando la pauta. Salvo Lacalle y en menor medida Boric, ningún presidente latinoamericano ha referido a la grave situación de crisis, represión y éxodo. AMLO, Lula, Francia Márquez —yendo más allá de lo que la lógica diplomática obliga— legitiman vergonzosamente una dictadura en la cual opositores como ellos no habrían podido llegar al poder, sino a la cárcel. La academia regional, pese a la situación de los intelectuales y artistas cubanos, sigue confundiendo tiranía y utopía al hablar de Cuba.

Desde Europa, el Parlamento Europeo condena la represión sin fin, pero Joseph Borrell viaja a la isla prometiendo inversiones y créditos, mientras elude hablar de derechos humanos y desestima las mismas sanciones que pondera para Bielorrusia. Incluso dentro de Estados Unidos, el único país que ha mantenido una postura de condena al autoritarismo, círculos de lobbystas y empresarios ligados al Partido Demócrata apuestan por retomar una normalización iniciada, en condiciones muy diferentes, en la era Obama.

Abrazo de dictadores

El abrazo de los dictadores. Además de su continuo apoyo y concertación con las dictaduras hermanas de Nicaragua y Venezuela y su acercamiento con el régimen iraní, La Habana ha estrechado (de modo acelerado y ruidoso) sus vínculos con Rusia y China, tanto en la esfera económica como de seguridad. Visitas de autoridades, firma de convenios y apoyo diplomático mutuo marcan la agenda. El tránsito a un capitalismo autoritario, dirigido por la misma elite que declara su lealtad al comunismo, está en marcha con asesoría rusa y guardianes chinos. La operación tiene un doble objetivo: chantajear a potenciales socios (Estados Unidos y Europa) en pro de una mejoría de relaciones diplomáticas y apoyo económico, reforzar el vínculo orgánico con las potencias autocráticas (Rusia, China) con las que comparten cosmovisión del orden global y local.

El terror de Estado sigue enseñándose contra la rebeldía popular, dejando como saldo una mayor cantidad de presos políticos que la suma de todo el continente. El abrazo con Putin y Xi envalentona a los autoritarismos del sur global, ante la confusión e indulgencia de los demócratas. El quiebre de una economía que no se reforma con espejismos de normalización, de la mano de los enchufados y bodegones del nuevo capitalismo autoritario. Todo eso es hoy, en el plano real, el legado de aquel 11J en que los cubanos descubrieron, en masa y sin mesías, el sabor de la libertad. Pero hay, en otro plano, una herencia y reflexión importantes.

El universo simbólico de lo político

Los humanos somos, como nos definió Aristóteles, animales políticos. Y lo político es un universo de símbolos, ideas y valores. El símbolo que la propaganda de la dictadura regala a sus defensores (sean izquierdistas nostálgicos, políticos cínicos o empresarios inescrupulosos) debe ser destruido. Porque no se corresponde con nada real: hay en Cuba tanta o más pobreza, desigualdad y opresión que en sus vecinos. Más que en el pasado contra el que se hizo la revolución. Esa palabra, revolución, debe dejar de ser usada como maquillaje de un régimen orwelliano. En cuanto a las ideas, no habrá renovación real y perdurable en las izquierdas democráticas latinoamericanas mientras no corten el cordón umbilical afectivo, formativo y organizativo con las instituciones y agentes cubanos; algo que el Foro de San Pablo encarna de modo prístino.

Por último —pero no menos importante— en el mundo de los valores, lo sucedido el 11J nos recuerda que la gente, en ninguna época y en ninguna parte, porta el chip de la servidumbre. Pero que, a la vez, todos vivimos bajo la amenaza del despotismo. Tengo familiares y amigos a los que el exilio y la cárcel me impide abrazarlos, gente que descubrió la luz de la libertad desde el milagro de la acción. Ni yo ni nadie deberíamos mirar nuevamente al lado, justificar nuestro silencio con no sé qué utopía falsa y miserable. La historia no tiene más sentido que la autorrealización humana. Y como dijo una vez Camus, uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen.

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Armando Chaguaceda

Armando Chaguaceda

Doctor en historia y estudios regionales. Investigador de Gobierno y Análisis Político AC. Autor de "La otra hegemonía. Autoritarismo y resistencias en Nicaragua y Venezuela" (Hypermedia, 2020).

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