En Venezuela no hay una crisis. Hay seis crisis simultáneas que se refuerzan en un círculo vicioso y destructivo que se reproduce a sí mismo.
Hay una profunda crisis social y humanitaria que ha sumergido al 94 % de los venezolanos en la pobreza, dejando a las poblaciones más vulnerables totalmente desamparadas. Todos los días aumenta el número de niños en las calles, mientras los adultos mayores colapsan buscando las medicinas para la tensión. La escasez casi absoluta de psicofármacos para tratamiento de trastornos emocionales y de medicamentos para enfermedades crónicas como el cáncer y el VIH-sida, junto con el aumento del desempleo, han empujado a miles de venezolanos al borde de la desesperación, convirtiéndose en los principales factores detrás de crecimiento del 400 % en el número de suicidios. Por su parte, la violencia continúa su tendencia ascendente liderada por los grupos de la muerte de los organismos de seguridad del Estado, que disparan primero y después vuelven a disparar.
Hay también una profunda crisis migratoria, que ha llevado a cuatro millones de venezolanos a huir del país. Según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), solo en marzo, abril y mayo de 2019 cerca de 500.000 venezolanos han migrado, en lo que es catalogado como el «éxodo más grande en la historia reciente de América Latina». Si no se producen pronto cambios significativos en el país, esto podría ser solo el comienzo. De acuerdo con el estudio Latinobarómetro, durante el 2018 más de 15 millones de venezolanos consideraron mudarse a otro país.
Esta situación de crisis migratoria también se conjuga con el crimen para abusar de quienes desesperados huyen en busca de oportunidades. Así, la trata de personas, el trabajo forzoso, la servidumbre y la prostitución han aumentado en 300 % en los últimos cuatro años, de la mano de las migraciones forzosas.
La crisis migratoria también genera una fuga de talentos. Según un estudio hoy es más fácil conseguir un venezolano con estudios de tercero o cuarto nivel (es decir, universitarios, magíster o doctorado) en cualquier parte del mundo que en Venezuela. La migración de personas altamente calificadas afecta a todos los sectores de la sociedad y a la economía. Sin embargo, en ninguno es más notorio que en la industria petrolera. La crisis petrolera sobrepasa claramente las capacidades técnicas disponibles. La estatal PDVSA, responsable de más del 90 % de las exportaciones venezolanas, produce hoy, según datos de la OPEC, un cuarto de lo que producía en el año 2000, en lo que representa «el peor desplome
de las últimas tres décadas».La crisis petrolera agudiza aún más la crisis económica de un país que, sumergido en hiperinflación y escasez, ha perdido entre 2013 y 2018 más de la mitad de su riqueza, tras la caída del 52 % de su producto interno bruto.
Por último, pero no por ello menos importante, Venezuela atraviesa una profunda crisis política.
En este punto quisiera detenerme para contar una breve anécdota personal. Al finalizar una presentación en un seminario sobre la crisis venezolana en Berlín, en el que analicé entre otras cosas el artículo 233 de la Constitución venezolana
No tiene importancia quién tenía y quién no la razón. Incluso quizás sea imposible determinarlo. Lo realmente interesante del pequeño malentendido es que ilustra perfectamente la profundidad de la crisis política venezolana. Lo que sucedió durante ese seminario fue una reproducción a mínima escala de lo que sucede todos los días en las calles de Venezuela: dos personas que partieron del mismo punto, desarrollaron la misma forma de argumentar luego de leer detenidamente la misma fuente, llegaron a conclusiones no solo diametralmente distintas, sino incluso contrapuestas. Un fenómeno que solo es posible gracias a que hoy ni las palabras ni los hechos significan lo mismo para los venezolanos.
En este sentido, puede definirse la crisis política venezolana como la ausencia total de instituciones, en su amplio sentido sociológico (es decir, normas y valores compartidos), que permiten tomar decisiones que gocen de validez y legitimidad en toda la comunidad sobre las que ellas rigen o gobiernan.
La crisis política venezolana trata de la ruptura de los consensos mínimos que anteceden al mismo juego político, una crisis preconstitucional, del espíritu de las leyes o de lo que el politólogo Robert Dahl denominó la sombra de la teoría política: los supuestos y axiomas fundamentales que no han sido explícitamente formulados pero que aun así, en su versión abstracta e indeterminada, son compartidos por todos los actores.
Ahora bien, si como se ha descrito, la crisis venezolana responde a un complejo e interdependiente círculo vicioso, se desprende que cualquier solución parcial es por definición insuficiente para resolver la crisis
La crisis venezolana requiere una solución integral solo posible de alcanzar a partir de «un diálogo nacional inclusivo
Para evitar que cualquier diálogo se estrelle nuevamente contra incomprendidas expectativas maximalistas de los actores de gobierno y de oposición, es necesario reconstruir acuerdos políticos mínimos. Reconstruir el espíritu, no solo de las leyes, sino incluso de la nación. Cualquier intento de negociaciones debe por tanto iniciar por la reconstrucción de un lenguaje común, sobre el significado de las palabras, de los compromisos y especialmente de lo que está en juego, Venezuela.
Notas: