Hace unos días se celebró en Santo Domingo la XXVIII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno. Esta vez estuvo enfocada en las problemáticas del cambio climático, la revolución digital y la justicia social. Marcada por el actual predominio de los gobiernos de izquierdas entre los países miembros de la región, y a pesar de notables ausencias y de ciertos recelos previos, la Cumbre logró concretar el Plan de Acción de la Cooperación Iberoamericana 2023-26, la Carta de Derechos Digitales, la Estrategia de Seguridad Alimentaria y la Carta Medioambiental o Pacto Verde.
Algo de contexto
Un balance adecuado sólo es posible si se observa la evolución de este mecanismo desde su fundación hasta nuestros días. Con más de treinta años de antigüedad y 22 Estados miembros, la creación de las cumbres iberoamericanas en los años noventa provino inicialmente del Gobierno de España, que junto con su vecino Portugal venía consolidando su naciente democracia y experimentando un notable crecimiento económico. Ambos Estados tenían pocos años de incorporados a una Comunidad Económica Europea. Por aquel entonces, el bloque pasaba a convertirse en la Unión Europea y apuntaba a la unión monetaria.
España y Portugal aprovecharon de ese modo aquellas circunstancias favorables para presentarse —en virtud de los lazos históricos y culturales que les unen con Iberoamérica— como sus interlocutores naturales dentro del mayor mercado común del planeta. Disponían para ello de fondos importantes que invirtieron en la consolidación del mecanismo de las cumbres iberoamericanas, contando con una secretaría general que fue fundada en 2003 y que dispone hoy de oficinas en México, Montevideo y Lima. El secretario general actual es Andrés Allamand, quien fungió durante dos años como canciller de Chile durante el más reciente gobierno de Sebastián Piñera.
No obstante, durante la primera década del siglo XXI emergieron en la región diversos movimientos políticos que trabajaron para entorpecer el funcionamiento de dichas cumbres. Así lo hicieron también con el ALCA, que por aquel entonces promovía el Gobierno de los Estados Unidos. Tal fue el caso, por ejemplo, de la «Revolución bolivariana» de Hugo Chávez y sus socios regionales. Lucharon también por implantar en su lugar nuevos esquemas de cooperación regional, desprovistos de vocación atlantista, excluyendo a europeos y norteamericanos e imponiendo las agendas que respondían a las veleidades ideológicas del momento. Surgieron así ALBA, Unasur y Celac.
Ilustres ausentes
Como consecuencia de lo anterior, y considerando además que el PIB per capita de España se ha mantenido prácticamente estacionado desde tiempos de José María Aznar (1996-2004), las cumbres iberoamericanas han perdido una parte importante del empuje con el que se iniciaron en los años noventa. Desde 2014 no han dejado de celebrarse anualmente, para tener lugar ahora cada dos años. Y con el tiempo tienden a multiplicarse las ausencias de destacados mandatarios. En esta ocasión, los presidentes de países tan relevantes como México y Brasil decidieron no asistir a la Cumbre Iberoamericana de Santo Domingo. Esto merece ser comentado.
Al igual que su predecesor Bolsonaro, Luiz Inácio Lula Da Silva mantiene muy vivo el interés brasileño por los BRICS. En este selecto club capitaneado por China la democracia no es una prioridad, pero allí participan importantes potencias mundiales —tradicionales como Rusia o emergentes como la India—. Lula alegó una visita a China para declinar su asistencia a Santo Domingo, aunque al final una neumonía le habría impedido viajar a Beijing. Queda pendiente poner nueva fecha al compromiso.
Por otro lado, está claro que las cumbres iberoamericanas no siempre comulgan bien y, hasta cierto punto, representan una competencia para la Unasur. El propio Lula se empeñó en crear este foro regional durante su primera etapa presidencial y hoy se encuentra un tanto rengueante e inactivo.
