La entrevista que el periodista norteamericano Tucker Carlson realizó a Vladimir Putin provocó una amplia expectativa global. No es común que Putin hable con medios occidentales. Y no porque estos no estén interesados en entrevistarlo, como argumentó Carlson. Desde la invasión a Ucrania, Putin se mantuvo alejado de cualquier fuente informativa que no controlara directamente. Esto, de alguna manera, generó las frustradas expectativas sobre este reportaje.
Carlson, un reconocido activista conservador con vínculos con la ultraderecha norteamericana, es un entrevistador capaz de amedrentar a experimentados colegas y políticos en sus polémicas televisivas. Además, cuenta con una importante trayectoria en los medios de comunicación, incluyendo los más importantes como CNN o Fox News. De esta última tuvo una complicada salida al propagar informaciones falsas cuestionando la limpieza de la elección en la que Joe Biden derrotó a Donald Trump. Por ello la cadena televisiva debió pagar 787.5 millones de dólares a la empresa encargada de organizar la votación.
El talk show
Carlson apenas fue un partner del líder ruso. Al punto de que, posteriormente, el entrevistado manifestó a la prensa de su país que le hubiera gustado recibir preguntas más incisivas. Es que Putin arrasó al periodista ni bien se inició la entrevista. Antes de dar su primera respuesta, el presidente ruso afirmó: «Yo pensé que esto iba a ser una entrevista seria y no un talk show». Esto dio un golpe que descolocó al entrevistador, hasta en su reacción física. Al instante, Putin utilizó el desconcierto de Carlson para arrojar su primera mentira cuando pidió tomarse «30 segundos, dos minutos» para desarrollar una explicación histórica interminable, aburrida, confusa, pero que sirvió para plantear una legitimidad histórica a los reclamos rusos sobre Ucrania, más allá del muy repetido argumento de la amenaza que implicaba la presencia de la OTAN en las fronteras.
También aprovechó para victimizarse acusando a la OTAN de avanzar en la integración de países vecinos a Rusia, mostrarse como par equivalente de Occidente al relatar las amigables propuestas de reorganización del mundo que transmitió —y fueron rechazadas— y, finalmente, al sobreactuar la posición pacifista rusa y rechazar cualquier posibilidad de atacar Polonia o Letonia. Putin se mostró abierto a negociar con Estados Unidos el fin de la guerra, ya que consideró a Ucrania un Estado satélite de los norteamericanos. Coincidiendo con dichos de Trump semanas antes, dejó traslucir que sería muy sencillo frenar la guerra si la OTAN dejara de brindarle armas a los ucranianos.
Rusia al día
Toda esta puesta en escena tuvo una gran repercusión global, también en América Latina, donde las usinas rusas de propaganda mostraron nuevamente toda su expertise al retransmitir la entrevista por todos los medios de comunicación, especialmente en las redes sociales. Así se la vio subtitulada, doblada, entera, en partes, en pequeños fragmentos, reproducida oficialmente desde Russia Today hasta presentada por informales influencers disfrazados de imparcialidad.
Pero las cosas no salieron como esperaban en el Kremlin. La cuestionada performance de Carlson y, sobre todo, el asesinato del líder opositor Alexei Navalny pocos días después de la entrevista, oficiaron de obstáculo insalvable para el objetivo ruso, y pusieron al régimen en el lugar del que pretendía zafar para mejorar la imagen de Putin ante el público occidental.
De todos modos, hay mucho que se puede analizar de las más de dos horas de conversación. En particular desde América Latina, sujeta a una constante y creciente presencia rusa, directamente proporcional al retroceso democrático que vive la región.
Rusia, el corazón de la ola autoritaria
Putin aceptó la entrevista por diversos motivos. Principalmente, por la cercanía de las elecciones y de un nuevo aniversario del inicio de la invasión a Ucrania. Esto se vincula con la necesidad de mostrarse como un líder global ante sus propias élites. En definitiva, es la única legitimidad que le permite seguir estando en el poder porque la votación popular tiene ningún valor real en ese país.
Pero el autócrata ruso también está emitiendo un discurso que apunta a otros destinatarios. La propaganda no solo busca mostrar a Rusia como un modelo de desarrollo, o hacer apología de la figura de su presidente. Promueve y sostiene a todos aquellos regímenes iliberales o que van en camino a serlo, y a sus liderazgos, ya que los considera potenciales aliados.
