El silencio estratégico de AMLO

La ausencia expresidentes mexicano del espacio público, luego de pasar la Presidencia a Claudia Sheinbaum, es un pacto de impunidad que busca no romper su propio mito.

Por: Julio Castillo López11 Ago, 2025
Lectura: 4 min.
El silencio estratégico de AMLO
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Artículo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

Hay una imagen que recorre la historia política de México como un fantasma discreto pero tenaz: la del expresidente que desaparece. Desde Miguel Alemán hasta Enrique Peña Nieto, todos, con matices, se sumieron en el silencio tras dejar el poder. Es una coreografía ensayada por décadas, aprendida en la vieja escuela del Partido Revolucionario Institucional (PRI): el poder absoluto por seis años, incluso con la posibilidad de nombrar al sucesor, pero seguido de silencio.

Luis Spota aborda el tema en su novela El primer día, en la que habla del primer día de un presidente después de serlo. Cómo se libera la agenda, cómo los cuadros que había en cada dependencia con su foto se quitan y ponen al nuevo, cómo lo que antes era ruido se hace silencio y olvido.  

Ahora, Andrés Manuel López Obrador —quien tanto dijo ser distinto y prometió cambiarlo todo— parece dispuesto a perpetuar la misma costumbre que el PRI fundó y marcó como escuela. Tras años de conferencias de prensa diarias, de estar en la boca de todos y de dominar la agenda nacional con palabras, mentiras y ocurrencias, el silencio comienza a perfilarse como su último acto. Es un silencio que, como en el viejo régimen, busca cuidar al sucesor. O cuidarse de él. Busca evitar el juicio histórico inmediato y preservar la narrativa que él mismo impuso durante seis años.

El ritual del mutismo

Los priistas no hablaban porque no lo necesitaban. Era parte de las reglas no escritas que permitían al sucesor llenar por completo el espacio del poder. Díaz Ordaz se exilió en la vergüenza, Echeverría fue un prófugo moral, López Portillo histriónico y atleta, fue más recordado por sus frases ridículas y sus escándalos con una vedette. Salinas de Gortari, cuya arrogancia lo hizo romper el ritual y hacer una huelga de hambre ante el arresto de su hermano, fue juzgado y culpado por una crisis económica durísima y reconocido como el paradigma de la corrupción.

Zedillo fue el primer priista que no entregó a un sucersor de su partido, pero mantuvo el silencio desde la academia. Fox y Calderón, panistas, no siguieron la regla porque no venían del PRI y no tenían que hacerlo. Pero Peña Nieto, caricatura de sí mismo, optó por el exilio de lujo, jugando golf. Mientras, López Obrador protege su impunidad y su silencio. Nadie extraña sus palabras.

El nuevo priista

López Obrador juró no ser como los de antes. Dijo que no mentía, no robaba y no traicionaba. Pero como todo en su sexenio y en su propia historia, en el fondo se mantuvo fiel a la escuela de Echeverría y del PRI. Y hoy, cuando ya no es presidente, parece decidido a ser un expresidente a la vieja usanza: silencioso y con la expectativa de que el país lo extrañe más de lo que lo cuestione.

La paradoja es triste: AMLO fue el presidente más locuaz en la historia reciente. Convertido en predicador de la posverdad, habló a diario, construyó enemigos, adoctrinó a una parte de la población y destruyó la institucionalidad con la palabra como principal herramienta. Y ahora, al callar, no es respeto ni que se dedique a otras cosas, está ejecutando una estrategia.

Su silencio no es prudencia. Es cálculo. No hablar es evitar responsabilidades. Quizás no opinar de lo que hoy se hace es proteger a su sucesora. Pero no responder ante lo que pasa en seguridad y el fracaso de sus obras es guardar la opción de seguir culpando a otros de sus errores. No explicar es perpetuar la narrativa. Como buen priista, ya entendió que el silencio otorga, y también absuelve.

López Obrador en una conferencia de prensa mañanera. Foto: Heute

Un país sin contrapesos

El problema es que el silencio de los expresidentes no es un gesto de elegancia. Es un pacto de impunidad. Y López Obrador lo sabe. Callar mientras el país se descompone, mientras las promesas incumplidas se acumulan y mientras su partido se aferra al poder, no es virtud, es cinismo.

En su historia, AMLO pasará a ser el hombre que prometió un cambio y terminó abrazando y regresando los viejos vicios. El mutismo será la última etapa de su populismo: un silencio ensordecedor, cargado de omisiones, de evasivas y de temores. Un retiro con miedo a la justicia internacional.

Porque quien gobernó sin contrapesos, debe callar para no dejar pistas. Y quien construyó una narrativa tan perfecta como falsa, necesita desaparecer para no romper su propio mito.

Julio Castillo López

Julio Castillo López

Licenciado filosofía y magíster en comunicación. Director general de la Fundación Rafael Preciado Hernández de México.

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