Agendas personales
En el caso de México, el polémico López Obrador ha hecho de su batalla personal contra el pasado hispánico un eje de su retórica. Su discurso antimperialista es tan raudo en demonizar a Hernán Cortés como condescendiente hacia Putin o Trump. De ahí que, de forma bastante más explícita que Lula, el presidente mexicano haya dejado entrever su incomodidad con el mecanismo de las cumbres iberoamericanas. Alegaque el rey de España todavía no ha ofrecido sus disculpas por lo que españoles de siglos pasados hicieron en el territorio de lo que hoy es México.
AMLO, por lo demás, se ha negado a traspasar a Perú la presidencia de otro mecanismo de cooperación de la región. Se trata de la Alianza del Pacífico. El mexicano considera «espurio» al gobierno de Dina Boluarte.
Gustavo Petro también fue muy crítico con la destitución de Pedro Castillo en Perú. El colombiano jugó un papel más constructivo para impulsar su «agenda progresista», plasmada en concreto en la «Carta Medioambiental Iberoamericana» que propuso su Gobierno. A pesar de su pasado singularmente radical, Petro se ha mostrado hasta ahora más cauto y conciliador que algunos de sus colegas de la región. De ahí que haya participado de buena gana en el Encuentro Empresarial Iberoamericano. Allí, Felipe VI, rey de España, entregó el Premio Iberoamericano de Calidad a dos empresas colombianas.
Positivo ha sido también el papel desempeñado por el presidente Gabriel Boric. Este, tras su primer y atribulado año de mandato presidencial en Chile, no ha vacilado en asumir la vanguardia de la crítica a la deriva autoritaria que se registra en Nicaragua. En medio del océano de indiferencia que impera hoy entre los Gobiernos de la región con respecto a las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua, la voz de Boric, con todo y que no se extiende del mismo modo a los gobiernos autoritarios de Cuba y Venezuela, ha de ser aplaudida. Esa indiferencia generalizada debe mucho a los vínculos ideológicos y económicos que varios mandatarios mantienen con tales dictaduras, para el descrédito de las izquierdas iberoamericanas.
Foro progresista en la región
Así, el actual presidente del Gobierno español y de la Internacional Socialista, Pedro Sánchez, promovió un «Foro de Presidentes Progresistas» como instancia paralela a la Cumbre. El objeto: reunirse en Santo Domingo con los presidentes Boric, Petro y Alberto Fernández de Argentina, entre otros. Con la presidencia española de la Unión Europea y la cumbre UE-CELAC a la vuelta de la esquina, tanto Sánchez y Josep Borrell como Felipe VI se han esforzado al máximo en revitalizar esta Cumbre Iberoamericana. Aseguran que la UE le presentará a la CELAC, en julio en Bruselas, un paquete de inversiones estratégicas a la región. No hubo, en cambio, menciones específicas al tema de Ucrania, sino una defensa a la soberanía de los Estados.
En definitiva, ¿qué conclusiones podemos extraer al respecto? La cumbre iberoamericana sigue manteniendo en alguna medida su vigencia, a pesar de la deriva experimentada durante el siglo XXI. Al igual que otros esquemas de cooperación regional, sufre la ausencia de genuinas políticas de Estado de parte de varios Estados miembros. Con demasiada frecuencia los gobiernos de turno imponen sus intereses concretos y orientaciones ideológicas. A día de hoy, el interés por generar espacios como la CELAC —bastante complacientes con las dictaduras regionales— parece predominar en nuestra región. En otros casos, predomina el auge político y comercial de grandes potencias no democráticas, como China o Rusia. Esto impone una competencia feroz que va en desmedro de la defensa de la democracia y de un espacio común atlántico entre los 22 países miembros.
Al final del día, solo un compromiso claro con la democracia liberal y con Occidente puede dar origen a políticas de Estado que consoliden una cooperación en la región que esté orientada al desarrollo integral de nuestros países, y no a la defensa de los políticos y gobiernos de turno.
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