Y esto no es novedoso. Hace ya muchos años que Putin intenta colocar a Rusia como un jugador global a partir de la propaganda sistemática vinculada a sus medios formales, como Russia Today, o informales, incluso ilegales, como con la intervención en las elecciones de otros países. Por supuesto, también con el peso de su economía a partir de diversas formas de intercambio donde la venta de armamento ocupa un lugar importante.
La estrategia fue muy inteligente y también cosechó apoyos en diferentes partes del escenario político latinoamericano. Esto fue simultáneo con el fortalecimiento de los populismos de derecha e izquierda. Para ambos casos, aunque suene contradictorio, Rusia aparece como aliado o sostén.
Rusia y la izquierda latinoamericana
Los seguidores del líder ruso en la izquierda autoritaria lejos están de haber hecho una autocrítica poscaída del mundo de Berlín, como ocurrió en Europa. Parte de la izquierda latinoamericana sigue recibiendo el bombeo del corazón ideológico cubano, con una retórica y métodos que no han sufrido contraste con la realidad desde el fin del siglo XX. Para ellos, la alianza con Rusia es algo natural. Para este público, Putin se mueve como pez en el agua, mostrándose ambiguamente como heredero de la Unión Soviética, dispuesto a enfrentar al imperialismo norteamericano sin tantos rodeos como hacen los chinos ni tantas complejidades simbólicas de por medio.
En este punto, Rusia refuerza su estrategia orientalizando su presencia geopolítica, asociándose a China, integrando los BRICS y la Organización de Cooperación de Shanghái, hablándole a los países del sur global como uno más de ellos, pero yendo más lejos.
Putin enfrenta al imperio dialécticamente, como hacía Hugo Chávez, pero también militarmente en Ucrania. Y por eso se resalta que es víctima de campañas de desprestigio, bloqueos y sanciones, argumento que también utilizan incansablemente para Cuba. Por eso, para muchos sectores de la izquierda la invasión a Ucrania es una guerra antiimperialista. El argumento de la desnazificación que Putin repite desde el primer día, hasta en la misma entrevista con Carlson, es ideal para fortalecer el compromiso de estas izquierdas detenidas en el siglo XX.
Rusia y el populismo de derecha
El discurso ruso no se agota en su parentesco soviético ni para sus seguidores de la izquierda. También apunta a un público que lo consume desde una derecha autoritaria, que en Estados Unidos son los más ultras del Partido Republicano, a los que Tucker Carlson representa y para los que hizo esta entrevista. Estos grupos, si bien no ven en Rusia una continuación de la Unión Soviética, a la que también detestan, se encuentran también detenidos en el siglo XX, como sucede con la izquierda que los acompaña en esta admiración por el modelo ruso.
Estos sectores —y esto se replica en América Latina— reivindican de Putin un antiimperialismo de derecha, nacionalista, que fue un clásico del siglo XX y, sobre todo, una crítica conservadora a la deriva occidental, a este Occidente blando, que olvida su anterior preponderancia militar, moral y económica y se ha vuelto la tierra de personajes débiles que han dejado que la izquierda populista avance y que las sociedades se desordenen. Putin se presenta a sí mismo como un restaurador de aquel poder, reivindicando el capitalismo y apelando a la Rusia que fue una potencia occidental, incluso pos-1917, y más allá de cómo se quiera leer este giro orientalista en su vínculo con China.
Putin ofrece argumentos e ideas para la izquierda y para la derecha en América Latina. De no mediar la muerte de Navalny, ambos hubieran utilizado la farsa electoral para reclamar la incorporación de Rusia al concierto de naciones democráticas.
Presencia significativa en América Latina
Todo esto se ve en América Latina desde inicios del siglo XXI y en forma creciente. Desde entonces Rusia ha aumentado significativamente su presencia en Bolivia, Cuba, Venezuela, pero también en Argentina, Brasil, Chile y México. Hasta hoy, Rusia lleva firmadas varias centenas de acuerdos de cooperación en cuestiones diversas con gobiernos latinoamericanos y del Caribe. Pero esto no siempre es un tema que llame la atención de la prensa, analistas, académicos o políticos. Por eso, la pretensión de Putin de exhibirse globalmente es un buen recordatorio de que Rusia está al acecho y América Latina es un objetivo.
Como un marxista de Groucho Marx, según su audiencia, Putin tiene unos principios, pero también puede tener otros. Sin embargo, no es un personaje cómico. Su presencia debe generar preocupación, pero también una mayor atención y reflexión de los sectores que defienden la democracia y la libertad en América Latina.